ANTOLOGÍA CUENTO DE COSTUMBRES EN CENTROAMÉRICA

INTRODUCCIÓN

El siglo XIX representó para Europa un agudo período de crisis. En la escena política, la mayoría de las naciones debatían o luchaban por un sistema de gobierno que los rigiera mejor: unas naciones apoyaban la república, otras la monarquía.
En América, las diferentes colonias, seguían las ideas surgidas de la Revolución Francesa: Libertad, Igualdad y Fraternidad; apoyaban las autonomías nacionales; buscaban, pues, su independencia.
Posteriormente, con la paulatina pérdida del control de las posesiones americanas, las naciones colonialistas europeas se alejaron y volvieron su mirada hacia otros continentes.

Inglaterra, con la exportación de la Revolución Industrial se generó una nueva clase social: la clase proletaria urbana; y a la vez se sentaron las bases de un sistema de producción dirigido al promover el consumismo en las grandes masas populares. Se suman a esta visión mercantilista de la vida y la sociedad, los descubrimientos científicos, porque cada uno de ellos fue utilizado con fines pragmáticos y comerciales.
Tanto en América como en Europa, a nivel artístico, en el siglo XIX, la estética dominante fue el “Romanticismo”, y fue en su seno que nació el costumbrismo. No obstante, en América, en medio del éxito y la popularidad generada por el movimiento romántico, se produjo el advenimiento, desde Francia, del “Realismo”; movimiento que intentó frenar los excesos de subjetividad desplegados por los románticos. Los escritores latinoamericanos no tardaron en fundir ambas estéticas y en convertirlas en una sola. Muchos críticos llamaron a este tipo de obras “Realistas Costumbristas”; aunque algunos, por pequeñas diferencias, le llamaron “Criollismo”. Históricamente, pues, en esta parte del mundo, la consolidación del “Costumbrismo” se llevó a cabo durante el romanticismo. A la evolución posterior del “Realismo Costumbrista” o “Costumbrismo” se le llamó, en el S. XX, “Regionalismo”.

Se llama romanticismo al movimiento artístico literario que surgió a finales del siglo XVIII en Alemania y Francia y que se extendió rápidamente por el resto de Europa y el continente Americano. Los ideales del movimiento proclamaban la renovación de las artes, dejando atrás los cánones un tanto rígidos establecidos por el neoclasicismo. En contraposición a dichas pretensiones, los románticos privilegiaron la sensibilidad sobre la razón y el genio sobre las reglas.

El término “romántico” se utilizó por primera vez en Alemania, para designar los relatos sentimentales. El vocablo “romantique” (romántico) se incorporó al habla francesa para referirse a las evocaciones del pasado. En inglés el vocablo “romantic”, así como la palabra alemana “romantisch” señalaban vinculaciones con el mundo medieval. Aproximadamente alrededor del 1800, dicho vocablo fue utilizado por los historiadores de la literatura, para diferenciar del movimiento neoclásico, las características estéticas del nuevo movimiento.
El romanticismo, como escuela literaria, tiene un marco histórico (el siglo XIX); un marco político (el liberalismo); un marco geográfico (Europa y América); un marco psicológico (una nueva sensibilidad). Y puede ser estudiado en dos grandes vertientes: a) el romanticismo social, b) el romanticismo sentimental.

Dentro del romanticismo social se desarrollaron tanto las preocupaciones sociales, como los temas nacionales. Es por la expresión nacional que tiene cabida el renacimiento del costumbrismo, con una iniciativa, sobre todo, francesa; renace en el sentido de criticar las costumbres más arraigadas en cada pueblo o región.  En España, este subgénero tuvo una gran repercusión popular a través de artículos periodísticos; es decir, con el ensayo costumbrista. Uno de los autores más significativos en esta rama fue Serafín Estébañez Calderón, quien publicó bajo el pseudónimo de “El Solitario” las “Escenas Andaluzas”,  cuyo título completo, delimitaba sus alcances; escribía: “Escenas andaluzas, bizarrías de la tierra, alardes de toros, rasgos populares, cuadros de costumbres y artículos vanos, que de tal o cual manera y por diverso son y compás aunque siempre por lo español y castizo, ha dado a estampa “El Solitario”.

