Karla Gabriela Lemus Durón
Estudiante de la Licenciatura de Relaciones Internacionales
kglemusdur12@unitec.edu
UNITEC, campus Tegucigalpa
“Se necesita hacer mucho más énfasis en lo que el niño puede hacer, en lugar de lo que no puede hacer”, pensamiento de gran valor que Temple Grandin deja para el mundo. Grandin, una mujer reconocida mundialmente no solo por sus diseños innovadores de instalaciones que mejoraban el manejo del ganado, sino que también porque transformó su condición de autismo en una herramienta fundamental para alcanzar sus proyectos, pero ¿cómo es que Grandin logró destacarse a nivel mundial, mientras que otros niños en las mismas circunstancias apenas logran aprender, y con suerte, conocimientos básicos? Según Temple Grandin, su éxito se debe a que tuvo la posibilidad de ser educada por buenos profesionales: “Buenos maestros me ayudaron a obtener el éxito. Me fue posible sobreponerme al autismo debido a que tuve buenos maestros” (Grandin, 2007). En Honduras, según la Organización Panamericana de la Salud (OPS) y el Instituto Nacional de Estadísticas (INE), el 14% de la población hondureña presenta una discapacidad; y de acuerdo con la Organización de Naciones Unidas (ONU), el 53% de las personas con discapacidad no tienen ningún nivel educativo, a su vez, solamente el 7% de las personas con discapacidad han realizado la secundaria, consecuentemente el 80% de personas con discapacidad viven en condiciones bajo la línea de pobreza. ¿Qué está ocurriendo con esta parte de la población, que a diferencia de Grandin no tienen la oportunidad de explotar sus fortalezas?
Gracias a mi experiencia con un hermano con la condición de late bloomer, y al contacto con madres de niños con autismo, puedo expresar uno de los obstáculos que se presenta en Honduras, que merece una mayor atención. A pesar de las leyes que se crean con intenciones de generar una inclusión efectiva en las escuelas a nivel nacional, de manera interna las escuelas suelen confundir los términos “integración” e “inclusión”. Mi hermano ha pasado por 4 escuelas diferentes, tiene 5 años, y no ha logrado terminar el primer nivel de preescolar. He conocido varios casos similares por parte de otras familias, y la mayoría coincide en algo, las escuelas no ofrecen lo que realmente significa una educación inclusiva. La mayoría de las escuelas consideran que incluir a un niño significa enseñarle a participar en todas las actividades que los demás con condiciones neurotípicas realizan, o permitirles no participar en caso de que no tengan la capacidad. Sin embargo, esto es integración escolar, no inclusión. Cuando se habla de inclusión, se refiere a adaptar las acciones típicas a las necesidades de todos. Se espera que las escuelas no solamente busquen ir avanzando de acuerdo a la velocidad de aprendizaje del niño de forma individual, sino que se busque cambiar la forma en que se enseña usualmente, considerando las fortalezas de cada niño y tomando en cuenta las inteligencias múltiples, que hoy en día han adquirido mayor atención. Si usualmente el docente enseña vocabulario por medio de imágenes, pero unos aprenden mejor con una canción y otros por medio de la repetición, entonces que se utilice la mejor técnica para cada niño.
Los niños con capacidades diferentes tienen derecho a recibir una enseñanza que se ajuste a su manera de aprender. Invito a las escuelas de Honduras, a realizar su parte en la enseñanza de estos niños, cuyo potencial necesita ser incentivado al igual que lo fue el de Temple Grandin. De la misma manera, invito al gobierno a invertir en la preparación de docentes con los conocimientos pedagógicos y psicológicos necesarios para la formación de todos los niños, y a cada maestro a explotar esa vocación por la cual escogieron su profesión, para llegar a estos niños con el amor y tolerancia que todos merecemos. Los padres ponen el amor, pero se necesita que los docentes pongan la pasión por la enseñanza. Por último, apelo a toda la población hondureña a adoptar la definición de inclusión en sus vidas diarias para facilitar, no solamente la educación de las personas que sufren alguna condición, sino también la convivencia de estos en la sociedad.
Abog. María Fernanda Reina García
Directora de la columna “La Voz de la Academia”.