AYER estuvimos de aniversario. Cuarenta y tres (43) años de hacer periodismo. Cuánto hubiésemos querido sentarnos a platicar, como era costumbre hacerlo, con Óscar A. Flores, el director fundador de Diario La Tribuna.
Para indagar ahora su parecer, después de tantos años de vida transcurridos, sobre aquello que –de su experiencia como intelectual, escritor, periodista, editorialista y director de revistas y diarios impresos– nos anticipaba cuando recién acariciábamos la idea de aventurarnos a un proyecto de semejante trascendencia: “Eso de montar un periódico –nos decía señalando con la boquilla del cigarrillo en la mano, hacia un rincón de su oficina– es como querer trepar esa pared con las uñas”. “Y lidiar con lo contumerioso de este oficio, equivale a hacer lo mismo, trepar otra vez la pared, todos los días del año”. Cuánta razón tenía. Una empresa periodística no es como ninguna otra actividad empresarial. Son otras las razones que la inspiran, los motivos que la guían, los objetivos que se buscan. Nada que tenga que ver con beneficios particulares o lucrativos. El bienestar que se procura es el de la sociedad.
Actuar, como “Una voluntad al servicio de la Patria” –la frase que acuñó en su primer editorial, cual nota de registro de la partida de nacimiento del diario– impone el más delicado de los compromisos. Esmero de todo un equipo de periodistas, fotógrafos, escritores, columnistas, diseñadores, diagramadores, publicistas, personal técnico y administrativo, maquinistas, gestores, vendedores, canillitas, todos ellos dedicados trabajadores y trabajadoras que, más que cumplir una tarea cualquiera, desempeñan sus funciones con entrega y con pasión. Es ese singular empeño cotidiano, lo que no permite fallarle a la palabra empeñada. Pero pasando de la familia plural a la singular. Hoy, son los hijos y los nietos quienes, a veces, llaman nuestra atención sobre alguna de sus lecturas. El otro día Carlitos dejó marcado en un libro –de la obra periodística de Gabriel García Márquez– un artículo que creyó podía interesarnos. Lea esto –nos dijo– le va a gustar: “Tema para un tema”. “Hay quienes –según el escritor colombiano– convierten la falta de tema en tema para una nota periodística”. A quien pretenda sentarse a escribir, sobre nada, le bastaría con hojear desprevenidamente la prensa del día, para que el problema inicial se convierta en otro completamente contrario: “saber qué tema se prefiere entre los muchos que se ofrecen”. La sola entrada del texto trajo a la memoria algo sobre lo que a menudo consultaba: “¿Se te ocurre algún tema para el editorial?” Creíamos entonces que vacilaba. Sin embargo, hasta que él faltó y tuvimos que asumir la tarea de escribir el editorial del periódico, todos los días, comprendimos que no bromeaba.
Aunque tópicos para comentar sobran, hay temas de manejo tan delicado sobre los que cuesta escribir.
“Enciéndase un cigarrillo –continúa su artículo García Márquez– repásese, con todo cuidado, el revuelto alfabeto de la Underwood y comiéncese con la letra más atractiva”. Nuevamente –una Underwood– esa era la marca del aparato. Solíamos encontrarlo, con un cigarrillo encendido en la boca, mientras golpeaba a toda velocidad las teclas de la máquina de escribir, con un solo dedo de cada mano. De corrido, hasta sacar la hoja completa de papel mecanografiada, a la que, una vez que la revisaba, apenas le hacía pequeñísimas correcciones. O bien, cuando en horas de la tarde, o temprano en la noche antes de dormir, íbamos a verlo a su casa de habitación, lo encontrábamos en su dormitorio, recostado en una cómoda silla reclinable, escribiendo a mano, sobre hojas de papel periódico pautado. El editorial, nos decía, no tiene que ser necesariamente sobre el tema de impacto del día. Para eso están los titulares y el texto de las noticias. Hay que darse uno y darle al lector, algunas horas para digerir los acontecimientos y comentarlos después de más pensamiento. “Pero, dicho lo anterior, ¿verdad que se te olvidó que ayer estuvimos de aniversario? –nos habría dicho– no escribiste el editorial”.