MALETAS LISTAS

EL galón de gasolina rozará la banda de los 99 lempiras en Tegucigalpa y sus alrededores en el contexto del onceavo aumento consecutivo. Menos mal que ya se aproxima el larguísimo asueto de la Semana Santa y el amable público va a divagarse en turismo interno, como para que le incomode que cueste más la luz, el grosero racionamiento de agua en la capital o lo que paga por el galón de gasolina.
Los burócratas disfrutarán de un prolongado feriado y no tan largo, pero parecido, los trabajadores del sector privado. No hay quien no haga los preparativos para estar preparado, con maletas listas cuando toque la hora de partir. Los incendios forestales que este año fueron incontrolables, aparte del humo y la tóxica contaminación que propaga las alergias y las enfermedades de las vías respiratorias, asestaron un golpe duro a los pulmones con que cuenta la ciudad capital. Pero igual de feo ha estado la quemazón en otras partes de la geografía nacional.
No hubo ningún pirómano que cayera para darle su escarmiento y que sirviera de ejemplo al momento de aplicarle todo el peso de la ley. Solo los llamados incesantes de la autoridad para que la gente denuncie y, con suerte, quizás atrapar alguno. De cualquier forma, son factores exógenos que no se pueden evitar. El país no produce petróleo y todo lo que se consume es importado. No está sentado, como los venezolanos, sobre reservas inagotables de crudo. (Ironía que a aquel pobre pueblo empobrecido y arruinado por la autocracia, de nada le sirva toda esa riqueza natural. Así que ni a los precios caros que se paga hoy por el barril, pueden aprovechar su más preciado recurso estratégico. Aquí cabría decir que Dios le da pan al que no tiene dientes. O en el caso de los venezolanos a los que Nicolás y su pacotilla les sacaron todos los dientes). Nosotros en cambio, no poseemos esos tesoros. Se depende del vaivén del precio en el mercado internacional. De los precios que fijan los alagartados de la OPEP. Solo toca economizar lo caro. Hacerle caso a la campaña de ahorro energético que lanzan para hacer conciencia sobre la imperiosa necesidad de no derrochar y corregir los malos hábitos de consumo. Los capitalinos no tardan en salir despavoridos a las playas, a los centros de recreación, a los oasis de entretenimiento, huyendo de la ingrata atmósfera que se respira en la ciudad.
Uno que otro agarrará para los pueblos a disfrutar de los cuadros vivos de ocasión, acudir a las procesiones y a las iglesias, admirar las alfombras de aserrín. Si refrescar el espíritu no fuese bálsamo suficiente, lo rural alivia con solo la posibilidad que ofrece de respirar el aire fresco. No hay mejor remedio para cualquier dolencia que la apacible serenidad que brinda el campo. Con sus cuadros multifacéticos de abigarrados colores. Cambiar de ambiente, es urgente para botar estrés. Salir de la rutina cotidiana, olvidar las penas, con la esperanza que alguna solución habrá a los problemas y salida a los apuros. La gente anda de mírame y no me toques. Pero la Semana Santa es temporada para encontrar esperanza en la fe.