Otro de los autores destacados en el ensayo de costumbres fue Ramón de Mesonero Romano, quien publicó con el pseudónimo de “El Curioso Parlante”, sus “Escenas Matritenses”, son cuadros de costumbres, con los cuales se critica la moral española, junto con sus personajes y tipos más característicos de la sociedad. Mesonero demuestra ser un agudo observador.
Por último tenemos la figura de mayor relevancia y proyección de esta época en el ensayo costumbrista: el escritor Mariano José Larra, quien publicó, con el pseudónimo de “Fígaro”, en periódicos de su tiempo, muchos artículos de diverso carácter, en los que se reflejaba o caracterizaba la forma de ser del ciudadano español.

Los escritores arriba mencionados se consideran iniciadores de la estética costumbrista en España; sin embargo, a nivel histórico, ya en el siglo de Oro, el costumbrismo fue practicado por autores como: Juan de Zabata, Francisco Santos, María de Sayas y Sotomayor, quienes incluyeron muchos cuadros de costumbres en sus publicaciones. Debemos recordar, también, obras como “Rinconete y Cortadillo” y  “El Lazarillo de Tormes”. Debemos agregar, también, que Ramón de la Cruz desarrolló la comedia costumbrista en el siglo XVIII.
Tras recoger la influencia de Francia e Inglaterra, el costumbrismo alcanzó su máximo desarrollo en España e Hispanoamérica, durante el Romanticismo.

Desde 1815, el “Artículo de Costumbres” se desarrolló en el periodismo. El “Artículo” era una composición breve, en la que se describían ciertos ambientes y se analizaban ciertos comportamientos. El texto podía ser un cuadro, una escena; podía centrarse en determinados tipos; o mostrar personajes representativos. En esta pieza narrativa se desarrollaba una breve anécdota y se podía incluir el diálogo. Muchas de las obras que presentaban pasajes descriptivos, carecían de movimiento). La realidad de la que hablaban era contemporánea; el autor tenía la finalidad de darle un “color” local. Ramón de Mesonero explicaba, en periódicos y revistas, que él tenía la intención de reflejar, con precisión, la naturaleza de las costumbres patrias. En otras palabras, el autor madrileño tenía la intención de que los extranjeros, sobre todo, cambiaran la visión que tenían de España, y que ellos mismos (los españoles) habían dado de este país.

El tono que elegían los escritores era, en su mayoría, desenfadado; predominaba el humor, la ironía, o la sátira burlesca sobre la represión severa, que se imponía en algunos textos, los cuales se consideraban memorables. La mayoría de los textos tenía una intencionalidad claramente didáctica; pero sólo los mejores escritores supieron manejar los ingredientes de tal forma que ni los excesos del afán moralizador ni los del ingenio estilístico frustraron los valores literarios del artículo. Muy pocos escritores llegaron a hermanar la profundidad filosófica con la aparente y ligera superficialidad del estilo; muy pocos llegaron a unir la exactitud con la gracia.
El escritor de costumbres intentaba elaborar un trazo general de la realidad, se alejaba, pues, de la excesiva concreción. Para comprenderlo mejor se decía la famosa frase de Mesonero: “cuando pinto, no retrato”. El escritor de costumbres no debía describir todos los ambientes; en sus elaboraciones debía subrayar los aspectos más pertinentes junto con sus propósitos y debía evadir lo demás.
El cuadro seleccionado señalaba vicios; denunciaba modos, rasgos de carácter, modas y formas de vestir; para cuestionar hábitos se sirvieron de los cuadros de conjunto; y para los personajes “tipo” tomaron los retratos minuciosos.

