Por Adán Hilario Suazo Molina
Coronel de Aviación (Retirado)
La lucha por el poder es una actividad ancestral, ejercida por la especie humana para obtener la supremacía, por ello los cromañones exterminaron a los neandertales, en esos tiempos cavernarios se luchaba por las zonas de caza, los campos de recolección y por poseer las hembras más reproductoras y capaces de criar y trabajar sin descanso, luego con el invento de los poblados, la agricultura y domesticación de animales, llegó el feudalismo, las conquistas, los imperios, hasta alcanzar la división política mundial de lo que hoy llamamos estados y el gran concepto de lo que orgullosamente reconocemos como civilización.
Pero la lucha por el poder, no es una actividad exclusiva de los humanos, también los animales lo hacen de una manera salvaje, luchan por razones de sobrevivencia, por comandar una manada o por ser el macho dominante del rebaño. Ante esta generalizada reflexión nos preguntamos: ¿Qué tan débil y delgada es la línea, que tantas veces hemos transgredido? Muy a pesar de las leyes, reglas y acuerdos, establecidos y pactados hasta en materia de conflictos bélicos: ¿cuántas veces los humanos luchamos por el poder como bestias salvajes sin freno ni limites?
Desde inicios del siglo XX a la fecha, se han producido en el mundo unos cien millones de víctimas, por la imposición forzosa de la doctrina marxista, otra razón inexplicable de exterminio por tratar de imponer regímenes políticos de manera bestial.
La civilización ha avanzado, hemos dominado los elementos y sacado ventaja de los recursos de la madre tierra, alcanzando grados culturales superiores pero desafortunadamente. de manera recurrente cruzamos esa delgada línea entre lo humano y lo bestia, por la obstinación de querer imponer voluntades forzadas.
Honduras en particular, representa solo una mínima fracción de los 7,450 millones de habitantes del planeta, y una pequeña porción de los 510 millones de km2. de extensión de la tierra; pero aún con esa insignificancia, ahora vivimos permanentemente en la noticia negativa o la nota roja de la prensa mundial, esta fama no ha sido gratis, al contrario es un desprestigio bien ganado y merecido, gracias al estilo salvaje que hemos adoptado en nuestra convivencia, queriendo imponer voluntades o resolver problemas de orden social y político a lo bestia.
Aquí nadie se salva todos estamos en el mismo barco. ¿Cómo explicarnos que el país se nos esté escapando de las manos?. De sobra conocemos los orígenes, causas y consecuencias del asunto. Sin embargo, se permite la actuación, vengativa de un expresidente, quien diez años después, y con intereses sumados quiere recuperar un poder del que fuera despojado por las razones conocidas y justificadas del caso, adicionalmente con su facilidad natural de hablar y un fuerte marco mediático ha tendido un velo negro de actuación para delincuentes, criminales y terroristas enmascarados, que aprovechan y se diluyen en las que dicen ser protestas pacíficas, para capturar el botín de guerra. ¡Ser pasivos, nos convierte además de víctimas en cómplices!.
¿Docta ignorancia? quizá así pueda llamársele, pero es admirable como personas con niveles significativos de educación y reconocida capacidad profesional, se han alineado dócilmente en una lucha fratricida inútil.
La solución no es deponer por la fuerza al mandatario, o que ante la posibilidad remota de una renuncia, asuma uno de los designados presidenciales, sería exponerlo a la misma maniobra; tampoco es conveniente que sobreviva un gobierno a empujones hasta completar su periodo. Lo importante del asunto es que cada quien cumpla su papel y cada cual contribuya según sus capacidades. Los diálogos de acercamiento deben de multiplicarse en todo el país, este asunto no se trata de quién es más macho o tratar de imponer salvajemente su razón a los otros.
Tenemos una buena oportunidad de establecer nuevas reglas electorales; recordemos que el actual gobierno ha sido reconocido y aceptado en el contexto mundial, como legítima y democráticamente electo; lo que se piense y se diga solo hay que saber asimilarlo.
No necesitamos una nueva Constitución, ese no es el punto, marco legal hay de sobra, lo que sí necesitamos son otros liderazgos, no necesariamente relevos generacionales inexpertos, pero sí uno digno de conducir a nuestra amada patria, sin macula, sin señalamientos, sin escándalo.