Por Octavio Pineda Espinoza(*)
En la vida, mi padre me enseñó, hay ingratos y miserables, el diccionario de la Real Academia de la Lengua los define con claridad, ingrato o ingrata es el desagradecido, que olvida o desconoce los beneficios recibidos. Desapacible, áspero, desagradable. Dícese de lo que no corresponde al trabajo que cuesta labrarlo, conservarlo o mejorarlo. De igual forma define al miserable como al desdichado, infeliz, abatido, sin valor ni fuerza, mezquino, que escatima en el gasto. Perverso, abyecto, canalla y miserablemente a la desgraciada y lastimosamente con desdicha e infelicidad, escasamente con avaricia, poquedad y miseria.
Son definiciones muy fuertes, muy claras y muy ciertas, que todos los buenos ciudadanos debemos aprender. A veces viene con la sangre o lo que se llama familia, a veces con los amigos, pero no hay duda que debemos enfrentarnos a esas realidades, por mucho que nos cueste entenderlas, existen, más allá de nuestros buenos deseos, más allá de nuestras virtudes y defectos, sin embargo, Dios, que es perfecto nos adoctrina claramente sobre estas personas.
En nuestra lucha cotidiana por ser mejores ciudadanos, mejores hijos, mejores padres, mejores amigos, hay aquellos y aquellas que se olvidan de los beneficios recibidos y que lamentan su realidad pero la justifican tratando de destruir la de los otros, es una tarea fatua y solitaria la de aquel que pretende destruir con su ignominia la realidad del que vive y acierta frente a él o ella y es desafortunada la persona que no logra superar esas pequeñas diferencias, hay aquellos y aquellas que quieren construir su victoria sobre las fallas o equivocaciones de los otros, son pobres almas que no pueden sentir vindicación propia sino ven a los demás emproblemados o destruídos, su visión corta no les permite ver más allá de sus cortas o largas narices.
En fin, hay aquellos que no logran nada grande y pretenden alimentarse de las fallas de los que envidian, claro, son oscuros, son poco importantes, son erróneos porque quieren construir sus miserables vidas sobre el dolor o los caminos de los otros, caminos que por cierto, ellos mismos, nunca tuvieron el valor de caminar, y así, sus vivencias y sus logros, no son propios, se alimentan como las alimañas de los errores humanos de los demás, como si ellos o ellas no tuvieran acumulados las suficientes metidas de pata que le quieren atribuir a los demás, son imperfectos y lo saben, no tienen el valor de verse frente a frente en es espejo y piensan que los demás son tan poca cosa como ellos.
La vida es una colección de experiencias para los que tenemos el valor de vivirla y después están esos personajes oscuros, que quieren y no quieren ser, que pretenden ser grandes aunque sus mentes son pequeñas, que no pueden superar el algoritmo de su propio fracaso y que al final, solo buscan destruir porque jamás construyeron, y su limitada vida, su limitada mente, su limitada existencia no les permite estar bien con nadie, ni con ellos mismos, ahí está la molestia, saben que no lograron nada, que no representan nada y les duele que los demás existamos realmente, que los demás logremos cosas, cosas que ellos mental y espiritualmente jamás lograrán.
Mi padre, que era sabio decía, eso es así hijo, preocúpese por existir, por ser, por contrarrestar si le toca o sumar si le toca, no pase indiferente ante la vida, piense, luche, ame, enójese, escriba si puede, hable si puede, explique si puede, rete si puede, porque en esta vida lo peor que le puede pasar a un individuo es ser miserable y encima ingrato.
(*)Catedrático universitario