Por Fernando Berríos
Periodista
Todos hablan de alianzas políticas pero pocos miden el desenlace de las mismas. Casi en todos los países del mundo donde se han gestado, las cosas no terminan bien.
No es nada sencillo gestar alianzas donde todos ganen y pocos pierdan. Detrás de la retórica, que suena atractiva para muchos, se gestan muchos intereses que terminan generando más perjuicio que beneficio.
Entendemos que las mismas son importantes y en muchos de los casos, imprescindibles para ganar una elección.
Pero la pregunta es: ¿Cuál es el verdadero objetivo? Le falta visión al que cree que las alianzas deben gestarse para ganar, porque el gran objetivo es gobernar.
Veamos bien lo ocurrido en Honduras en el pasado proceso electoral de 2017.
El partido Libre gestó una alianza de oposición con el objetivo de ganar esas elecciones. Se sumaron al proyecto Salvador Nasralla (quien ya no tenía partido y desde ahí llevaba las de perder) y el partido Pinu, convertido en una fuerza incipiente y sin personalidad.
De todos es sabido que Nasralla, si bien arrastra un caudal de electores (un millón de votos según sus propias declaraciones), salió de esa alianza con las manos completamente vacías. Sin diputados, sin alcaldes, sin recursos provenientes de la deuda política, sin representantes en los nuevos organismos electorales, sin banda presidencial y aún sin partido. Nasralla hizo alianza para ganar, no para gobernar.
Pinu era un partido a punto de desaparecer. En la elección de 2013 apenas obtuvo 4,468 votos (0.14%). La ley permitió su permanencia porque logró un escaño en el Congreso Nacional a través de la figura recién llegada al partido de Doris Gutiérrez.
El Partido Liberal, el cual se negó a formar parte de esa alianza de oposición comandada por Libre, atravesaba una profunda crisis y producto de la misma, tocó fondo en las elecciones generales de 2017, al capitalizar 484,187 votos.
En un artículo anterior nos preguntamos, ¿A qué juega la oposición? Y apenas dos días después el expresidente Manuel Zelaya Rosales revelaba que se busca una coalición donde todos los partidos vayan a elección primaria y quien obtenga más votos encabece cada fórmula de cara a la elección general.
Si bien el ejercicio parece muy democrático, en mi opinión no lo es y puede convertirse en una trampa “mortal” para los partidos y para el que está en formación: el Salvador de Honduras.
Veamos por qué. Libre fue a elecciones internas el 12 de marzo de 2017, con Xiomara Castro de Zelaya como candidata única. En esas elecciones primarias la candidata obtiene una participación electoral de 461,825 votos (válidos, nulos, blancos). El Partido Liberal lleva a las urnas a 700,861 personas y el Partido Nacional 1,378,770 electores (entre estos casi 230,000 votos nulos y blancos, presumiblemente de burócratas).
Desde ahí las cosas no marchaban bien para la oposición. Los votos del Partido Liberal y Libre en simples matemáticas no alcanzarían para derrotar a Juan Orlando Hernández.
Siendo así ¿por qué no se suma a esa alianza el Partido Liberal y de dónde obtiene Libre el millón de votos que lo lleva a convertirse en la segunda fuerza política en las generales de 2017?
Formule usted sus propias hipótesis. Lo cierto es que el Partido Liberal pierde en las generales más de 200,000 votos en apenas seis meses, el Partido Nacional se mantiene con 1,410,888 votos y Libre a través de la alianza alcanza 1,360,442 (quizás en esto se basa Nasralla para afirmar que su caudal es un millón de votos).
Hoy estamos a dos años de unas nuevas generales. ¿Nasralla (si inscriben su partido en el CNE) aceptará ir a primarias, considerando que en las últimas que él mismo organizó (el 9 de abril de 2017) apenas fueron a las urnas 10,000 simpatizantes?
El Partido Liberal, que sigue fraccionado y sin norte, ¿estará consciente que en sus próximas primarias podría tener apenas la mitad de los votos que logró en noviembre de 2017?
Mi consejo: Recuerden que en las alianzas está la trampa.
Fberrios1974@gmail.com
Twitter: @BerriosFernando
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