Por: Benjamín Santos
Necesitamos recuperar el optimismo y la esperanza en una vida mejor, pero no después de la muerte. Necesitamos celebrar que formamos parte de un pueblo noble, que tenemos una ubicación geográfica envidiable que no hemos sabido aprovechar, que nuestro clima está lejos de las temperaturas extremas de otros lugares de la tierra, tenemos una diversidad cultural muy rica en la cual se combinan la herencia indígena, española y los aportes de las etnias garífuna y de raza negra. Tenemos una riqueza forestal que se niega a desparecer y, aunque hay animales que solo quedan en fotografía, todavía quedan restos de una fauna silvestre que no hemos podido destruir totalmente. Tenemos instituciones y organizaciones como la iglesia, algunas instituciones del Estado y organizaciones sociales a las cuales la corrupción no ha logrado destruir.
Tenemos una pléyade de escritores entre poetas, novelistas, historiadores, investigadores científicos que no son los primeros del mundo, pero son hondureños sobresalientes. Hemos tenido líderes políticos muy pocos, pero que podemos reconocer como conductores de la sociedad nacional en diferentes épocas. Podemos presentar una lista de educadores con verdadera vocación y que han dejado huella en sus alumnos no solo en la transmisión de conocimientos, sino sobre todo por el trabajo de formar el carácter y la personalidad de sus alumnos para que a su vez dejaran huella positiva en su paso por nuestra Honduras. Todos llevamos en nuestro recuerdo el nombre de algún buen maestro en las diferentes etapas del proceso educativo. Si me preguntan, sin forzar mucho mi ya cansada memoria, rindo homenaje a don Manuel María Fernández en los años de primaria, Óscar Morales en mis estudios de magisterio y al abogado Alejandro Rivera Hernández en la UNAH.
Los dos párrafos anteriores son para los optimistas, para quienes gustan ver a Honduras del lado positivo, pero no podemos olvidar a quienes disfrutan colocando a Honduras en primer lugar, pero por lo malo que tenemos. Vamos a satisfacerlos. De los 35 países de América tenemos el primer lugar en analfabetismo tanto de origen porque no fueron a la escuela o por analfabetismo funcional que incluye a quienes aprendieron a leer y escribir, pero lo olvidaron por no haber vuelto a leer ni los rótulos de la calle. Hay más de un millón de analfabetos, situación que no se encuentra en otro país. Tenemos el primer lugar en pobreza. De cada cien hondureños 60 son pobres y 40 viven en la miseria, es decir, que viven con un dólar al día con toda su familia. Tenemos el primer lugar en desempleo, si no me equivoco más de dos millones de hondureños están desempleados o subempleados.
Para seguir en la misma línea, nuestro nivel educativo es de los bajos de América, un tesoro para los políticos porque pueden manipular fácilmente a la población, especialmente en períodos electorales. Así se explica la multiplicación de los partidos, porque ser dueño de un partido o de una iglesia de las que cobran el diezmo, es un buen negocio. Explica por qué el pastor Barahona quiere mamar dos coyoles al mismo tiempo, cobrar el diezmo y gozar de un cargo de elección. Inteligente el hombre porque todo lo disfraza con el amor a Honduras.
Tenemos una enorme inestabilidad política y social. La desconfianza prevalece entre la población y el gobierno, pero también entre sectores de la misma población. Se puede mencionar a cualquier dirigente político y señalarlo como corrupto y todos lo van a creer. Pero también a nivel de la población acusando a cualquiera de delincuente y la gente lo va a creer. ¿Y la justicia? Dice Quevedo, el gran poeta español del siglo de oro que la justicia vino una vez al mundo y tan mal la trataron los hombres que se regresó a su lugar de origen, el cielo, mientras aquí seguimos hablando y decidiendo en su nombre. ¿Tenemos también el primer lugar en injusticias? Algunas juran que sí y si tomamos en cuenta que la justicia se aplica en un contexto social determinado, nuestras grandes desigualdades sociales, nos llevan a la injusticia. ¿O no?
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