Por Héctor A. Martínez
(Sociólogo)
En una interesante visita a El Salvador, fuimos testigos de la festividad electoral que reina en este momento, y nos ha sorprendido la extravagancia y la peculiaridad de los personajes que ahora participan en la pugna plebiscitaria de ese pequeño país centroamericano. Y no pudimos evitar caer en la tentación de hacer ciertas comparaciones con algunos políticos de la oposición hondureña, sobre todo porque existen matices que nos obligan a cotejar las circunstancias entre los protagonistas de la política de ambos países. Y he aquí el balance: la figura del advenedizo, en este caso la del sorprendente Nayib Bukele de Nuevas Ideas, frente al de su talla partidista, Salvador Nasralla; y la del exguerrillero Hugo Martínez del FMLN, de cara a la imagen de Manuel Zelaya Rosales, cuya predilección izquierdista, es de todos conocida.
Lo forzado de esta comparación estriba en que Nasralla, al igual que Bukele, son novicios en estas lides, pero el salvadoreño es mucho más diestro para manejar las relaciones públicas, razón por la cual se encuentra en el primer lugar de las preferencias. El parangón de “Mel” con Martínez, es porque el discurso del líder de Libre guarda una aparente equidistancia ideológica con el FMLN, aunque se trata de meras ficciones: Hugo Martínez peleó una guerra en las montañas, y “Mel” no pasó de tirar balas contra dianas improvisadas en su hacienda.
Entre Bukele y Nasralla existen semejanzas de ascendencia, pero la brecha que prima entre el joven empresario salvadoreño y el veterano presentador de la televisión es bastante amplia en términos de inteligencia estratégica. Inherente a Bukele, no solo juega su aspecto de jugador de la liga española de fútbol, con su barba tipo “Isco” que atrae la atención de los jóvenes, sino también los atuendos que van, desde el uso de zapatillas tenis hasta pantalones tipo vaquero. Es decir, los “estrategas” del marketing del líder salvadoreño saben hacer su trabajo; explotan la facha del candidato, a sabiendas que la pirámide poblacional salvadoreña es más ancha entre los grupos etários de 18 a 40.
Aunque Bukele también utiliza un lenguaje cargado de sátiras contra los partidos tradicionales, lo hace sin sulfurarse: habla como un “chavo” y se comporta como tal, en las redes sociales. Además se mueve bien en los escenarios: es bastante relajado y fresco, no irritable como Nasralla. Su ironía politizada se traslapa con la indignación que sienten los jóvenes frente al fracaso de los políticos que, en el caso del FMLN, hace varios años que han roto el pacto original de crear una sociedad más justa y equilibrada. Y ahí están las encuestas que hablan.
Para Hugo Martínez, el discurso revolucionario quedó petrificado en los poemas de Roque Dalton. Le vi en TV hablando de impulsar los polos de desarrollo -la versión salvadoreña de “ciudades modelo” de Paul Romer-, no de nacionalizar empresas ni de fustigar a los empresarios con tasas impositivas; tampoco lanza lemas setenteros contra el imperialismo yanqui. Había en su tono una convicción de que la laboriosidad del salvadoreño tiene que ser compensada con el éxito y la riqueza individual. No se parece en nada al discurso vacuo de “Mel” cargado de consignas chavistas y de una moral antiburguesa que no le sienta nada bien.
Desde luego que estas comparaciones de apariencia somera y, como anticipamos, forzadas, no se encuentran alejadas de la realidad. Las posibilidades de los dos líderes de la oposición hondureña son bastante tenues de cara al futuro electoral, aunque “Mel”, más diestro que Nasralla, habrá de terminar sus días de político saboreando los réditos en la Cámara Legislativa, pasando la lluvia pero con la fe puesta en la reelección. Y Nasralla, con la energía a la baja, disipará todo intento de volver por los fueros, una vez convencido que, para entrar a la arena política, se necesita sagacidad y entendimiento. Pero habrá aprendido que la política no fue hecha para él, ni él para la política.