En 1836, Mariano José Larra (Fígaro), autor de “Vuelva usted Mañana”, escribió: “Es, pues, necesario que el escritor de costumbres no sólo tenga vista perspicaz y grande uso del mundo, sino que sepa distinguir además cuáles son los verdaderos trazos que bastan a dar la fisonomía; descender a los demás no es retratar una cara, sino asir de un microscopio y querer pintar los poros”. Otra cita interesante nos la da José María Cárdenas y Rodríguez, escritor cubano del siglo XIX: “La sociedad me presta sus cuadros y yo se los devuelvo a la sociedad, pero si de aquí tomo un rasgo y otro de allá para completar mi pintura, no voy luego con ella y digo a la sociedad: “aquí tienes el retrato de uno de tus miembros”, sino “aquí ves ridiculizado tal o cual vicio, tal o cual extravagancia de muchos individuos de los que se componen”.
El escritor Juan Luis Alborg, en su libro: “Historia de la Literatura Española” decía: “Cualesquiera que fuesen sus limitaciones y derivaciones, el costumbrismo se acostumbró a considerar la vida diaria como materia artística; acercó la atención a lo inmediato, estimuló la observación; montó, cuando menos, el escenario de que iba a servirse la futura novela realista y desvió el gusto del público de la fantasmagoría medieval de la novela histórica de los románticos para traerlo hasta el presente”.

En la segunda década del siglo XIX las colonias americanas lograron o proclamaron su independencia; los artistas e intelectuales la buscaron también en la parte artística y cultural. La literatura costumbrista que llegó desde España, pronto se arraigó en América Latina, esta reelaboración tuvo un impacto tremendo. Seguramente la razón de su éxito residió en las características del “artículo”. En primer lugar era un instrumento educativo y se utilizó para la conformación y desarrollo de las sociedades americanas. Su difusión se realizó a través de numerosos periódicos y revistas, –los cuales también estaban en pleno desarrollo– por ejemplo: “El Iniciador” de Montevideo; “El Mosaico” de Bogotá; “El Murciélago” y “El Correo” de Perú”; “La Moda” y “Caras y Caretas” de Buenos Aires”; “El Museo Mexicano”, “El Siglo XIX”, “Don Simplicio” de México; “El Mosaico” de Caracas, “El Semanario” de Chile; “El Buscapié” de Puerto Rico.
Los artículos eran amenos y de fácil comprensión para todo tipo de lectores. El escritor guatemalteco José Milla opinaba que los mencionados tipos de textos eran “los postres de la literatura”. Para el argentino Domingo Faustino Sarmiento, escribir estos artículos era un deber patriótico, decía: “Escribir por escribir es la profesión de los vanidosos y de los indiferentes, sin principios y sin verdadero patriotismo; escribir para insultar es de los malvados y de los estúpidos; escribir para regenerar es el deber de los que estudian las necesidades de la época en que viven”.

En Latinoamérica a partir de 1840 y hasta los principios de la nueva centuria, el costumbrismo, fue practicado en todos los géneros: poesía, cuento, novela, teatro, ensayo, y en periodismo. Fue a la vez, manifestación literaria y fenómeno sociológico; convirtió a sus mejores cultivadores en personajes populares de tal magnitud que el crítico colombiano Baldomero Sanín Cano, opinaba que en América Hispana no había aspirante a la República que no guardara, como carta de presentación, ante sus lectores, el correspondiente artículo de costumbres.
A pesar de que en un principio los escritores imitaban a Larra y a Mesonero, pronto los articulistas y narradores latinoamericanos definieron su propio estilo, proyección y personalidad. José Milla, decía: “¿Quién no es el público y dónde no se le encuentra?” Era la respuesta para Larra, por la publicación de un artículo titulado “¿Quién es el público y dónde se encuentra?”. Tampoco otras publicaciones se hicieron esperar: en Cuba y México escribieron: “Los cubanos pintados por sí mismos” (1852) y “los mexicanos pintados por sí mismos” (1855), en dichas obras se ofrecía un retrato de la realidad de cada una de estas naciones.

