Por Juan Ramón Martínez
Una vez, disuelta la Unión Soviética, Callejas me dijo, refiriéndose a las relaciones diplomáticas de Honduras, “antes las cosas eran más fáciles; lo que no conseguías con los “gringos”, solo era que amenazaras que irías a pedírselo a Moscú, y cambiaban de opinión, dándote lo que tu pedías”. Para entonces, la izquierda y la derecha eran visibles y diferenciábamos a sus líderes e integrantes. Entre los estudiantes universitarios, las cosas eran claras: los del FRU, –liberales– tenían en la URSS su santuario y muro de los lamentos. Los derechistas, –todos del Partido Nacional– militaban en el FUUD, y sus peticiones y apoyos venían de los Estados Unidos. La subordinación era tal que, cuando la URSS y China, tuvieron divergencias, aquí en Honduras los del FRU se dividieron en varias facciones, a los cuales apodábamos metafóricamente: gordos y flacos, palúdicos y anémicos, cadavéricos y resucitados. Después el FRU se dividió y los más radicales –decían, “menos liberales– fundaron la FUR. La utilidad de estas diferenciaciones, es que las familias, las especies políticas y los individuos, estaban bien identificados. Y sus líneas fronterizas, definidas.
Ahora, diferenciar a la derecha de la izquierda es difícil. Antes bastaba una sola cosa: en favor de Estados Unidos o de acuerdo con la Unión Soviética y China. Con la desaparición del primer estado socialista del mundo, las fronteras entre la derecha y la izquierda se tornaron invisibles. Y no es raro que, entre muchos sobrevivientes y grupos políticos, ahora es difícil clasificarlos. Por ejemplo el Partido Liberal, no era bien visto por los Estados Unidos. En cambio el Partido Nacional, era la cabeza de playa en donde los defensores de los Estados Unidos mostraban su adhesión a las políticas democráticas. De forma que, cuando se quería dar legitimidad a una postura, algunos derechistas de abultado kilometraje, no se avergonzaban diciendo, “son órdenes de Washington”. Los universitarios, más influyentes que ahora –en la medida en que se han cubierto el rostro, han perdido prestigio por su falta de valor y su inclinación hacia el vandalismo–, lanzaban proclamas en contra de los Estados Unidos. Y en una oportunidad, Ernesto Paz Aguilar presidente de la FEUH, en el auditorio central de la UNAH, en forma viril, educada pero determinante, exigió y logró que abandonara el recinto, el embajador de Estados Unidos Felipe Sánchez, “porque no era bienvenido en los predios de la ciudad universitaria”.
Ahora, avanzando más allá de la expresión de Paulino Valladares que escribía que, en la capital de Estados Unidos “estaba la madre del cordero”, los políticos de la oposición y los del gobierno, encuentran en la opinión y las propuestas de funcionarios, congresistas y senadores de USA, tanto la fórmula para legitimarse en el poder, como para impulsar iniciativas que les permitan sacar al actual gobernante de la titularidad del Ejecutivo. Acaba de regresar Nasralla, como jefe de la delegación de los opositores –y a la que inteligentemente Manuel Zelaya se abstuvo de acompañar por razones probablemente de elemental asco ideológico– en las que, mansamente se agregó la dirigencia formal del Partido Liberal, –cachureca–, como la confundió el propio Nasralla. La finalidad fue, según trascendió, pedir –no sabemos a quién– que se quite la ayuda al gobierno de JOH, no importando que afecte o no, al pueblo. Pero, pretendiendo abusar de la credibilidad de los ciudadanos, –a los que Nasralla considera minusválidos–, no ha explicado, quiénes los recibieron y no han podido publicar una foto reciente, –fechada en forma indubitable–, para indicarnos que hablaron con personalidades influyentes y además, qué les propusieron. Y cuáles fueron los resultados.
Luis Redondo, muy enterado de estos detalles, hizo circular en las redes, en donde es exitosamente organizador, una fotografía suya con el capitolio al fondo, diciéndonos “en forma clara, reducida y sintética”, todo lo que habían logrado. Y su expresión, que ha sorprendido sobremanera, fue que, “los días de JOH, están contados”.
Concluimos. Además de no ubicar ideológicamente a los viajeros, ignoramos con quiénes se reunieron, qué pidieron, qué les prometieron y cuánto pagarán. No somos tontos. No nos chupamos el dedo. Posiblemente aquí, los únicos tontos son ellos que, creen que para llegar al poder, se pueden usar las veredas del golpe de Estado; o buscar, impúdicamente, que Washington imponga a los gobernantes.