Por Ángela Marieta Sosa
Especialista en derechos humanos
La adopción es un derecho humano inherente al que quiere adoptar como al que da en adopción a un ser humano y al que es sujeto de la misma, el concepto más básico nos dice que adoptar proviene del latín adoptio, que es la acción de adoptar. Este verbo hace referencia a recibir como hijo(a) al que no lo es biológicamente, con el cumplimiento de diversos requisitos y obligaciones que establece la ley.
Hace cuarenta y un años, en un lugar escondido y extremadamente rural, ubicado en una montaña cuyas faldas son fronterizas con Nicaragua y Costa Rica, nació una niña, producto del amor entre una mujer, quien era una humilde cocinera de una hacienda y el hermano de la dueña de la propiedad, esa niña nació enferma, se encontraba deshidratada producto de una disentería que no podían controlarle, y en vista de la calamidad rural, el pronóstico de la niña, era morir.
El padre de esa bebé, decidió ante el riesgo de perder a su pequeña, llamar a una de sus sobrinas y pedirle que la tomara en adopción, y llegó el momento en el que aquella mujer (la sobrina) llena de esperanza por encontrarse con esa niña en la montaña, la vio y la tomó entre sus brazos, ante el llanto y la impotencia de su madre biológica, quien no quería que se la arrancaran de su regazo, pero las palabras del sabio padre fueron, ¡o entregas a la niña o se muere! que decides.
La decisión era casi predecible, debían salvar a la pequeña, pues no habían más opciones y ante tal escenario, llena de dolor aquella humilde mujer de la montaña dejó partir a su pequeña de ocho días de nacida, con la esperanza de volverla a ver algún día, esa niña sobrevivió a su condición de salud trágica, gracias a Dios y al empeño de su madre adoptiva, por salvarla y cuidarla todos los días y todas las noches.
La historia narrada anteriormente, solo en una de sus partes, nos enseña que criar a un ser que no salió del vientre de quien lo forma, es el acto más puro de amor y de convicción de querer ser madre y de ayudar a los demás, la Madre Teresa de Calcuta decía a las mujeres que abortaban “No los maten, dénmelos a mí… yo los cuidaré”.
El acto de adoptar y dar en adopción debe predeterminarse por el sentimiento del amor, de solidaridad, de empatía con el que está sufriendo, quizá muchas personas aún cuestionen este tipo de acciones, y estigmaticen tanto al que adopta como al que dio en adopción, y peor aún al niño o niña que fue sujeto de tan noble acto de amor, sobre todo en los pueblos en donde difícilmente se puede ocultar un hecho de esa naturaleza, que es demasiado noble para la poca capacidad cultural y espiritual existente.
Aquella niña cuya vida fue cambiada por Dios, es una prueba fehaciente de la existencia de la voluntad divina y sobrenatural en ella y en las personas seleccionadas para protagonizar esa verdadera historia de amor, y más allá de la escasa visión de quienes condenaron tan hermoso acto de amor, cuando el destino está marcado para bien, aunque se interpongan, ese futuro solo Dios lo puede detener.
Qué felicidad la de esa niña, que hoy seguramente es una mujer realizada, saberse tan amada por su madre biológica y por su madre adoptiva, que privilegio tener ese tipo de amor que no requiere condicionamientos, ese hecho marca el alma y hace personas distintas, llenas de resilencia para sobrellevar los avatares de la vida, pero sobre todo convirtiéndolas en seres de luz que transforman un desafío en oportunidad para avanzar y ayudar a otros.
Debemos promover la adopción, para cambiar la vida de muchos niños y niñas cuyos destinos están por decidirse, y sobre todo para cambiar nuestras vidas, demostrándonos a nosotros mismos que somos capaces de actuar como verdaderos cristianos, de hechos, de convicciones y no de recital de versículos. Adoptemos niños y niñas, pero primero adoptemos en nuestros corazones la educación, la cultura del respeto al adoptado(a), la nobleza, la gentileza, la bondad, haciendo por otros lo que nos gustaría que hicieran por nosotros.