Muy pronto los escritores abordaron los asuntos de su país de origen; abordaron los temas propios de su sociedad; llegaron a reflejar el lenguaje coloquial, a través de expresiones y dichos que se constituyeron como un patrimonio cultural diferenciado; los autores escribieron sin la necesidad estricta de imitar contenidos, ambientes o retratos anteriores. El costumbrismo americano desarrolló su estilo propio; lo cual le dio un acento particular, sobre todo en los países en donde tuvo sus primeros seguidores: Cuba, Colombia, Perú, Venezuela o Chile. Dicha estética representó la primera manifestación del arte en la cual se les permitió a los literatos latinoamericanos atisbar su independencia artística, ello les permitió tratar tanto los asuntos como los personajes de su localidad o región; también, abonar y limpiar el camino que posteriormente recorrieron los poetas y narradores de principios de S. XX.

Las narraciones seleccionadas en este texto, le ofrecen al lector actual una visión privilegiada de las interioridades y del lenguaje de aquella sociedad en evolución; le permite contemplar las acciones y rutinas del pasado, con su idiosincrasia y sus tradiciones. El tono empleado en esta prosa era didáctico y moralista. El cubano José Victoriano Betancourt decía que: “las costumbres forman la fisonomía moral de los pueblos” y son susceptibles de revisión y mejora. Se notará que el escritor estaba imbuido en su papel de guía o faro; fustigaba los vicios; satirizaba la conducta de los jóvenes, y se burlaba de las actitudes o de los rasgos de carácter de las ciertas personas; ponía en evidencia a aquellas que consideraba ociosas, risibles o socialmente inútiles.

También aparecieron los espíritus liberales, quienes buscaban la modernización de sus países; aunque su adscripción al costumbrismo fue fugaz, podemos mencionar a Sarmiento, Alberdi o Altamirano. Muchos críticos encontraron que los escritores de “artículos” o de cuento costumbrista tenían una mentalidad conservadora, porque correspondía con su rango burgués, dado que sus descripciones evocaban el pasado para pintar con admiración las escenas de los salones aristocráticos. Otras veces es notorio el poco aprecio que sentían por el vulgo; sin embargo, rara vez presentaron reflexiones de tipo ideológico.

En su prosa los costumbristas americanos reflejaron el modo de vida ciudadano: la clase media alta o la pequeña burguesía criolla, a la cual pertenecía la mayoría de los escritores. Entre estos temas se encuentran: el incidente doméstico y la ordenación urbanística; el ambiente de los lugares nuevos y la extravagancia de algunos sitios de moda. Fácilmente se encontraba la descripción fidedigna de la ciudad provinciana con el desconcierto ideológico de sus pobladores. Tampoco faltaron artículos o relatos en los que se permitiera el desahogo de ciertas voces críticas; sobre todo de algunas que anteriormente habían sido silenciadas. Claro que hubo voces interesadas en el mundo rural y, en esta Antología se han recogido algunos textos representativos. Tampoco era extraño encontrar la oposición urbanidad-ruralidad, con el sentido de modernidad urbana y la mentalidad cerril del campo; y como ejemplo tangible “Civilización y Barbarie” de Domingo Faustino Sarmiento. Entre los primeros destacados escritores de este tipo de prosa encontramos a: Juan Bautista Alberdi, Juan Vicente González, Francisco Bilbao y Andrés Bello. Casi sin excepciones los artículos costumbristas mantuvieron entre sus características: el rasgo ingenioso, la observación intencionada, el guiño cómplice; el escritor se dirigía a un público con quien intercambiaba sonrisas y sobreentendidos mientras se leía el periódico y el cuadro del día.

