ECUADOR se descompuso en un decir Jesús. La eliminación de los subsidios a las gasolinas, que duplicaron el precio en las bombas a los consumidores, entre otras medidas del ajuste de Lenín –cumpliendo un acuerdo con el FMI– desencadenaron las protestas. Correa, su archienemigo –refugiado en Bruselas escabullendo la extradición por supuestos delitos de corrupción– incitando al golpe de Estado, aprovechó la coyuntura para soliviantar a sus seguidores. Unos a la bulla y otros a la cabuya. Intereses políticos y necesidades del estómago, coincidieron en un movimiento explosivo. Ni el estado de sitio ni el toque de queda pudo atajar la peregrinación de los grupos indígenas que sitiaron la ciudad capital. Lenín tuvo que recular y derogar el odioso decreto, para evitar que lo tumbaran. Un cuadro similar en Chile. Este desencadenado por el aumento de la tarifa al metro. Ciudades enteras han sido escenario de masivas movilizaciones pacíficas sin mayores incidentes. Pero también, jornadas de destrucción de locales y de bienes públicos y privados, saqueo de supermercados. Unos 15 muertos, un centenar de heridos y cientos de detenidos, en choques entre uniformados y manifestantes. El gobierno ha decretado el estado de emergencia.
En Bolivia hay conmoción. Pero no por trancazos fiscales del gobierno. Allá es porque el conteo rápido indicaba una diferencia entre Evo y su más cercano contendiente obligándolo ir a una segunda vuelta electoral. Pero adivinen qué. En un hábil juego de manos –más veloces que la vista humana– desaparece la bolita, escondida bajo uno de los vasos boca abajo, sin que nadie pueda adivinar dónde se encuentra. La autoridad electoral por varias horas de exasperante agonía detiene la transmisión de resultados y, milagrosamente, cambia el panorama. Ya con el 96% de las urnas escrutadas, ah, y el tardío arribo de los “votos rurales” –y esto no es broma, la mayoría de ellos favorables a Evo– ahora es que, por una ínfima ventaja de diferencia, Evo se queda 5 años más en el poder. Lleva ya 14 años gobernando. Así que ya no van a la segunda vuelta. El conteo rápido del Órgano Electoral muestra una distancia de 10.11 puntos entre el presidente (46.85%) y el opositor Carlos Mesa (36.74%).
El opositor se queda corto –por apenas 6 mil votos, de un electorado de 7 millones de bolivianos– para disputarle la segunda tanda al inseparable. (Ven que les decíamos; que estos países son espejos unos de los otros. A cualquiera que le cuenten esa historia, sin duda que encontrará innegables coincidencias de lo que sucede allá con lo ocurrido acá. Tal vez el único factor de discordancia sea que muchos que salieron molestos reclamando “fraude electoral” acá, vean con buenos ojos lo “transparente” del proceso y del escrutinio allá).
Ni hablar de reelecciones –ya perdimos la cuenta por cuántas veces– porque allá el poder es eterno. Con el agregado que perdió un referéndum, cuando sometió a consulta reformar la Constitución que solo permite dos reelecciones continuas. Pero afortunadamente la Corte Constitucional lo amparó, fallando que era una “violación a los derechos humanos” el impedimento constitucional. Así que miles de personas de la oposición que esperaban impacientes el recuento de las papeletas, salieron a las calles a reclamar el “fraude electoral”. Como la OEA convocó a una sesión del Consejo Permanente, para abordar la “situación de Bolivia”, la canciller boliviana se ha dirigido a ese organismo hemisférico para que “a la brevedad posible, pueda mandar una comisión que haga una auditoría a todo el proceso de cómputo oficial de los votos de las elecciones del 20 de octubre”. Washington denunció un intento de “subvertir la democracia en Bolivia” y la Unión Europea llamó a “respetar la voluntad del pueblo boliviano”. Nada de eso hubiese ocurrido, de no ser por esas apretaditas diferencias en los resultados electorales.