Por Carlos Eduardo Reina Flores
Una mañana del largo feriado morazánico, sin nada que hacer, salí a rondar por la casa. Afuera estaba uno de los muchachos de la seguridad. Entablamos plática y me cuenta lo que acaba de ocurrir en su aldea, en la circunscripción de Campamento, Olancho.
Allá –me dice– la gente pasa ajustada, sin mucho efectivo, por ende, las transacciones se hacen de fiado. Sin firmar papeles; todo, como se trata de lugareños decentes, con apretones de mano. En el pueblo solo hay un hotel, un barbero, un sastre, un carnicero, ah y no podía faltar, una prostituta. Sigue relatando que para el feriado morazánico les cayó de turista un personaje a quien coloquialmente lo conocen como “El pasivo”. De entrada, se dirige al hotel. Pregunta el precio de las habitaciones y el recepcionista le da las tarifas. Saca “El pasivo” de su billetera unos cuantos billetes y los pone sobre la mesa. Le advierte al recepcionista que subirá a ver la habitación y si no le gusta vuelve a bajar, recoge su efectivo y se larga.
Mientras “El pasivo” sube las gradas, el recepcionista sale de barajustada con los billetes en la mano y se dirige donde el barbero para abonarle a lo que le debía por el último corte de pelo. El barbero, satisfecho por lo cumplido del recepcionista, al recibir el abono sale corriendo donde el sastre a pagarle el remiendo de un saquito de dominguear que le había arreglado. El sastre con el dinero, constante y sonante en la mano, se dirige a la carnicería. Para reembolsar al carnicero que le fio una cena unas semanas atrás. Al recibir el dinero, el carnicero, sale de huida donde la prostituta para pagarle los servicios que le dio, bajo palabra de honor que le iba a reembolsar. La prostituta, ya con el efectivo, corre al hotel a pagar lo adeudado por el cuarto que le habían prestado hace unas noches atrás.
La fregada –cuenta el muchacho de la seguridad– es que a “El pasivo” no le agradó el cuarto. Entonces baja y como no estaba el recepcionista, saca el dinero de la caja registradora y se marcha. Si bien el turista no hizo “turismo interno” en la aldea de Campamento, la contribución de su visita al lugar fue que todas las deudas del pueblo quedaron saldadas. Al “Pasivo”, entonces –me cuenta el muchacho de la seguridad– de ahora en adelante le cambiaron apodo, de “El pasivo” a “El activo”.