PARA que juzguen cómo funcionan los bloques en esos foros internacionales. Costa Rica, que aspiraba colocar a uno de los suyos en el Consejo de Derechos Humanos de Naciones Unidas, perdió la votación contra Venezuela. No es guasa; de todos los países, la autocracia represiva de Nicolás se queda con el asiento. Nicolás no permite que llegue a Venezuela la Comisión Interamericana de Derechos Humanos de la OEA. (Ni lo quiera la virgen, impedir que alguno de los miembros de cualquier delegación de derechos humanos ingrese a territorio hondureño). Insólito, que Venezuela que ve con desprecio a la CIDH –el órgano regional– tenga representante de los derechos humanos en el foro mundial. Ello, pese a que la Alta Comisionada de la ONU para los Derechos Humanos, Michelle Bachelet, en un informe demoledor, después de visitar ese país, “denunció que en el último año y medio en Venezuela se produjeron cerca de 7,000 ejecuciones extrajudiciales y que la gran mayoría de esas muertes fueron responsabilidad de las fuerzas de seguridad”.
O sea que, si la misma Alta Comisionada de los Derechos Humanos de la ONU rinde un informe de esa naturaleza sobre el ultraje a los derechos humanos responsabilizados a la autocracia, ¿cómo se explica que allí, en las mismas Naciones Unidas, los violadores de derechos humanos sean los que vayan a defender a otros de ultrajes a sus derechos humanos? No es broma. Con 105 votos sobre los 96 obtenidos por Costa Rica, el régimen de Nicolás logró colarse. Estados Unidos junto a otros países impulsaban la candidatura de Costa Rica, para impedir la elección de Venezuela. El canciller de Chile reaccionó de esta forma: “No puede ser que un gobierno que viola los derechos humanos (…) sea elegido para un cargo de esa naturaleza; el gobierno de Maduro no “merece” ni tiene las “aptitudes necesarias” para ejercer el cargo en esa instancia de la ONU”. “Hoy es un día triste para el pueblo venezolano y para quienes creemos y confiamos en un sistema internacional orientado a garantizar y promover la defensa de los derechos humanos”. (No sería remoto que en respuesta a esas declaraciones hoy “los vientos bolivarianos soplan sobre Chile con categoría de huracán”). Vientos arremolinados que no solo atizan la violencia que trágicamente se cuela en las masivas protestas de Chile, sino que llegan hasta Argentina, como impulso al club de las izquierdas para retomar el poder. La candidatura venezolana tenía un “apoyo significativo” del Movimiento de los No Alineados, un bloque con más de un centenar de países. La cancillería tica –que, en todo momento, como equipo, apoyaron la pretensión de su país de tener un representante en ese Consejo de la ONU, no como en otras partes donde más bien los mismos conspiran en contra del interés nacional– fue derrotada.
El resignado canciller expresó: “Uno en la vida tiene que estar dispuesto a dar batallas aún sabiendo que son difíciles y las da por razones de principios”. Y así es. Hace poco Honduras sufrió un revés parecido cuando el gobierno de Lenín Moreno rompió un compromiso de reciprocidad que Ecuador tenía con nuestro país. Honduras cumplió votando por el representante ecuatoriano como juez a la Comisión de Derechos Humanos mientras el gobierno de Moreno lanzó a su canciller a competir por el puesto para el cual había comprometido respaldo a Honduras. (Sin embargo, la justicia divina tarda pero siempre llega. La funcionaria ecuatoriana no solo tuvo un gris ejercicio en su gestión, sino que, en la reciente crisis en Ecuador, el régimen venezolano, que anduvo de la mano de la canciller ecuatoriana consiguiéndole votos para la elección de la asamblea general, ahora –aliado con su socio Rafael Correa y archienemigo de Lenín Moreno–, se le vino encima auspiciando las turbas violentas de los saqueos y el vandalismo. “El Consejo de Derechos Humanos se creó en 2006 para sustituir a la Comisión de Derechos Humanos, suprimida tras 60 años de trabajos por la crisis de legitimidad en la que había caído por decisiones vistas como parciales, politizadas y desequilibradas”. Otra ironía más. Meter a Venezuela en la Comisión de Derechos Humanos, como aire fresco de “legitimidad”.