Las virtudes de la edad

Por: Abog. Octavio Pineda Espinoza (*)

El 30 de noviembre es la celebración de mi onomástico y siempre he tenido como regla agradecer al Supremo Hacedor del Universo por la fortuna de agregar un año más de vida, de experiencias, de aprendizajes, de reflexión cristiana y de celebración con amistades, seres queridos y familia, siempre recuerdo a mi padre, quien era un hombre alegre, reflexivo y cariñoso con todos sus hijos, recuerdo sus inolvidables máximas, que han de alguna forma moldeado mi vida, a medida que he ido creciendo en este entrenamiento que es la vida, siempre me dijo que hay virtudes aparejadas con la edad, pero que cada edad tiene su enseñanza particular y su virtud específica.

Me enseñó que siempre hay que celebrar un año más de vida, que al mismo tiempo se convierte en un año menos de vida, que hay que medir el éxito no por la abundancia de bienes sino por la fortaleza del espíritu y la riqueza de amigos y amigas, por la serenidad que dan la entereza, la honradez y la alegría, la existencia de propósito en diferentes campos de la existencia, la confianza de saber quiénes realmente somos, independientemente de lo que los demás digan o aseveren, de buenas o de malas, que es imposible caerle bien a todo el mundo y que lastimosamente la mezquindad existe en el ser humano, razón por la cual, hay muchas veces amigos que deberían ser eso, amigos, pero que terminan no siéndolo, que muchos prefieren señalar o maximizar lo que ven como defectos en vez de resaltar y reconocer las virtudes, pero que eso no debe quitarle tranquilidad a nuestra alma, siempre y cuando sepamos la verdad de nuestras acciones, reconozcamos los errores y aprendamos de ellos y que podamos reconocer las buenas o malas intenciones de los de lejos y de los de cerca.

Aprendí que uno va quemando etapas, y que todas ellas nos enseñan algo, la niñez tiene la virtud de la felicidad completa, casi sin la conciencia de la misma, por mi parte puedo decir que fui un niño feliz, la adolescencia tiene sus retos y complicaciones, sus descubrimientos, sus cimas y sus valles, la virtud de los sentimientos puros, de los primeros dolores en el amor idealizado del momento, la realización del primer amor correspondido, de la ilusión por vivir, por ser, por aspirar, el proyecto del humano que podemos ser, la juventud tiene la fortaleza de la edad, la aspiración de comernos y tener el mundo en nuestras manos, las emociones de los momentos inolvidables en los aspectos más íntimos de nuestro ser, la irremediable aspiración de lograr y buscar más, la búsqueda de nuestra alma por los valores elevados, por las luchas en lo político, en lo social, en lo profesional y en lo económico, la madurez tiene la virtud de la experiencia, la satisfacción de lo alcanzado, la capacidad de medir las equivocaciones y de sacar enseñanzas de las mismas, la responsabilidad y la belleza de ser padres o madres, de ser parte de algo más grande que nosotros mismos, la pausa suficiente para determinar aquellas cosas importantes y no amargarse por los obstáculos, las presiones, las nimiedades de la vida, la vejez tiene la perspectiva de lo aprendido, de lo vivido, la certeza que cada uno nos llevamos más que las experiencias, la comprensión de las cosas torales, de los sentimientos válidos, la posibilidad de ver hacia atrás a lo bueno, a lo malo y sonreír por ambas.

En fin, cumplir años nos revela las virtudes de la edad, cualquiera que sea la que nos corresponda, nos hace soñar en lo que falta, reír ante cualquier recuerdo grato, aquilatar el aprendizaje de los momentos difíciles, de las lágrimas, las fallas y las derrotas, que nos han servido para construir las risas, los logros y las victorias, para aprender como dice la palabra sagrada: “Vanidad de vanidades, todo es vanidad”, y al final la misma no sirve para nada, agregar un año es siempre tener la posibilidad de mejorar, de transformarnos, de ordenarnos, de reivindicarnos, de reconstruirnos, de prepararnos para ver a los ojos de nuestros hijos e hijas y para entender sus inquietudes, sus preocupaciones, sus sospechas, sus ansias de ser reconocidos, amados, aconsejados, guiados y sobre todo, en la virtud más grande del amor, aceptados.

(*) Catedrático universitario, director del Instituto de Estudios Económicos, Políticos y Sociales del PL.