El último logro de Ferrari

Por Octavio Pineda Espinoza(*)

Don José Rafael Ferrari Sagastume logró muchas cosas en su vida, fue el padre de la radio y televisión en Honduras, el más laureado dueño y directivo de mi equipo favorito en Honduras, el Olimpia, el referente de la Asociación de Medios del país, el corazón verdadero de la Teletón, el padre, hijo, hermano, tío, bisabuelo de una nueva generación que habrá de representar sus ideales, el artífice verdadero de la defensa de la libertad de prensa, el gestor de muchas cosas con las que estamos de acuerdo y de otras, con las que quizás no estuvimos de acuerdo en determinado momento de la historia, cada persona debe asumir sí fue mayor o menor su admiración por la persona, el dirigente deportivo, el activista político, el dueño de medios o el ser humano.

Independientemente que usted, estimado lector, lo considere un prócer de la libertad de prensa o un representante de los poderes fácticos, que sienta agradecimiento por sus enormes aportes sociales o recelo por sus posturas políticas e ideológicas, no hay mejor manera de describir al hombre como un elemento importante de la sociedad hondureña, ya sea por sus convicciones altamente democráticas y en contra de la anarquía destructiva, o por sus posturas a veces ligadas íntimamente con los poderes de turno, que no le han hecho o le hacen bien al conglomerado social que lo atacó y lo ataca aún en su morada final como medio para un fin no necesariamente benévolo para el pueblo hondureño, cada quien debe hacer la medición que le corresponda en el largo espacio de su vida, a esto debemos agregar que el occiso era, como todos nosotros, un ser humano, con virtudes y defectos, con creencias, convicciones y responsabilidades corporativas, sociales y democráticas.

Personalmente creo que se acabó con Ferrari la historia de los grandes conciliadores nacionales, se fueron Moncada Silva, Carlos Roberto Reina Idiáquez, Ramón Villeda Morales, Rafael Pineda Ponce, Modesto Rodas Alvarado, los grandes leones de la vida política nacional, los que quedan están disminuidos o relegados, se murieron los leones y solo quedaron los halcones, se fueron los estadistas y doctores de la doctrina política y jurídica nacional, quedaron los oportunistas, los maquiavélicos, los farsantes, los dueños mediáticos, los productos y líderes tipo Coca Cola, los dueños de la verdad minúscula, los apátridas, los revolucionarios de cafetín, los irreverentes sin sentido, los cipotes malcriados, los políticos irreflexivos, amigos más del caos que del orden, los inmaduros, los inconscientes, los poco visionarios, los que han construido esta sociedad del odio más allá de las realidades nacionales, más allá del orden, del progreso, de la lucha colectiva por convertirnos en un país mejor.

A pesar de nuestra desgracia nacional, la muerte de Ferrari me ha hecho reflexionar en un tema importante para la nación, puede haber, a pesar de todas nuestras diferencias, de lo horrible que se ha convertido el ambiente político por la complicidad manifiesta de la clase política en los actos deleznables de la corrupción y la impunidad de Juan Hernández, que ha embarrado a todos y todas, que ha destruido el alma nacional, a pesar de eso, su muerte, ha permitido un espacio, un tiempo, un alto, en la diatriba constante y nacional, en la descalificación insana, en la destrucción irreflexiva, en la destrucción sin sentido de unos y otros, en la latente falencia de carácter y de sentimientos nobles por el pueblo hondureño.

Para pensar con internalización en aquello que nos hace mejores, que nos hace grandes, que nos hace humanos, que nos vuelve partes de la solución y no del problema, Ferrari ha logrado lo que no ha logrado el ilegítimo Presidente, ni el lado oscuro del PN y del PL, ni los falsos revolucionarios o los falsos profetas de Libre, ni la irreverencia desmedida del SN, ni los falsos amigos de los organismos internacionales o de las embajadas imperialistas, ni los detentores del poder económico de Honduras, nos ha apartado del deporte nacional que no es el fútbol ni la religión dirigida, sino la diatriba y la destrucción del contrincante para fijarnos, como él lo entendió y lo hizo, en aquello que nos hace mejores hijos de Dios, mejores ciudadanos, mejores hijos, mejores padres, mejores hermanos, mejores ciudadanos, mejores personas, mejores activistas del cambio, nos deja, a pesar se todo, una lumbre en el oscuro camino que hemos decidido caminar, una lumbre de paz, de reconciliación, de lucha constante, de superación permanente, de humildad que quizás es la virtud más grande que un ser humano o un político debería tener, esa parte al menos, la aprendí de mi padre que obviamente tuvo relación con don Rafael, a veces coincidieron, a veces no, siempre se respetaron y estoy seguro que, si mi padre viviera, hubiera cumplido el ideal cristiano de visitarlo, de desearle lo mejor y, en la muerte, de acompañarle; esos personajes ya pasaron a la historia y al juicio eterno de Dios, que Él los guarde, a mí, me queda el recuerdo, el cariño, el afecto y el deseo cristiano por su redención y su resurrección a la vida eterna, a todos nos queda la enseñanza que, a pesar de todo don Rafael reunió en su entierro, a contrincantes acérrimos, a posturas irreconciliables, entendiendo todos el objetivo mayor, reconocer a un luchador en la vida y en la democracia de este hermoso y difícil paraje que llamamos Honduras.

(*)Catedrático universitario