Por Juan Ramón Martínez
Hoy, en la UNAH del Valle de Sula, Julio Escoto recibirá el Premio “Ramón Amaya Amador”. Este galardón es, en términos literarios, el más importante que se otorga en Honduras. Lo han recibido antes, el poeta Pompeyo del Valle, Miguel R. Ortega y ahora el escritor, editor y catedrático universitario, Julio Escoto. La Academia Hondureña de la Lengua, que lo otorga anualmente, es muy rigurosa en la selección de quien recibe este premio que, honra al primer gran novelista social de Honduras. En el caso de Escoto, la AHL ha valorado el hecho que con él se inicia el profesionalismo literario nacional. Antes que Escoto, nuestros escritores eran funcionarios públicos, empresarios privados o hacendados del interior, que usaban su tiempo libre, en una actividad marginal que, en algunos casos, por sus méritos, ha trascendido en el tiempo y perdurado como obras que forjan la identidad nacional. Con Escoto, el oficio de escritor se coloca en el centro. A él se ha dedicado toda su vida, desde la vez que ingresó a estudiar Letras en la antigua Escuela Superior del Profesorado. Aquí, Escoto mostró interés en valorar la literatura hondureña; conoció sus fronteras y adivinó el curso que tenía que seguir. Por ello es que, con él se inicia la modernización de la literatura, por medio de la innovación de las historias y los cambios en las formas de contarla. En una oportunidad, Andrés Morris, maestro de Julio Escoto, dijo que en el país habían tres personalidades esperanzadoras: Roberto Sosa, Julio Escoto y Rodolfo Sorto. Aclaro que, lo único que tenían que hacer era quemar la “cohetería barata de sus expresiones”; inventar los secretos de contar y dedicarse al oficio con actitud artesanal. Y no se equivocó.
Sosa alcanzó los niveles más altos en la poesía de su tiempo, colocando a Honduras en el mapa de los creadores del mundo de habla hispana. Julio Escoto es sin duda, el mejor novelista que ha tenido el país, tanto por la calidad de las historias, como los experimentos formales que ha introducido en la narrativa nacional. Sorto Romero, en su aislamiento, de repente nos depare alguna sorpresa en el futuro, que honre las premoniciones del educador y animador español Andrés Morris, al que tanto le debemos los lectores hondureños.
Conocí a Julio Escoto en octubre de 1962, en el Instituto José Trinidad Reyes, en donde había asistido a efectuar los exámenes para una beca en la Escuela Superior del Profesorado Francisco Morazán; y estudiar, Ciencias Sociales. Él había cursado con éxito su primer año, de forma que manejó con los docentes que nos examinaban, relaciones de confianza. Por alguna razón que nunca hemos descubierto, nos invitó a Leonardo Matute –que aspiraba a ser literato– y a mí, para que fuéramos a comer a su casa, en donde la madre de Julio tenía un comedor. Allí fuimos atendidos por una señora agradable que, nos brindó las mejores viandas que yo había degustado hasta entonces. Era mi primera salida de Olanchito y en consecuencia, tenía la sensibilidad para apreciar las diferencias. A distancia, vimos al padre de Julio, Pedro Escoto López del cual tenía referencias, porque en Olanchito ya había conocido vía canje, el seminario joco serio que dirigía, bajo el nombre de “El Alfiler”. Como la timidez todavía dominaba mis actos, no me atreví a conversar con él, perdiendo la oportunidad de enriquecer mis conocimientos.
Escoto con el “Árbol de los Pañuelos”, inaugura la modernidad narrativa nacional. Y con los “Guerreros de Hibueras”, –tres cuentos formidables, ambientados en el bochinche insustancial–, descubre una veta que los escritores hondureños no hemos explotado suficiente: la historia nacional y el carácter de los hondureños. Escoto además, ha explorado literariamente el tema de la dominación caribe por parte de los ingleses y ha logrado en su novela más lograda, “Albor de la Madrugada”, concentrar las ansiedades, los peligros y los desafíos que para el país y su pueblo, representó la década de los ochenta. Además, como corresponde con su talento, Julio Escoto no ha dejado de percibir la importancia de la guerra con El Salvador y la ha hecho fuente de sus habilidades estilísticas.
La Academia Hondureña de la Lengua, se honra al premiar a Julio Escoto. Y por ello, sus amigos y sus lectores, celebramos como singular, el acontecimiento.