Políticos y libre opinion

Por: Benjamín Santos

En más de 25 años de escribir para el público en este querido periódico, no he acostumbrado hacer alusiones personales a los políticos que actúan en la palestra pública. Las razones son obvias: si se habla en mal los seguidores del personaje dirán que se le ataca por algún interés personal para dañar su carrera y si se hace en bien se dirá que se le alaba para conseguir algún favor en el presente o en lo porvenir. Quienes me conocen saben que mi comportamiento está muy lejos de ambos extremos. Nunca he acostumbrado alabar o denigrar a alguien para darle salida a un interés personal.

Sin embargo, considero necesario que se analice la personalidad, la trayectoria y las intenciones de quienes aspiran a alcanzar y ejercer el poder del Estado que es lo que se entiende por política en sentido maquiavélico. En la vida de una persona se diferencia su vida privada y su vida pública, la primera merece todo el respeto, pero la parte pública de su personalidad está expuesta al análisis de sus limitaciones, virtudes y defectos que posteriormente se reflejarán en sus acciones de gobierno. No me parece correcto que por interés o por lo que sea se evite que el pueblo elector conozca a tiempo las virtudes y defectos de las personas por quienes se le llamará a votar.

Por supuesto que el tema es delicado, porque no existe una barrera visible que nos permita visualizar la diferencia entre lo privado y lo público de un político. Las sorpresas vienen después cuando el candidato ha sido electo y queda expuesto de cuerpo entero a la vista de todos como en el cuento sobre el vestido del rey. Alguien se hizo pasar por sastre en la corte y ofreció hacerle un traje al rey tan perfecto que casi no sería visible. Llegado el día señalado se subió el rey en una carroza y se le hizo pasar entre sus súbditos para admirar su traje. Todo iba bien hasta que un niño exclamó que el rey andaba desnudo, cosa que todos habían visto, pero nadie se atrevía a proclamarlo para no apartarse de la opinión general.

Viene el momento en la vida político-electoral del país en que saltará a la palestra una gran cantidad de candidatos a los cargos de elección popular en los tres niveles de la estructura del sistema político. Creo que la participación en la vida política del país requiere dos requisitos: una vocación natural para ejercer la autoridad sin abusos ni debilidades y una preparación intelectual, moral y social a fin de contar con los medios que les permitan realizar una buena labor. Todo sin omitir una trayectoria que esté a la vista de todos y donde no haya vacíos ni lugares que para no perjudicar al candidato haya que ocultar. Si eso ocurre que el candidato real o supuesto permanezca en la vida privada que le será respetada mientras no aparezcan actos violatorios de la ley.

Por varias razones me mantendré en mi línea de conducta. No escribiré ni en bien ni en mal de los candidatos, aunque tenga razones en algunos casos para apartarme de esa conducta. Haré sin embargo juicios de carácter general y cuando me toque decir que ninguno de los candidatos a la Presidencia tiene algo nuevo y digno que ofrecer, lo diré. Espero que no ocurra y que la decadencia que vive el liderazgo nacional se supere y que sin saber de dónde ni cómo aparezcan de repente líderes que nos devuelvan el entusiasmo y la confianza en el futuro del país.

Dios quiera y quienes quieran ayudarlo que esa peste que ha carcomido al liderazgo nacional desaparezca. Me refiero a la mediocridad y a la corrupción. Dios nos libre de volver a elegir a personas vulnerables a la tentación de apropiarse del dinero y los bienes públicos para provecho personal. No importa que sean mediocres, pero que sean honrados. La mediocridad se resuelve si el gobernante en un gesto de humildad se rodea de gente más preparada que él. Lo hizo el general Manuel Bonilla consciente como estaba de sus habilidades en el campo político-militar, pero no en las técnicas propias de cada campo del oficio de gobernar.

Queda hecha y ratificada la promesa: No haré alusiones personales en mis artículos ni para bien ni para mal para evitar que alguien me enmiende la plana y que se me vaya a interpretar mal. Palabra de hombre viejito.

benjamí[email protected]