Después del extraordinario éxito conquistado por el costumbrismo en América, a través de los  artículos de periódico, se empezó a experimentar con esta técnica en los otros géneros literarios, manteniendo las características estéticas y temáticas enunciadas para el artículo de costumbres. Con ello, se orientó la producción literaria hacia otras derivaciones temáticas y textuales. En mitad de la década de los “sesenta” (1865), surgió un subgénero narrativo de acusada y definida personalidad, liderado por el peruano Ricardo Palma; quien consideraba que era el instrumento adecuado para desarrollar el americanismo en la literatura y lo llamó: “Tradición”, dicha narración estaba entre el cuento anecdótico y el cuadro de costumbres. La “Tradición” estaba emparentada, además, con la leyenda romántica y con la novela histórica. Poseía las dimensiones similares al artículo de costumbres el cual estaba escrito con un estilo ligero y desenfadado; narraba sucesos, anécdotas o incidentes protagonizados por personajes históricos o legendarios, algunas veces por la ciudadanía anónima; dicha narración se remontaba al pasado colonial, porque su objetivo principal era propiciar el acercamiento entre el lector y el pasado patrio, y que mantener una lectura accesible y eficaz. Para el escritor de tradiciones se podía recrear la historia sin el rigor científico de la literatura y sin la “real” pureza del lenguaje. Palma afirmaba que las características de este tipo de narrativa eran las siguientes: “Estilo ligero, frase redondeada, sobriedad en las descripciones, rapidez en el relato, presentación de personajes, dar los caracteres en un rasgo de pluma, diálogo sencillo a la par que animado, novela en miniatura… por decirlo así, es lo que en mi concepto ha de ser la Tradición”.

Ricardo Palma, admirado y leído en el continente americano, su estilo cundió con rapidez y durante los últimos años del siglo XIX surgieron muchos tradicionalistas; muchos abordaron con entusiasmo la tarea de recuperar el pasado; para algunos el pasado criollo y castizo. Por tal motivo, ciertos críticos bautizaron a este estilo con el nombre de “Criollismo”. Este último término, aunque es utilizado, genera mucha polémica. Lo encontramos en destacados estudios sobre cuento, como: “El Cuento Hispanoamericano” (1964), de Seymour Menton; en “Breve Reseña del Cuento Hondureño” (1987), de Manuel Salinas; también en “Panorama Crítico del Cuento Hondureño” (1999), de Hellen Umaña. La principal discrepancia se genera en el origen de dicha palabra: se llamó “criollos”, durante la colonia americana a aquellos hijos de peninsulares nacidos en América. Posteriormente, se le llamó “criollismo” a la estética cuyo tema era la revalorización del pasado castizo de América. Contrariamente, mayoría de escritores era de origen mestizo, llevaba el nacionalismo muy dentro, tenía como tema central lo rural, con la reivindicación de las formas de vida y los diferentes giros del habla del mestizo o el campesino, no del criollo. Por lo tanto, el término “Criollismo” no es lo suficientemente preciso.

Otros estudiosos llamaron a la cuentística de esa estética de fin de siglo XIX, “Realismo Costumbrista”, el cual reunía la técnica Costumbrista, unida o mezclada con el Realismo venido de Europa, precisamente, de Francia. Uno de estos estudiosos es el nicaragüense Sergio Ramírez, quien emplea el nombre “Realismo Costumbrista” en lugar de “Criollismo” y los registra en su libro: “Antología del Cuento Centroamericano (1977).  En Centroamérica esta corriente estética llamada “Criollismo” por unos y “Realismo Costumbrista” por otros, tuvo sus primeras manifestaciones en Guatemala (José Milla, 1822-1882) Costa Rica (Manuel González Zeledón, 1864-1936). El caso de Costa Rica resulta particular por los importantes frutos que brindó esta estética en dicho país. Según los estudiosos debido a que era una sociedad agrícola, más cercana a lo pastoril y campestre, debido particularmente a su composición étnica, conformada en su mayoría por inmigrantes europeos, quienes parecían tener una escasa tradición cultural. Como en el resto del continente, los europeos se fusionaron con los autóctonos. La cultura rural resultante, casi ascética, produjo a uno de los primeros y más importantes cuentistas del subgénero costumbrista: Manuel González Zeledón (Magón). Magón, se ejercitó primero en el artículo periodístico, o sea en los propios cuadros de costumbres y, posteriormente en el cuento de costumbres. En su narrativa se encuentra un lenguaje fresco y ágil, el cual le aseguró gran popularidad. Entre los escritores costarricenses que lo siguieron se encuentran: Carlos Gagini (1865-1925), con obras como “Chamarasa”, (Cuentos Grises” (1918); Ricardo Fernández Guardia (1867-1950), quien publicó “Hojarasca” (1894), Cuentos Ticos (1901), “La Miniatura” (1920).

