Víctor Hugo y “Notre-Dame”

Por: Segisfredo Infante
En el primer instante que me enteré del incendio de la catedral arquidiocesana en el corazón de París, busqué comunicarme con mi amigo José Antonio Funes. El poeta y ensayista, que reside por allá, me confirmó la tremenda desgracia, siendo testigo casi directo de esta tragedia histórica y cultural del “Mundo Occidental”. Inmediatamente pensé en el nombre de Víctor Hugo, razón por la cual José Antonio me confirmó que gracias a la publicación de una novela famosa de este autor gigantesco, es que los parisinos habían decidido conservar las edificaciones góticas de la capital francesa, y comenzar el penúltimo proceso de restauración creo que desde el año 1845.
De hecho los revolucionaros franceses del año 1790, invadieron y desacralizaron los predios de aquella catedral simbólica, profanando la imaginería; ahuyentando a los sacerdotes; robando y dispersando sus bienes religiosos. Atentando contra el principio de fraternidad y contra ellos mismos. Pues los revolucionarios habían perdido de vista los ocho siglos de “Historia” que contenían las piedras de la magna iglesia gótica, cuya construcción había comenzado a mediados del siglo doce, es decir, en el año 1163. Durante los días intensos de la “Revolución Francesa”, los jefes de la misma la convirtieron en un almacén de alimentos. El primer ciudadano Napoleón Bonaparte, que vino a poner orden entre las filas de los revolucionarios que se calumniaban y asesinaban entre unos y otros, le devolvió la “Catedral de Notre-Dame” a la Iglesia Católica durante el año de 1802, llevando el concepto de República y de derecho civil ciudadano a casi todos los países semi-feudales europeos. Pero es con la publicación, en 1831, de la novela histórico-romántica de “El Jorobado de Nuestra Señora de París”, de Víctor Hugo, que la catedral vuelve a adquirir la enorme importancia simbólica que hoy contiene para todos los verdaderos occidentales.
Miremos mejor las cosas. En el mundo antiguo existieron, a mi juicio, cuatro enormes monumentos arquitectónicos que con el paso de muchos siglos se convirtieron en basamentos originarios subyacentes de la “Civilización Cristiana Occidental”, fundada y consolidada por el emperador franco-galo, Carlomagno, en la Alta Edad Media. Me refiero al Primer Templo de Salomón en Jerusalén; al Partenón de Atenas; al Museo de Alejandría con su Biblioteca; y al Foro Romano. Estos cuatro referentes de la antigüedad clásica mediterránea se encuentran interiorizados en el rico imaginario de los religiosos, los historiadores desprejuiciados, los filósofos y los arqueólogos conscientes de la cultura y civilización occidentales. Desgraciadamente el Segundo Templo de Salomón subsistente, fue incendiado por las tropas romanas del general Tito, y reducido a cenizas, varias décadas después, por determinación final maliciosa del emperador Adriano. En cuanto a la Biblioteca de Alejandría, ésta sufrió un proceso de saqueos y de destrucción gradual durante por lo menos seis siglos, a partir de Cayo Julio César.
No es, sin embargo, “Notre-Dame”, la iglesia gótica más bella de Europa. Ni tampoco la más antigua. Creo que la “Catedral de Reims”, siempre en Francia, es más hermosa y más rica desde el punto de vista arquitectónico y escultórico. Por cierto, la “Catedral de Reims” fue bombardeada por las tropas alemanas durante la “Primera Guerra Mundial”. Lo que pasa es que la catedral de “Nuestra Señora de París” reviste una importancia simbólica mayor por aquello de localizarse sobre el emplazamiento urbanístico posiblemente más antiguo de la civilización francesa como tal. Me refiero a la pequeña isla rodeada por el río Sena, en donde construyeron esa magnificencia gótica, durante la Baja Edad Media, unos siglos antes del “Renacimiento Italiano”.
Creo haber estado de pie frente a la iglesia “Notre-Dame” de París, unas tres o cuatro veces, bajo la impresión, sobrecogedora, de encontrarme rodeado por muchos siglos de “Historia”, tanto medieval, renacentista, moderna y contemporánea, en las cercanías del Barrio Latino, del Museo del “Louvre” y  del ya viejo “Jardín de las Tullerías”. No sé si algún día podré volver a visitar París. Sólo Dios lo sabe. Nunca imaginé que tal monumento arquitectónico pudiera quemarse por un siniestro natural o por la mano del hombre. Pues se trata, después del Vaticano, según mi punto de vista, del segundo centro simbólico de la mencionada “Civilización Occidental”. En el curso de los siglos y los años se han venido a sumar otros monumentos representativos como la “Torre del Big Ben” en Londres; o la “Estatua de la Libertad” en Nueva York.
José Antonio Funes me escribió que se sentía “muy triste” al ver la catedral en llamas, por los canales de televisión. No pudo soportarlo y dejó de contemplar la tragedia cultural. Por nuestra parte nosotros estábamos acurrucados en un rincón de Tegucigalpa sufriendo, desde lejos, la panorámica del siniestro. Lo único bueno fue la movilización espontánea del pueblo francés apoyando a los bomberos con sus cantos y oraciones. ¡!El pueblo. El pueblo: Resguardando, por fin, su patrimonio nacional y universal!!