Señalamientos indecorosos

No puedo rebajarme de ser un embajador del reino de Dios, para convertirme en un simple político terrenal (Efesios 6:20), porque esa no fue la misión que el Señor le encomendó a sus discípulos, sino que les envió a predicar y enseñar lo que Él proclamó (Mateo 28:19).

Por Mario E. Fumero

El hecho de atacar a una persona por su nacionalidad, color de la piel o creencias se considera un acto indecoroso, discriminatorio y denigrante, máxime cuando el que lo hace es un ministro del evangelio.

Recientemente cierto pastor que tiene ambiciones políticas, al referirse a mi persona, porque defiendo el estado laico, y sostengo que los ministros religiosos no deben de intervenir en política, me señaló afirmando que “como extranjero” no tengo derecho a opinar de sus pretensiones de aspirar a un cargo de elección popular, y promueve que el Congreso anule de la Constitución el artículo 77, que prohíbe a los que ejercen una función religiosa, participar en elecciones con fines políticos.

Es cierto que no nací en Honduras, aunque he vivido por 50 años, pero también es cierto que como cristiano, no tenemos una ciudadanía terrenal (Filipenses 3:20), sino que como dice San Pablo; “nuestra ciudadanía está en los cielos”. También es cierto que como extranjero no puede antevenir en asuntos políticos internos, pero también es cierto, que como hijo de Dios, y embajador del reino de Jesús, no debo de inmiscuirme en los negocios de este siglo (2 Timoteo 2:4), igual que lo deben de hacer todos los ministros del evangelio. Dios me llamó, y me trajo a Honduras para predicar el reino de Jesús, y no un reino terrenal. Me trajo para proclamar la grandeza del reino de los cielos, y defender el papel de la iglesia, que es predicar el evangelio y llamar a los seres humanos al arrepentimiento, porque solo así podremos cambiar el sistema. Somos llamados a cambiar vidas, no sistemas humanos.

No puedo rebajarme de ser un embajador del reino de Dios, para convertirme en un simple político terrenal (Efesios 6:20), porque esa no fue la misión que el Señor le encomendó a sus discípulos, sino que les envió a predicar y enseñar lo que Él proclamó (Mateo 28:19). No puedo traicionar la verdad bíblica, ni mis convicciones, para apoyar a hombres, que como Judas Iscariote, buscan el poder y la riqueza, aunque para lograrlo tengan que traicionar a su maestro. Usar el término de “extranjero” despectivamente para descalificar un principio bíblico es un acto indecoroso de un siervo de Dios, porque la nacionalidad nada tiene que ver con los principios universales del reino de Dios.

En mi posición como ministro defenderé hasta más no poder estos dos principios básicos: la herencia histórica de los próceres de la patria, como Dionisio de Herrera y Francisco Morazán, que promulgaron un estado laico cuando fueron víctimas de un golpe de Estado promovido por los religioso, y sobre todo, no puedo traicionar los principios de mi Maestro y jefe, Jesucristo, que me dijo que no se puede servir a dos señores (Mateo 6:24), y que su reino no es de este mundo (Juan 18:36). Por lo tanto defender el estado laico como una garantía de libertad de conciencia, y la apoliticidad de la iglesia como principio doctrinal básico, y esto nada tiene que ver con el origen geográfico, porque los principios del reino de Dios son universales.

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