RESENTIMOS ESE TRATO

PASADA la sensación de los primeros días –cuando era granjeable opinar– poco interés se muestra de parte de los políticos por la suerte de los compatriotas que partieron en caravanas. Se aburrieron. No así en este periódico o en su espacio editorial, donde hemos dedicado incontables artículos al tema, no solo ahora que cobra dimensiones escandalosas, sino durante todo este tiempo atrás. Cuando los más del millón de compatriotas se fueron solos, o en grupos pequeños, sin hacer olas, a lo largo de todos estos años. Allí estuvimos acompañándolos, no solo abogando por sus derechos sino compartiendo sus penas. Gestionando el TPS, la moratoria para evitar deportaciones, y martillando sobre la necesidad de una reforma migratoria que les dé una respuesta digna, humanitaria y permanente. Nos entristece el trato que han recibido a lo largo de su travesía en los países vecinos.

Ello porque a Honduras –cuando en la década perdida el área centroamericana se consumía en cruentos conflictos internos, cuyos efectos rebasaban las líneas limítrofes– le tocó ser magnífico anfitrión de unos 350 mil refugiados que, huyendo de su desgracia, se alojaban a lo largo de los tres cordones fronterizos con El Salvador, Guatemala y Nicaragua. Aquí –auxiliados por ACNUR– encontraron refugio nuestros hermanos en apuros. El país cargaba con el éxodo de toda esa gente huyendo de la violencia y el disenso ideológico. Del enfrentamiento entre dictaduras y los movimientos guerrilleros peleando por el poder. O cuando en Nicaragua le dieron vuelta a Somoza, aquí llegaron los exiliados nicaragüenses. Pero no solo quienes buscaban refugio seguro, sino los que se alistaron en el movimiento contrarrevolucionario apoyado por los Estados Unidos en su lucha contra “el comunismo” durante la temporada más glacial de la guerra fría. Aquellas no eran caravanas en tránsito. Fueron riadas de centroamericanos que incluso desplazaron a los mismos hondureños de sus tierras y de sus hogares. No podían quedarse en medio de semejante ajetreo armado, sin poner en peligro sus familias, por lo que tuvieron que salir del país. Se fueron muchos para los Estados Unidos. Sin embargo, Honduras fue anfitrión solidario. De esto pueden dar fe muchísimos que aquí estuvieron y pudieron regresar a sus países de origen una vez sofocados los enfrentamientos violentos. Cuando la salida política electoral y democrática acabó con aquella pesadilla.

Decimos lo anterior ahora que nos enteramos que “vecinos del poblado guatemalteco de Tecún Umán, fronterizo con México, desalojaron el domingo a cientos de migrantes hondureños que llegaron en caravana obligándolos a replegarse a un puente fronterizo”. “En los últimos días los vecinos del área empezaron a mostrar malestar por la presencia masiva de migrantes en las áreas públicas del lugar”. Mientras, allá en Tijuana, el alcalde advirtió que han dado ayuda, pero que “no comprometerá los servicios públicos para lidiar con 4 mil 976 migrantes que han llegado a la ciudad ni tienen cupo para darles el espacio digno para refugiarlos”. Los calificó como “una bola de vagos y mariguanos”. Si bien algunos de los peregrinos han demandado en forma airada que les brinden atenciones como obligación –y otros no han mostrado el comportamiento deseado como huéspedes que son en territorio ajeno– la inmensa mayoría se ha mostrado agradecida por cuanta asistencia se les ha proporcionado, en su tránsito por distintas comunidades. Sin embargo. “Un centenar de vecinos bajaron a la playa donde han acampado para exhortarlos que se marchen: “Los mexicanos no tenemos trabajo, necesitamos empleo, empleos que les están dando a ellos. Que se vayan a Estados Unidos, no tenemos suficiente solvencia para tenerlos aquí”. Resentimos ese trato. Nada de eso dijimos aquí cuando albergamos a esos 350 mil refugiados de los países vecinos.