El próximo sábado 2 de noviembre en el calendario litúrgico se dedica la fecha a los santos difuntos, el día para mantener viva en nuestras mentes a los seres que Dios llamó a morar en sus regiones y elevar las oraciones para el descanso eterno de sus almas y dedicarles las flores del recuerdo.
San Odilón (foto 1) en el sur de Francia estableció en el año 1030 de la era cristiana el 2 de noviembre dedicado a los fieles difuntos para que las oraciones de ese día sirvieran a las almas que se mantenían purificándose en el purgatorio a que salieran de ese sitio de pena para alcanzar el reino de Dios. En el encuentro de las dos culturas, los frailes que acompañaron a los conquistadores, comenzaron a formar la tradición que ligó la liturgia católica con las costumbres paganas de nuestros aborígenes, que desde épocas prehispánicas rendían culto a sus muertos.

Compartir con los muertos un día para orar por ellos, estar junto a sus tumbas, comer al lado de sus sepulcros, acompañarles en el lugar donde duermen el sueño eterno, hasta hace unos años consistía en la vieja Tegucigalpa un acontecimiento familiar que con el paso del tiempo se ha ido perdiendo y que algunos conservan por fuertes tradiciones arraigadas a hogareñas costumbres religiosas ahora en los cementerios privados como Jardines de Paz Suyapa, Santa Anita, Santa Cruz Memorial, San Miguel Arcángel, Tierra Santa y otros.
El recuerdo que tenemos del Día de Difuntos en la antañona Tegucigalpa, lo asociamos con la única necrópolis que existía en la capital , el Cementerio General que se habilitó en la zona de Sipile en 1877 (foto 2) y con otros más pequeños que utilizaban los pobladores de aldeas como Suyapa, Jacaleapa, , los comuneros del Sitio donde hoy está la colonia San Miguel y el Durazno para los vecinos de La Cuesta.

El 2 de noviembre, desde tempranas horas de la mañana desfilaban las familias rumbo al Cementerio General para coronar a sus difuntos. A finales de octubre mandaban a limpiar las tumbas, a reparar los daños a encalarlas o pintarlas, a quitar la maleza, a darle lustre a las placas de metal o a pulir las lápidas de mármol y remarcar en dorado o plateado los nombres y fechas labradas en las mismas.
Los que no tenían mausoleos y sus familiares fallecidos descansaban en la tierra, cambiaban las cruces de madera sembradas que se habían podrido, quebradas o presentaban cualquier deterioro; las de metal se repintaban y con azadones se les quitaba la mala hierba que había crecido en la época de lluvia.
Flores y coronas de ciprés provenientes de Santa Lucía, Valle de Ángeles y Lepaterique, se vendían en los mercados (foto 3) y los mazos de azucenas, cartuchos, claveles, rosas, blancas margaritas y otras, eran compradas para ser depositados en jarrones, floreros que iban desde latas vacías hasta recipientes decorativos que se colocaban en las tumbas.

Como las familias dolientes dedicaban todo el día para estar en el cementerio, muchos acostumbraban llevar sus “burritas” de tortillas con frijoles fritos y queso para comer a la hora del almuerzo, acompañadas del humeante café que conservaban en termos. Otros, no se preocupaban por la alimentación porque en las afueras del cementerio se instalaban vendedores que suplían carne asada, tamalitos de elote, horchata, ciruelas en miel, alborotos, dulces de todo tipo, elotes asados y cocidos y frutas de la temporada
El panteón capitalino permanecía concurrido todo el día y las personas se encontraban en esa fecha tan especial para recordar a sus seres queridos, muchos acompañándose en grupos al momento de los responsos que oficiaba el canónigo don Basilio Gómez el muy recordado padre “Chilo” o en los rezos que se organizaban en las tumbas o asistían a las misas de las 7:00 y 11:00 am. oficiadas en la capilla del Señor de la Misericordia (foto 4).
Las gentes que visitaban el camposanto capitalino salían cuando los rayos del sol caían tras la cima del Berrinche y no por temor a maleantes como ocurre ahora, sino por los cuentos que se hacían que al llegar las sombras de la noche, comenzaba la procesión de las ánimas y que los muertos sepultados en ese lugar desfilaban con sus velitas encendidas, respondiendo así en forma agradecida por las oraciones que se habían elevado por el descanso eterno de sus almas.

Pero la fecha conmemorativa, también servía para recorrer las tumbas de aquellas personas que en vida fueron personajes de la ciudad y cuyos mausoleos sus descendientes los engalanaban para la ocasión.
La tumba del gran escritor, poeta y político abogado Marcos Carías Reyes , donde una musa esculpida en mármol con las rosas de la inspiración, esparcía las flores del recuerdo (foto 5) hoy a la musa le cercenaron el brazo y en el hermoso jarrón no aparecen las blancas margaritas que con tanta devoción depositaban sus familiares antes que el cementerio se convirtiera en peligro para los visitantes.
Otro monumento, la obra de Augusto Bressani para morada eterna del Dr. Policarpo Bonilla Vásquez, donde al marmóreo ángel que guardando la entrada a la cripta en posición silente frente a un león dormido le han destruido brazos, alas, lo destruyeron a golpes en una acción vandálica de los delincuentes que se refugian por las noches en el viejo Cementerio. La tumba pirámide hoy luce abandonada (foto 6).

Otros sepulcros que le daban prestancia al viejo, hoy olvidado y descuidado camposanto, el libro de piedra tumba (foto 7) del Dr. Ramón Rosa, la capilla de la familia Soto, el mausoleo de las familias de origen chino, la tumba de Paulino Valladares, la cripta de los oficiales de la FAH, la tumba de Juan Ramón Molina y muchas otras que hoy lucen muy deterioradas.
En abandono están las tumbas de los exgobernantes de Honduras Miguel R. Dávila, Alberto Membreño Márquez, Vicente Mejía Colindres, Tiburcio Carías Andino, Julio Lozano Díaz y Ramón Ernesto Cruz Uclés, y de ilustres hondureños como Augusto C. Coello, don Fausto Dávila y Julián López Pineda
Todavía hay quienes mantienen un recuerdo de sus difuntos y este dos de noviembre acudirán a los sitios donde están sus muertos para dedicarles una oración y depositar las flores que simbolizan el recuerdo que aún cuando sus almas viajaron al más allá, viven en el pensamiento de quienes saben hacer eterno el amor e imperecedero el cariño.
Que las almas de los fieles difuntos, descansen en la paz del Señor.

Hasta la próxima semana