LA LLAMADA: UN MUSEO DE MONSTRUOS

Dennis Arita
El mundo según Kalton Bruhl y George Millar es un sitio monstruosamente divertido. La llamada (JK Editores, 2019), colección de cuentos escrita a cuatro manos por estos dos narradores capitalinos, es un perverso y entretenido paseo por un museo de fantasmas malévolos, monstruos que vuelan o reptan, ancianos perturbados y los engendros más perniciosos de esta escalofriante galería: los individuos solitarios.

Trampas y espectros

En sus 26 relatos, La llamada pasa sigilosamente del cuento de fantasmas que abre la colección a las historias de horror cotidiano que cierran el volumen. La protagonista del cuento que da nombre al libro contesta la llamada telefónica de una misteriosa niña sin saber que la espera una trampa aterradora. Los autores usan astutamente los tiempos verbales para eludir otro tipo de trampa: la del narrador en primera persona y en tiempo pasado que al final desaparece.
Solitaria como la narradora de “La llamada” es la anciana protagonista de “Sfumato”, cuento que entreteje dos niveles narrativos aparentemente discordantes: el de la telenovela que la enfermera desea ver y el del hospital donde la anciana agoniza. Los autores cierran “Sfumato” con ironía: “Cuando se reanudó el programa observó con desilusión que estaban transmitiendo un capítulo repetido” (p. 18).

Lo mejor para el final

“Cuervos” emplea el cliché del judío tacaño para recrear sarcásticamente la leyenda del gólem. El narrador, hábilmente construido por medio de amenos chistes (“me insultó por ser un tacaño y lo amenacé con sacarlo de mi testamento. Tarda algún tiempo en contestar, aunque finalmente acepta la llamada con cobro revertido”, p. 37), le hereda, tontamente, un monstruo a su inútil hijo. Aunque el viejo es un miserable, su estupidez no le sale barata.
Los cuentos finales son tal vez los más divertidos y mejor logrados del volumen, modelos de sagaz manejo del diálogo y del humor macabro. “Telarañas” es quizá un remake de un corto de Creepshow, de Stephen King, donde el marido, solitario y humillado, no se venga usando un primate asesino, sino una araña gigante. Otro marido, también solitario y humillado, se une a un anciano, en “Caza nocturna”, para cazar demonios. No es raro que uno de esos diablos sea abogado: Bruhl tiene veinte años de ejercer la abogacía. En el sorprendente “Formicación”, un padre emplea una astuta maniobra para manipular las neurosis de su hija. Tras su ligero ropaje de diálogos ocurrentes, “Formicación” esconde observaciones agudas: “Siempre había tenido la firme convicción de que cualquier persona medianamente educada era capaz de resolver sus problemas mentales a fuerza de voluntad. Además era más barato” (p. 123).
Rebosante de humor, poblado por horrendas criaturas de la noche y por individuos perturbados que podríamos encontrarnos a la vuelta de la esquina, La llamada es una rareza: una celebración de nuestros miedos.