La era del estropicio

Por: Julio Raudales

En los países que prosperan, las reglas del juego social están diseñadas para que quienes ocupen el poder, es decir, aquellas personas que representan a la ciudadanía sean las mentes más brillantes y los espíritus más nobles. Claro está que de vez en cuando se cuela algún impostor con corazón de sátrapa que pronto es exhibido y dado de baja.

En esos países, los liderazgos se decantan como “primus inter pares”, los primeros entre iguales, quienes de un modo natural sobresalen. Son líderes, justamente porque ven lo que los demás no pueden ver. Entran al futuro, penetran el porvenir, tienen una visión, saben hacia donde llevar al conglomerado social.

Por otro lado, en las naciones que se hunden en la miseria, en la decadencia, en el apocalipsis, ocurre justamente al revés: quienes están en el poder no son los más aptos, ni los más nobles, ni los más virtuosos, sino los más cínicos y desvergonzados. Son, entre todos los delincuentes, los más avezados, los más despiadados. ¡En fin!, los que ejercen el poder del modo más desalmado y cruel.

En los últimos 70 años, muchos países han salido de la pobreza y se integraron al mundo civilizado de manera exitosa: Corea y Singapur en Oriente; Chile y ahora Perú en Latinoamérica; Botsuana y Kenia en África subsahariana; son buenos ejemplos de cómo se pueden generar transformaciones positivas en relativamente poco tiempo.

En todos ellos, sin excepción, el cambio se generó en dos pasos consecuentes y armónicos: primero, la irrupción de reglas que permitieron adecentar los liderazgos y llevar al pináculo a aquellos que por sus méritos deben estar allí. En segundo lugar, la adopción de sistemas educativos incluyentes, efectivos y acordes a las necesidades sociales de cada momento.

Lamentablemente en Honduras hemos perdido la ruta y los acontecimientos políticos actuales parecen alejarnos de la posibilidad de dar estos dos pasos, tan necesarios para salir del entuerto social en que nos hemos mantenido desde tiempos ancestrales.

Cualquier expectativa sobre un cambio inteligente en el diseño de nuestra democracia quedó desmigajada en el cierre de la anterior legislatura. El primer mes del año se nos fue sin cambios serios en la Ley Electoral y más bien con un abyecto acuerdo inter-partidario, muestra del secuestro del que somos objeto. No habrá entidad electoral ciudadana, ni segunda vuelta y lo que es peor, todo parece indicar que lo único que se busca es legitimar la violación flagrante al contrato social.

Y si de educación hablamos, febrero presenta a los estudiantes los mismos retos, aunque más agravados que en años anteriores: casi un millón de chicos y chicas menores de 18 años fuera del sistema escolar. Ya para el 2018 fueron 80 mil los estudiantes de básica y media que desertaron por falta de seguridad personal y financiera. Pero el presupuesto para escuelas y colegios decrece en términos relativos para privilegiar el gasto en armamento, barcazas y aviones que de poco sirven para detener la ola criminal.

¿Qué van a hacer estas tristes personitas? ¿Rebuscarse la vida en el basural de un mercado laboral que no es afecto a ellos ni a nadie? Deberíamos pensar mejor qué hacer con los recursos que tan eficientemente esquilma la entidad tributaria de los bolsillos ciudadanos. No hay mucho tiempo para gastarnos en lujos incoherentes con la miseria de este país.

Si de la formación profesional se trata, las cosas ameritan cambios radicales: Ya el COHEP instó a sus agremiados a no seguir pagando sus cuotas al INFOP. Hay que repensar la manera en que formamos a nuestros trabajadores. Ya su director, ha traído un balón de oxígeno a la institución, apuntalándola con nuevas ideas. Pero hay que arrancar los problemas de raíz. Solo así se podrá solventar el déficit de empleo que nos ahoga.

Pareciera que dos décadas de estropicio y malversación de oportunidades, solo han servido para acrecentar las malas acciones de quienes nos gobiernan. Ni el huracán Mitch, ni el truculento golpe de Estado de 2009, sirvieron para aprender la lección y tomar decisiones más inteligentes. Tal parece que dar coces contra el aguijón es la manera de asimilar con más encono las malas decisiones de la clase política.

Economista y sociólogo, vicerrector de la UNAH.