Al final del siglo XIX, tanto el Modernismo como el Costumbrismo se encontraban en apogeo; entonces se generó entre ellos la polémica sobre el apropiado uso del lenguaje como medio de expresión. Las opiniones encontradas versaban sobre el lenguaje culto y popular; es decir, entre el purismo y el localismo. Entre los famosos participantes en dicha polémica estaban el guatemalteco Máximo Soto Hall (1871-1944) y el hondureño Juan Ramón Molina (1875-1908). Otra de las divergencias, ventilada en esta polémica consistía en definir si el lector debía encontrar un personaje campesino que hablara como tal, o si quedaba encargado, el autor como narrador, de traducir la expresión vernácula.
Al entrar en el siglo XX, América Latina, sufrió una intensa política intervencionista por parte de Estados Unidos, tanto en forma militar como en el aspecto económico; la respuesta de los intelectuales frente a esta agresión contribuyó a despertar una mayor conciencia nacionalista. Muchas personas se volcaron a conocer la realidad exterior e interior de su país. También en este tiempo se abrieron y mejoraron las carreteras; el ferrocarril y el avión hicieron accesibles estas regiones que se consideraban remotas. Además, la crisis económica norteamericana de 1929, unida a la popularidad creciente, en el arte, de las ideas vanguardistas vinculadas con una política socialista, intensificaron la aparición de obras literarias cuya temática tratara la protesta social y la identidad nacional. Todo este clima contribuyó para que se diera la última variante o evolución del costumbrismo, que se llamó “Regionalismo”.
La crítica literaria definió el regionalismo como la corriente, en la cual el elemento temático central era la relación hombre-naturaleza. Dicha doble realidad significaba, por un lado, la realidad del hombre: la del montañés, el llanero, el gaucho, el indio. Por otro lado significaba la naturaleza: la selva, la montaña, el llano, la pampa, los grandes ríos.

El regionalismo abandonó los ambientes refinados y los temas exóticos. Propuso el regreso hacia lo nativo, la tierra, lo cotidiano. La narrativa era como un testimonio de los problemas políticos, sociales y económicos de los distintos países; todo mediante personajes ficticios. En los relatos predominaba lo descriptivo sobre lo psicológico. Los narradores hicieron un buen uso del paisaje americano, de las costumbres, de los personajes, del lenguaje nativo; aunque muchos trataron de evitar el folclore. Por lo general, en los escritores regionalistas encontramos que la protesta social era indirecta, que eludieron la propaganda y la defensa de determinadas tesis ideológicas.
Al revisar las características del regionalismo arriba señaladas, y al compararlas con las del realismo costumbrista, no podemos menos que confirmar las mínimas diferencias que separan ambos movimientos. De tal forma, podemos concluir que se trata, básicamente, de la misma estética. Como única diferencia significativa distinguimos cierto cambio de visión en el tratamiento del cuento, dada la diferencia temporal que existe entre unos y otros escritores; puesto que los llamados realistas costumbristas vivieron en su mayoría a finales del S. XIX y los regionalistas lo hicieron a inicios del S. XX. De ahí nuestra insistencia en el tratamiento de este tema como un proceso evolutivo que inicia con el artículo de costumbres, continúa con el realismo costumbrista y concluye en el regionalismo.

El liderazgo indiscutible en la estética regionalista lo tiene el salvadoreño Salvador Salazar Arrué, Salarrué (1899-1975). Para muchos estudiosos, Salarrué, con su libro “Cuentos de Barro” fundó una época. Sus críticos opinan que la brevedad y precisión de sus cuentos encendieron una chispa mágica, como si todo fuera contado a golpes de pedernal. Estos relatos presentan una visión del campesino salvadoreño, con todo su mundo, sus formas de hablar, sus pasiones y sus mitos. Se encuentra, además, una esencia poética; aunque exactamente deberíamos decir, un acertado y enriquecedor uso del lenguaje figurado. Mediante estos recursos logra Salarrué llevar de la mano al lector, al descubrimiento o contemplación de las honduras humanas.

