Pícaros sin gloria

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/ 3 de enero de 2019
/ 01:01 am
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Por José María Leiva Leiva

No son pocas las personas que consideren la política y el derecho, como dos quehaceres sucios y despreciables del ser humano. Obviamente no son estas ciencias de estudio las inmundas. Despreciables son todos aquellos que dedicándose a ellas, las manipulan en interés de sus turbias ambiciones y oscuros modos de vida. Desde el año 1989 -es decir, hace 30 años-, insisto a mis alumnos en las clases de Derecho Internacional que imparto en la UNAH, la necesidad imperiosa que tienen de honrar la profesión del Derecho, tan vilipendiada por la crítica social, por las nefastas actuaciones de aquellos que la ejercen con tan insanos propósitos.

Me atrevo a asegurarles a mis pupilos, que si fuésemos un día al centro de la capital y preguntásemos a canillitas, lustrabotas y viandantes en general, qué opinión tienen del Derecho y de los abogados, las respuestas serían demoledoras. No quedaría con cabeza profesional alguno de esta ciencia jurídica. Nos meten a todos -sin excepción-, en un solo saco. Los mismos estudiantes relatan experiencias propias sufridas desde su hogar hasta la calle pública. Primero, cuando al egresar de la secundaria, sus progenitores les aconsejan elegir el estudio de una carrera universitaria que no sea la del Derecho.

O bien, cuando matriculados en esta, sobran quienes les hablen no mal, sino muy mal de los que la ejercen. También discutimos en las aulas, que en el pensum académico de su formación universitaria no figura ninguna materia que se llame: “extorsión I”, “engaño II”, “manipulación de pruebas”, “introducción a la corrupción”, “teoría de las mafias”, “tratado de la mentira”, “el valor de los antivalores”, “derecho de la autoría y la complicidad para delinquir”, “teoría y práctica del gansterismo”, el abogado de Luzbel”, “Mefistófeles en acción”, “derecho natural maquiavélico”, “defensa de injurias y calumnias”, “la judicatura del mal”, “lavado de activos”, o “mandrakacadas I y II”.

Pienso, en consecuencia, que los abogados delincuentes, ya traen en sus genes o en educación, esta conducta nefasta y que se matriculan en una universidad para obtener un título que les sirve de licencia o escudo expedito para cometer sus fechorías, una especie de patente de corso como en los siglos pasados. Por otro lado, nos duele cuando profesores enseñan en las aulas una cosa, y otra muy distinta la que practican fuera de los predios universitarios, sobre todo si son funcionarios públicos.
Nos duele cuando figuran como legisladores, jueces, magistrados, consultores o simples litigantes, torciendo el brazo, ya no duro, sino flojo de la ley. Una ley que se la pasan por el arco del triunfo las veces que sean necesarias. Una ley laxa que ellos mismos parieron para proteger sus intereses en juego o los de aquellos, a los que les deben sumisión. Estos léperos están claros que las leyes se inventaron no para organizar el grupo social, sino para violarse cuando la ocasión lo amerite.

Y el colmo llega cuando los terribles tentáculos de la politiquería se apropian del derecho, entonces este termina por prostituirse. Nada bueno se puede sacar de un abogado que tiene más cara que espalda y encima es un politiquero de oficio. Por ello, encuentro más que atinada la siguiente reflexión: “En un país puede fallar el Ejecutivo, puede fallar el Legislativo, pero mientras el Poder Judicial se mantenga independiente, es un país donde podemos confiar que va a haber justicia”. Rubenia Galeano. Asociación de Jueces por la democracia.

Esos breves relatos jocosos llamados chistes, lo retratan en todo su esplendor. Verbigracia uno: “Durante un juicio en un pequeño pueblo, el abogado acusador llamó al estrado a su primera testigo, una mujer de avanzada edad. El abogado se acercó y le preguntó: Señora Fortunati: ¿sabe quién soy? Ella respondió: Sí, lo conozco señor Sanny. Lo conozco desde que era un niño y francamente le digo que usted resultó ser una gran decepción para sus padres. Siempre miente, cree saber de todo, es muy prepotente, abusivo, engaña a su esposa y lo peor de todo, manipula a las personas. Se cree el mejor de todos cuando en realidad es un pobre hombre. Sí, lo conozco… El Abogado se quedó perplejo, sin saber exactamente qué hacer.

Apuntando hacia la sala, le preguntó a la señora Fortunati: ¿Conoce al abogado de la defensa? Nuevamente ella respondió: Claro que sí, yo también conozco al señor Pérez desde que era un niño. Él es un flojo y medio raro, y tiene problemas con la bebida. No puede tener una relación normal con nadie y es el peor abogado del Estado. Sin mencionar que engañó a su esposa con tres mujeres diferentes, una de ellas la esposa suya, ¿recuerda? Sí, yo conozco al señor Pérez. Su mamá tampoco está orgullosa de él. El abogado de la defensa casi cae muerto. Viendo el descalabro en la sala, el juez llama rápidamente a los dos abogados para que se acerquen al estrado, y les dice: “Si alguno de ustedes le pregunta a esa vieja si me conoce, ¡los mando a la silla eléctrica a los dos!”. A dos años de mi ansiada jubilación -si Jehová así lo permite-, seguiré luchando por contribuir a formar dignos profesionales del derecho, antítesis de esos que dan vergüenza.

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