Por Jorge Roberto Maradiaga
Doctor en Derecho Mercantil, catedrático universitario
y especialista en Derecho Aeronáutico y Espacial
Tal como es del conocimiento público, los últimos procesos electorales han sido ampliamente cuestionados, argumentándose la utilización de recursos estratégicos que garantizan la manipulación de resultados y por ende la materialización de propósitos de grupos o sectores de la sociedad que desnaturalizan de principio a fin, toda consulta popular y democrática.
A lo anterior, objetivamente es de señalar la cantidad de recursos que se invierten en la emisión de las papeletas electorales y la cantidad de papel que se utiliza, lo que en el fondo se convierte en un verdadero atentado al medio ambiente, habida cuenta la enorme cantidad de papel que se requiere, lo que en el fondo se concreta como depredación del medio ambiente.
De otra parte, es oportuno destacar, que con toda objetividad, estudiosos y especialistas del tema, señalan que, “debido a los efectos convergentes de la crisis de los sistemas políticos tradicionales y del espectacular aumento de la penetración de los nuevos medios, la comunicación y la información política han quedado capturadas en el espacio de los medios. Fuera de su esfera solo hay marginalidad política. Lo que pasa en este espacio político dominado por los medios no está determinado por ellos: es un proceso social y político abierto. Pero la lógica y la organización de los medios electrónicos encuadra y estructura la política”.
Con toda propiedad hay que admitir que hoy en día, los medios de comunicación se han convertido en la principal fuente de información política y juegan a la vez un doble papel: una función de constructores/voceros de los discursos de las instituciones políticas y los grupos de interés a partir de los cuales la masa electoral puede configurar un escenario de posiciones y reacciones en torno a problemáticas y personajes políticos, y una segunda función de constructores/voceros de la opinión pública a partir de la cual los políticos conforman sus agendas y toman sus decisiones.
Por ello, es que hoy en día, gran parte de los autores hablan de un cambio revolucionario enmarcado en lo que los norteamericanos llaman las nuevas autopistas de la información y los europeos, quizá con una visión más global, la sociedad de la información: “Una revolución tecnológica, centrada en torno a las tecnologías de la información, está modificando la base material de la sociedad a un ritmo acelerado. Las economías de todo el mundo se han hecho interdependientes a escala global, introduciendo una nueva relación entre economía, estado y sociedad en un sistema de geometría variable”.
Con propiedad se señala que la revolución de la sociedad de la información tiene tres fases:
1. La implantación de la microelectrónica, primero gracias al invento del transistor (desarrollado en 1947 en los Laboratorios Bell de Murray Hill, Nueva Jersey), después por los circuitos integrados y, finalmente, con el gigantesco avance que supusieron los microprocesadores desde 1971. 2. Los ordenadores, a partir de 1946 con el ENIAC (Electronic Numerical Integrator and Calculator). Desde la década de los ochenta, los ordenadores han vivido su feliz relación con las telecomunicaciones en lo que habitualmente conocemos como telemática, la informática a través de las redes de telecomunicaciones; y, 3. Las telecomunicaciones y su vertiginoso desarrollo, especialmente como una herramienta ligada directamente al crecimiento de la economía de mercado. Las telecomunicaciones han mejorado gracias a la aplicación de la microelectrónica y la informática a la gestión de las redes, pero también gracias a descubrimientos como la fibra óptica o el paqueteado de la información para su distribución a través de redes.
Obviamente, estas revoluciones tecnológicas no son gratuitas. Las tecnologías son, especialmente en las últimas décadas, causa y consecuencia de la lógica política y económica que estimula la investigación en ciertos campos e impulsa ciertos descubrimientos frente a otros para la consecución de sus fines.
Algunos tratadistas del tema, con propiedad señalan: “Cabe sostener que, sin la nueva tecnología de la información, el capitalismo global hubiera sido una realidad mucho más limitada, la gestión flexible se habría reducido a recortes de mano de obra y la nueva ronda de gastos en bienes de capital y nuevos productos para el consumidor no habría sido suficiente para compensar la reducción del gasto público”.
¿Debemos impulsar en Honduras una democracia electrónica? Todos estos cambios impactan en las tradicionales industrias de la comunicación, así como a toda la sociedad, incluido el sistema político. La mayor parte de estas cuestiones vienen a recogerse en el debate sobre la llamada democracia electrónica, inserta en la revolución de la sociedad de la información y sucesora de la democracia mediática. Espero se coincida con nosotros en que es un imperativo categórico la implantación de la democracia electrónica.
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