En su prosa se puede ver al hombre desolado, acorralado por el silencio y el remordimiento. Otras características de este autor son: la voz del narrador, que es la del propio campesino, quien nos cuenta la historia; él narra desde cualquier lugar, desde cualquier camino y momento; puede ser a la luz de la fogata o de la noche; la descripción es pictórica, breve y cromática; el cierre de la historia es siempre magistral, claro, antes ha presentado el asunto: ya sea el amor, la inocencia o la crueldad. Estas cualidades en sus narraciones dieron gran prestigio a la obra de Salarrué, la cual, pese a sucesivas imitaciones, no ha podido ser igualada.
En conclusión, a pesar de la larga permanencia en la literatura centroamericana de esta estética, por sus características y su belleza ha mantenido y mantiene un alto perfil dentro de la temática sobre las identidades nacionales y culturales de la región. Además, es indiscutible su liderazgo en la llamada literatura patriótica. 

CARACTERÍSTICAS DEL CUENTO DE COSTUMBRES
* Empleo de palabras de la localidad (regionalismos).

* Transcripción de ciertas formas de pronunciar del habla rural y coloquial.

* Uso de apóstrofe para destacar el habla popular.

* Constante utilización de la metáfora, con diferentes objetivos. Se la suele emplear para: a) enriquecer el lenguaje, b) asociar o conectar, c) concluir un relato.

* Sus temas suelen girar en torno a: el machismo, la inocencia, la mujer que se prostituye por necesidades económicas, el campesino perseguido justa o injustamente, la sequía y sus consecuencias, las plagas que devoran la siembra, la fiestas populares y religiosas, las velas de santos o de muertos, curanderos y curanderías, raptos y problemas de amores, partos en el campo, destacan entre otros.

* Se suelen presentar personajes desolados o perseguidos por remordimientos.

* Estilo ligero y claro.

* Frase redondeada (construcción sintáctica simple).

* Descripción sobria.

* Se dan los caracteres con un rasgo de pluma (con rapidez se describe la personalidad del personaje).

* Diálogo sencillo y animado.

Principales representantes centroamericanos
– Fabián Dobles (1918-1997), Costa Rica

– Teodoro Quirós (Yoyo) (1875-1902), Costa Rica

– Manuel González Zeledón (1864-1936), Costa Rica

– Carlos Gagini (1865-1925), Costa Rica

– Aquileo Echeverría (1866-1909), Costa Rica

– Ricardo Fernández Guardia (1865-1950), Costa Rica

– Salvador Salazar Arrué (1899-1975), El Salvador

– Hugo Lindo (1917-1985), El Salvador

– Arturo Ambrogi (1875-1936), El Salvador

– José María Peralta Lagos (1873-1944), El Salvador

– Francisco Herrera Velado (1876-1960), El Salvador

– Mariano Fiallos Gil (1907-1964), Nicaragua

– Adolfo Calero Orozco (1899- ¿), Nicaragua

– Luis Dobles Segreda (1891-1956), Nicaragua

– Hernán Robleto (1898-1969), Nicaragua

– Arturo Mejía Nieto (1901-1972), Honduras

– Víctor Cáceres Lara (1915-1993), Honduras

– Eliseo Pérez Cadalso (1920-1998), Honduras

– Federico Pec Fernández (1904-1929), Honduras

– Paca Navas de Miralda (1900-1960), Honduras

– Daniel Laínez (1914-1959), Honduras

– Samuel Díaz Zelaya (1903-1966), Honduras

– Ignacio Valdés Jr. (1902-1961), Panamá

– Ricardo Miró (1883-1940), Panamá

– José María Núñez (1894 ¿), Panamá

– Francisco Méndez (1907-1962), Guatemala

– Alfredo Balsells Rivera (1904-1940), Guatemala

– Carlos Samayoa Chinchilla (1898-1973), Guatemala

– Máximo Soto Hall (1871-1944), Guatemala

– José Milla y Vidaurré (1822-1882), Guatemala

 Ana Suyapa Dilwotrh y Óscar Espinal