Elsa de Ramírez
Para hablar de este personaje polifacético, como el mejor, lo hacemos para rendirle un postrer adiós y rescatar para la historia, algo de lo mucho que este hombre aportó para el engrandecimiento de Honduras a su paso por estas tierras que el gran Heliodoro Valle llamó “de pan llevar”.
Don Arturo, abogado de profesión y carpintero de oficio, incursionó en las diferentes disciplinas de la vida, lo que lo llevó a conocer casi todo el territorio nacional y numerosos países del planeta, fue un hombre afable, simpático, de estatura moral muy elevada, llenó su vida de méritos y virtudes que ahora que nos ha abandonado para no volver jamás, trataremos de rescatar, en honor al prestigio de su descendencia, que ahora acongojada llora su partida sin retorno.
Don Arturo fue un amigo entrañable de mi esposo, con quien compartió ideales y proyectos durante cerca de siete décadas, que los vinculó, ambos muy jóvenes.
Pero hay algo muy importante en la hoja de vida de este ciudadano, al que habrá que recordar siempre, porque fue un músico por excelencia, ejecutando toda clase de instrumentos, siendo un apasionado de la guitarra con la cual organizó duetos, tríos, cuartetos y hasta orquestas, como el también recordado artista don Toño Medina, trabajó intensamente en la formación de aquel conjunto musical que marcó historia en Honduras, durante más de tres décadas; tenía una voz exquisita y arrulladora, con la cual embelesaba a sus escuchas a través de las más potentes radioemisoras de Tegucigalpa. Compartió honores con el famoso trío “Los Catrachos” con Antonio Girón, Paco Zelaya, Arnaldo Laínez y Adán Fúnez Donaire, lo que encumbró mucho más su vocación y prestigio en este arte, con el que hizo gala de su talento utilizando el seudónimo Arturo Vedel, con el que conquistó lauros en la cosmopolita ciudad de México, ya que sus conciertos fueron aplaudidos multitudinariamente por aquellos hombres y mujeres del país azteca, que rigurosamente marcan el ritmo de los auténticos valores que pulsan sus habilidades artísticas, en los escenarios de los más prestigiados centros sociales de aquella gran ciudad.
Don Arturo también fue militar académico, pues formó parte de la recordada Guardia de Honor Presidencial en tiempos del general Tiburcio Carías Andino, cuyos miembros eran unos verdaderos caballeros cadetes, no solo por la impecabilidad de sus uniformes, sino por la conducta ejemplar que sus instructores les inculcaban para su comportamiento con la sociedad.
Una de las facetas más importantes en la existencia del abogado Matute González, fue precisamente su paso por la Dirección Nacional de Aeronáutica Civil, institución del Estado en la que trabajó día y noche, como contralor de Aviación Civil y Militar, lo que le sirvió para acrecentar el inmenso mundo de amistades que logró cultivar en su transitar por la vida. Fue poeta y compositor de música con auténtico sabor catracho, poemas y canciones que compartió entre otros con sus recordados amigos, José León Valladares, Noé Daniel Miralda, Servando Escoto Laínez y otros maestros de la música de aquellos tiempos de oro en que el bolero, el chachachá y el mambo hicieron su aparición en el continente.
Además fue un auténtico líder que aglutinaba primorosamente a quienes tenían la oportunidad de compartir honores con él, sobre todo cuando fue presidente de la Asociación Nacional de Jubilados y Pensionados del Poder Ejecutivo (ANJUPEH), organización gremial que condujo con el mejor éxito, por cerca de diez años, durante los gobiernos en el INJUPEMP del abogado David Mendoza Lupiac, licenciado Lucio Izaguirre y periodista Andrés Torres h., en el que logró organizar filiales en diferentes regiones del país, en las que también se inauguraron sus propios edificios sede; a él se debe la creación de la funeraria para los adultos mayores, de cuyo funcionamiento ignoramos su paradero.
En fin, con su fallecimiento en realidad ha dejado un vacío difícil de llenar, porque hombres como don Arturo Matute González no nacen todos los días en Honduras, ni en ningún otro lugar de la tierra, por eso, nosotros que tuvimos la agradable oportunidad de ser sus amigos, además de llorar su viaje al más allá, dedicamos estas líneas a su ilustre y recordada memoria en señal de gratitud, admiración y respeto, porque independientemente de todo lo anteriormente dicho, fue un hondureño solidario por naturaleza.
Un réquiem para este amigo y nuestras reiteradas demostraciones de sentimiento de dolor, para todos sus seres queridos diseminados por los cuatro puntos cardinales de la República.
Descanse en paz don Arturo, que la tierra le sea leve y que las siempre vivas del recuerdo permanezcan frescas en el lugar donde ahora se encuentra.
