NO sabríamos decir qué tan difíciles o fáciles serían las preguntas de esos exámenes que tomaron los 22 mil maestros para un concurso de plazas. Sin embargo, la fatalidad es otra. Que, si reprueban a los que dan clases, ¿qué puede esperarse de los que las reciben? Pero hay otra calamidad. Una que planteamos al ministro de Educación que, por lo visto, tomó como quien oye llover. Se trata de la pérdida del hábito de la lectura. Algo que debiese ser inducido en los hogares y en las escuelas. Y como el analfabetismo pasó de ser un limitante de los que no saben leer ni escribir, ahora es una vergüenza de los que sabiendo hacerlo ni leen y menos escriben. El buen hábito de la lectura fue fundamental en la formación de líderes, intelectuales, mentores, profesionales, en fin, hombres y mujeres con más talento que talante, que forjaron los destinos nacionales. Cualquiera, salido del colegio, antes tenía una mínima noción de cultura general. Eso ahora es rareza. La carencia ha sido más notoria a partir de la aparición del internet, de las redes sociales y de la comunicación a través de los sorprendentes aparatitos digitales. Ironía, que lo que debió servir para informar, educar y culturizar a la sociedad, se utiliza para la guasa, la diversión y para la desinformación.
Como la gente ahora pasa ocupada en frivolidades, ya no hay tiempo para leer, y aunque lo hubiese, no es algo que las “chatarras” de los “chats” crean necesitarlo. El Premio Nobel de Literatura 2010, Mario Vargas Llosa, en su discurso de presentación de su nuevo libro –“Conversaciones en Princeton”– calificó de “caricatura de la lengua” la forma espantosa del lenguaje y de la forma de comunicarse en las redes sociales. Dijo estar convencido que, si la literatura no prevalece, la sociedad corre el peligro de convertirse “en un mundo de monos”. “Solo la buena literatura enseña las posibilidades de la lengua, enseña a matizar, a ser preciso, claro y coherente”. Si la literatura no sobrevive, “la sociedad del futuro no va a ser nada envidiable y ejemplar; puede ser floreciente en tecnologías, pero invivible para alguien con sensibilidad y cierta cultura”. El ensayista francés Christian Salomon plantea que el debate agresivo y los fenómenos virales en redes sociales han sustituido la noción del “storytelling” (contar una historia). “Hoy vivimos rodeados de narradores no fiables”, “que sufren un descrédito generalizado”. “Esto ha provocado que ahora, para estar presente en los medios se exige la provocación y la transgresión. El debate político se ha “carnavalizado”. Entre más agresivo más presencia mediática. “Los acontecimientos ya no se ordenan por secuencias o entregas. Se estructuran por la imprevisibilidad y lo chocante que resultan”.
El “storytelling” “llevó la política al terreno de la teatralización, el entretenimiento y la irracionalidad de los afectos”. “Una vez ahí resultó imposible volver a cruzar la frontera en el sentido opuesto”. “Que la conversación pública se haya trasladado a las redes sociales plantea nuevos tiempos”. “En la década pasada, el ciclo informativo de 24 horas fue sustituido por el de 24 minutos”. “Ahora ya estamos en los 24 segundos”. “Ese acortamiento de los tiempos favorece el enfrentamiento”. Si bien lo anterior no sea tema que vaya a interesar a ninguno de los políticos, ya que estos están cómodos con sus debates insulsos y superficiales, no es algo que deba ignorarse. Sobre todo por el efecto negativo que tiene en brindar una educación de calidad. Mayor es la obligación de la Secretaría de Educación de revisar estas distorsiones de los instrumentos para el aprendizaje que en los colegios, en las escuelas y en las universidades conspira contra la enseñanza formativa de nuestros jóvenes. Si el titular de esa cartera se cruza de brazos frente a esta realidad, va a pasar como otro accidente más, sin haber aportado nada trascendente al sistema educativo.
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