El cultivo de caña de azúcar se caracteriza por su impacto positivo dentro del medio ambiente; con subproductos amigables, su requerimiento de dióxido de carbono (C02) y la liberación de oxígeno contribuye a mejorar el ecosistema, según expertos.
Sembrar una hectárea de caña de azúcar genera casi cuatro veces la cantidad de oxígeno que genera una hectárea de bosque.
La introducción de tecnología es cada vez mayor y fundamental para garantizar la protección del medio ambiente, por ejemplo, todos los ingenios tienen sistemas de control de emisiones ya sean de depuradores húmedos o ciclones secos.
Mientras, para la fertilización del cultivo se utilizan elementos naturales como la cachaza, entre otros, que nutren el suelo y que a su vez son los principales desechos sólidos de la producción de azúcar.
La alta productividad de la caña de azúcar se explica por su elevada eficiencia fotosintética en comparación con otros cultivos, que le permite una mayor utilización de la energía solar y consecuentemente, un mayor coeficiente de absorción del C02 atmosférico.
También entra el aporte ecológico como vía para aliviar el calentamiento de la atmósfera que se origina a través del llamado “efecto invernadero”.
Al encontrarse cubierto el suelo la mayor parte del tiempo, se evita la erosión causada por el viento y las intensas lluvias, incluso cuando se realiza el corte de la caña se dejan rastrojos en el suelo incorporando una mayor cantidad de materia orgánica.
Eso mejora la fertilidad del mismo reteniendo humedad, devolviendo nutrientes perdidos y ayudando al control de malezas, siendo así un cultivo sumamente provechoso y amigable con el medio ambiente.