En Danlí encontró la muerte exdictador salvadoreño

Por: Luis Alonso Gómez

Las dictaduras en América Latina encabezadas por caudillos durante el siglo XX fueron el principal azote de sus pueblos bajo un sistema autoritario y represivo que no daba lugar al reclamo popular so pena de ir a parar con los huesos a la cárcel, el destierro y el entierro. Las dictaduras de derecha son tan dañinas como lo son ahora las de la extrema izquierda, estacionadas en Venezuela, Nicaragua, Cuba y Bolivia, regidas por gobernantes de corte “democrático”, según su propio criterio, pero sin libertad de expresión y elecciones supervisadas.

El 26 de octubre de 2003 escribí un artículo referente a los años aciagos de las dictaduras en América Central que, como una maldición se entronizaron en el poder desde los años 20 del pasado siglo. Fueron tiranos que la historia recuerda como dictaduras nefastas que derramaron sangre con el único propósito de mantenerse en el poder, mientras sus pueblos permanecían estancados, en la pobreza y la miseria.

La mayor parte de los dictadores latinoamericanos murieron en el exilio. Los de la América Central, algunos tuvieron un final tal como vivieron y lo hicieron con sus pueblos. Anastasio Somoza García (Tacho) defensor de los intereses norteamericanos, fiel al “imperio”, radical y enemigo acérrimo del comunismo.

En 1934 propicio la muerte de Augusto César Sandino. En 1937 destituyo el presidente y se instaló en el poder, participó en el derrocamiento de Jacobo Arbenz Guzmán, de Guatemala para favorecer los intereses de las bananeras que ocupaban la mayor parte de las tierras fértiles de aquel país.

Tacho fue asesinado en León, por Rigoberto López Pérez en 1956. Le sucedieron en el poder su hijo Luis, luego vendría una sucesión presidencial dirigida por la Dinastía somocista hasta culminar con Anastasio Somoza Debayle, quien fue derrocado por la revolución sandinsista en 1979. Somoza murió asesinado en el exilio en Asunción, Paraguay en 1980.

Tiburcio Carías Andino tomó el poder en 1933 y lo entregó a su sucesor tras 16 años en el poder en 1949. La dictadura del Cariato se caracterizó por la represión en contra de sus adversarios políticos muchos de ellos encarcelados, desterrados y otros enterrados. Sus últimos años los vivió con tranquilidad en la solariega Zambrano y su casa en Tegucigalpa ubicada frente a la Sanidad. Murió en 1969.

Jorge Ubico de Guatemala, tomó el poder con apoyo norteamericano en 1931. En 1933 hizo fusilar más de un centenar de opositores, fue derrocado en 1944 y murió en el exilio en Estados Unidos en 1946.

En Costa Rica, el mandatario Teodoro Picado trató de imponer como candidato a Rafael Ángel Calderón, habiendo ganado las elecciones presidenciales el periodista Otilio Ulate Blanco, provocando la revolución de 1948, encabezada por José Figueres Ferrer. Lo positivo de esta revolución fue haber abolido el Ejército y sostener a través de los años un sistema democrático de alternancia en el poder y ejercicio de la presidencia.

El dictador salvadoreño Maximiliano Hernández Martínez, también tuvo lo suyo y junto a los dictadores descritos tiene también una historia mancada de sangre. Sobre este turbio personaje de la historia Centroamericana, Willian Krehm, corresponsal de la revista “Time”, en su libro Democracias y Tiranías en el Caribe, nos ilustra sobre la vida y orígenes del dictador salvadoreño que vivió los últimos años de su vida en el fértil valle de Jamastrán.

Dice Krehm, que los orígenes de Hernández Martínez, están envueltos en la oscuridad. Nació en San Matías, pueblo de El Salvador, de humilde familia india. La mayor parte de su niñez la pasó como aguador, fue un joven estudioso y de algún modo se las ingenió para ingresar a la Academia Militar de Guatemala. De regreso a El Salvador entró al Ejército, estudió leyes durante un año en la Universidad.

Esta bocanada de aprendizaje removió en su alma una profunda sed de saber. Halló una manera fácil de satisfacerla en la Teosofía. Se hizo vegetariano. Fue durante este período que formuló el principio que habría de guiar su carrera. “Es un crimen más grande matar a una hormiga que a un hombre, porque el hombre al morir reencarna, mientras que la hormiga muere definitivamente”, así pensaba Maximiliano Hernández Martínez.

Maximiliano Hernández Martínez se hizo del poder en diciembre de 1931 al derrocar al presidente Arturo Araujo; ya en el poder se convirtió en el ídolo de las oligarquías. Esta situación fue creando problemas sociales por la problemática económica.

El joven intelectual Agustín Farabundo Martí, antiguo secretario de Augusto César Sandino y sus seguidores presintieron que era un campo muy propicio para expandir sus ideas políticas. Al principio Hernández Martínez les aflojo la cuerda. En 1932 unas monjas revelaron donde se ocultaban Martí y sus camaradas y todos fueron ejecutados. Según datos de historiadores más de 30 mil campesinos salvadoreños fueron fusilados por el dictador.

Después de abandonar el poder tras una huelga general, el dictador salió al exilio. En 1952 llegó a Danlí donde fijo su residencia, instalándose en una casa propiedad de Gabriela Alvarado, donde actualmente funciona el Centro de Rehabilitación.

Viviendo en Danlí se hizo de varios amigos, entre otros, Adriano Montenegro, Cosme García y Casto Valladares, además le acompañó una familia salvadoreña de apellido Araujo con la que tenía algún parentesco.

Ya instalado en esta hospitalaria zona, el exdictador adquirió algunas propiedades en el fértil valle de Jamastrán, teniendo a su servicio varios trabajadores en labores de agricultura donde cultivaba algodón en el sector conocido como Las Lomas.

Doña Raquel Torres de Hernández (QDDG) durante una entrevista realizada por la corresponsalía de este rotativo, recuerda que Hernández Martínez, siempre llevaba consigo un péndulo, era como un amuleto. Nos consideró como parte de la familia por llevar el mismo apellido. Doña Raquel recordó, que la gente del valle nunca lo considero una mala persona. Otro de los recuerdos de la dama, fue que cada vez que echaba una gallina para empollar huevos, el general le decía que con su péndulo probaría si los huevos estaban en buen estado, cosa que resultaba cierta y no se perdía ninguno.

Siempre dijo que nunca regresaría a El Salvador, le gustaba el trabajo, realizaba a lomo de mula el recorrido por las tierras que cultivaba, fue un buen conversador, a la gente de aquí nunca le interesó lo que hizo durante su vida política. Lo que siempre dijo a sus amigos cercanos era que se sentía perseguido, no por la gente de aquí, sino de las personas que venían del otro lado, por eso pienso que el péndulo que llevaba consigo, no le pudo advertir que el peligro estaba en su propia casa, recordó doña Raquel.

Un martes sin precisar el mes y fecha pero el año si lo recordó, fue 1966, la gente al notar que no salía de la casa, varios curiosos se acercaron al lugar y dieron cuenta que estaba muerto, ya se encontraba en estado de descomposición. Su hijo Max, lo introdujo en una caja y lo llevo en una avioneta a El Salvador.

El dictador que durante su mandato cobro la vida de miles de compatriotas, tuvo bajo su techo al verdugo que le quito la vida. Su chofer José Cipriano Morales, también de origen salvadoreño. Así terminó la vida del dictador en tierra de paz donde vivió por muchos años. Está sepultado en una tumba desconocida en su país.