¿QUIÉN dice que a POTUS no le funcionan sus amenazas para someter a la parte contraria? Acaba de funcionarle con México. Anunció que impondría aranceles progresivos a los artículos importados de aquel país y se mantuvo, en su cuenta de Twitter, volándole maceta al gobierno mexicano por no hacer suficiente atajando el ingreso de indocumentados por su frontera. Dijo que los mexicanos se han venido aprovechando de Estados Unidos en su intercambio comercial. Ya era hora de hacer entender a México, de ser necesario a coscorrones, o de lo contrario que las fábricas instaladas allá se mudarán para los Estados Unidos. Cuando tengan que pagar impuestos por meter sus productos al mercado norteamericano –dedujo– van a descifrar que les conviene trasladarse a los Estados Unidos y salirse de allá. Cuando Trump anunció la medida, AMLO le mandó una cartita recordándole “no soy cobarde, ni timorato, y lo mejor sería dialogar”. Sin embargo no es la primera vez que confronta hasta hincar a su frágil vecino.
Si POTUS no se detuvo con el norcoreano –apodándolo el “hombre cohete”– cuando disparaba misiles con ojivas nucleares. Amenazó con aniquilarlo. Una vez que lo ablanda corre a abrazarlo, cambia el tono bélico para acercarlo y negociar con el “buen amigo”. Inicia una guerra arancelaria con los chinos –que ya provoca pérdidas incalculables a ambos países– y la mantiene. Solo que los chinos no se quedan de brazos cruzados y responden también gravando los artículos que manda el imperio. En el debate público sobre el muro fronterizo y la renegociación de un nuevo tratado barrió y trapeó con Peña Nieto y, de paso, con el primer ministro canadiense. Fue a Europa a sacudir sus aliados de la OTAN y con Putin mantiene una relación de estira y encoge. Si ese es el pulso que mantiene con pesos pesados, AMLO no es contrincante. Apresurado mandó a su canciller a Washington a aceptar las condiciones impuestas por la Casa Blanca. Ello es, después de jurar que nadie le impone parámetros a la política exterior mexicana de pronto resulta otra cosa. El gobierno mexicano se compromete a desplegar 6 mil soldados para controlar el flujo de centroamericanos en su frontera sur. Y lo primordial, la imposición del “tercer país seguro” inaceptable hasta hoy para el gobierno azteca. “Aquellos que crucen la frontera sur de Estados Unidos a solicitar asilo serán retornados sin demora a México –bajo la política de POTUS de “remain in México”– donde tendrán que esperar la resolución de sus solicitudes”.
Pese a que Estados Unidos tiene leyes vigentes que garantizan a cualquier persona que cruza su derecho de solicitar asilo, quedando a la espera de una decisión judicial, ahora van de vuelta a esperar en México. En otras palabras, ya no es el muro fronterizo el que detiene, sino que todo el territorio mexicano equivale a una gran muralla de contención. Ah, y si México no cumple a satisfacción –advierte Trump– en cualquier momento vuelve a imponer el castigo arancelario. Sin embargo, AMLO festejó el arreglo como victoria, dizque evitó desactivar la amenaza arancelaria. Como respaldo de Washington a su Plan Integral de Desarrollo para crear una zona de prosperidad en los estados atrasados del sur de su país y los países del Triángulo Norte de donde procede la mayoría de los migrantes. Una especie de refrito del Plan para la Prosperidad al que la anterior administración estadounidense ofreció recursos millonarios de respaldo que nunca llegaron. Una vez que Trump ganó, ni cuche le hizo al plan propuesto por Obama. Por su parte el gobierno mexicano ofrecerá a los centroamericanos visas de tránsito y trabajo para los estados del sur de México. O sea, que las caravanas que ingresan deben quedarse allá abajo y ni se les ocurra llegar arriba porque en su frontera con los Estados Unidos es donde puyan el hormiguero.