Por Marcio Enrique Sierra Mejía
Como país endémicamente pobre que hemos sido y lo somos en la actualidad, las recetas de política económica y social caen en nuestra realidad como pruebas bienvenidas para tratar de amilanar los efectos nocivos que causa la crisis sistémica que vive el capitalismo.Ante lo cual, resurge con brillo sorprendente, un agresivo movimiento político socialista.
De tal suerte que, a la crisis crónica de naturaleza económica y social, se le suma una crisis política marcada por los vaivenes de la corrupción y las secuelas de un narcotráfico epidémico criminal que, contamina las relaciones sociales y daña la convivencia como nunca en períodos históricos pretéritos lo hemos experimentado.Crisis que nutre un panorama conflictivo en la arena política vernácula y en la que, los políticos, no logran abordarla siguiendo una ruta sensata que propicie el diálogo constructivo y eficaz para encontrar salidas favorables a todos.
En tales circunstancias, ¿la política social acaso ha tenido cambios radicales que signifiquen que en estos tiempos post-neoliberales se ha aplicado una nueva estrategia? ¿Hasta qué punto podemos decir que en el recorrido que ha tenido el neoliberalismo con su correspondiente política macroeconómica, y en su transición al post-neoliberalismo, ha significado un cambio positivo y eficaz para el desarrollo social de Honduras? Mi parecer es que se han hecho esfuerzos reformistas innovadores, pero no tan satisfactorios como para decir que hemos logrado un desarrollo social significativo en la era post-neoliberal.
No pretendo caer en un determinismo histórico, sin embargo, observo que hemos entrado al final del ciclo post neoliberal sin éxito en lo que concierne a la política social, y debido a tales circunstancias, la inevitabilidad de la alternancia del poder entre la izquierda y la derecha está a la vista. En otras palabras, como que las condiciones para sustituir una oligarquía por la implantación de un régimen popular democrático pueden producirse a la vuelta de la esquina. Entiendo la existencia de una serie de factores que me permiten sugerir el agotamiento de la experiencia post-neoliberal y no del capitalismo.
Obviamente, no pretendo asumir que dada la crisis sistémica del capitalismo y particularmente agresiva, el establecimiento de un socialismo inmediato será posible. Lo que planteo es que la transición se percibe necesaria.
Los políticos hondureños enfrentan el dilema de un nuevo proyecto político post-neoliberal progresista para reconstruir el sistema económico y político que sea capaz de reparar los desastrosos efectos sociales del neoliberalismo, lo cual, no es una tarea fácil. Comenzando porque tenemos que desarrollar una nueva política de seguridad. Lo que implicaría el reordenamiento de las funciones sociales del Estado o la reconfiguración del mismo, que supone una administración menos conservadora, capaz de volverlo en un instrumento de cambio.
En el caso hondureño, los políticos ya están enfrentando el desafío del cambio de la función social del Estado y de la renovación de su función centralizadora y jerarquizada: minimización del líder carismático, el desarrollo de una burocracia menos paralizante y la eliminación de la corrupción.
Necesitamos que emerja una clase política convencida y dispuesta a darle una salida ideológica inteligente del neoliberalismo y cuya postura política pacífica sea efectiva contra la pobreza, la mala convivencia, un mejor acceso a la salud, la educación, más inversiones en infraestructura, en pocas palabras, una redistribución justa del producto nacional que lamentablemente sufre la caída de los precios de nuestras materias primas. Hoy por hoy, se restringen los beneficios para los pobres y se ven afectados seriamente los ingresos de los ricos.
El panorama en general no se ve halagador. No obstante, se realizan esfuerzos importantes para una integración centroamericana, al menos, en lo que corresponde al Triángulo Norte. Se observan, que se dan pasos positivos para lograr la ejecución de una estrategia de cooperación relativamente novedosa, no de competencia, sino de complementariedad y de solidaridad que apunta, al establecimiento de procesos que mejore la lógica de acumulación que propicia el capitalismo neoliberal.
No me cabe duda alguna que necesitamos un modelo de desarrollo inspirado en una concepción de redistribución de la renta nacional con transformación fundamental de las estructuras sociales que conduzca a una industrialización inteligente propiciadora de oportunidades de encadenamientos y empleos productivos.