HABÍAMOS iniciado con otro asunto cuando de pronto recibimos un mensaje urgente. Se refiere a los temas de los editoriales –sin duda que agradecemos la interacción de acuciosos lectores preocupados por los problemas nacionales– con recomendaciones de buena fe, para mantener la atención del auditorio. “¿Por qué solo tratar problemas del exterior –sugieren– no sería bueno combinarlos?”. Parecidos reclamos recibimos, a veces, de otros amigos. Quizás, la culpa sea nuestra. La mala costumbre de hablar y, por lo general, escribir en parábolas y no del todo deletreando, para que las cosas sean diáfanamente entendidas. Sin embargo, los casos exógenos no dejan de ser aplicables a lo doméstico. Como reflejo en un espejo de nuestra propia imagen, o advertencias que lo que sucede afuera pueda repetirse acá. Digamos, cuando enfocamos sobre el deterioro social, político y económico sufrido en Nicaragua –donde la percepción, antes del conflicto que acabó por arruinarlo todo, era que aquello era una especie de panacea– ¿creen ustedes que la intención del escrito sea abordar situaciones de afuera o que igual o parecido, en el despabilar de un mico, no podría desencadenar aquí también? ¿O que la asolada sociedad venezolana no sea muestra de hasta dónde conducen las autocracias?
Cuando editorializamos sobre Bolivia ¿encontraron las curiosas similitudes o coincidencias con lo sucedido aquí en Honduras? Por supuesto que no solo son ganas de cubrir a Evo, o de comentar sobre el lejano sur. Y si ello no fuera suficiente –metan al gobierno mexicano y al argentino en el coctel– analícenlo en el contexto de la solidaridad demostrada por los gobiernos de izquierda a sus compañeros de viaje, mientras las derechas, de ocurrir cualquier percance, se quedan huérfanas, hablando solas. Trasladémonos a Chile. Sí, es bueno ver más allá del patio propio, pero si la violencia, los saqueos y la crisis imparable azota allá, en lo que a todos se ofrecía como referente de un sistema primermundista, ¿qué no podría pasarle, en menos que canta un gallo, a cualquiera de estos pintorescos paisajes acabados? Hemos cubierto lo referente a los italianos, que llevan 62 gobiernos en los últimos 69 años, como ejemplo para aquellos que aquí quieren trastocar la Constitución dizque porque el multipartidismo y los sistemas parlamentarios son superiores al sistema representativo, republicano y democrático que tenemos como forma de gobierno. ¿Si allá les cuesta lidiar con tremenda inestabilidad, qué podría esperarse de nosotros? Igual abordamos la investidura española. Con la siguiente observación. Nadie está diciendo que eso no sea democracia.
Claro que sí es democracia y en abundancia. Lo que ponemos en duda es la habilidad de los líderes políticos de llegar a acuerdos. Y si allá los líderes, en sociedades más civilizadas –por algo tan complicado– no encuentran forma de ponerse de acuerdo, y aquí los dirigentes políticos no llegan a arreglos –en un sistema más sencillo– ¿qué habilidad tendrán aquí para negociar y entenderse si de lo sencillo lo pasan a lo complicado? Igual, el Brexit es apasionante. ¿Creen que eso no nos atañe acá? Pues no estén tan seguros de ello. La ola es expansiva y se repite de una nación a otra. Los que ignoran los mensajes o las lecciones, pierden. El triunfo de los conservadores ingleses desafió todos los pronósticos. Una sola frase, “que se cumpla el Brexit”, penetró más el sentimiento generalizado de los votantes que cualquier lección –larga y llena de conceptos indigeribles para gente sin mucha capacidad de concentrarse por más de 30 segundos en lo que le transmiten– ofrecida por los opositores. Los servicios de redes y medios sociales están llenos de mentiras, fanatismo y tonterías, pero funcionan para comunicar a la colectividad. La verdad es algo que a la multitud no le interesa. Muchos de los votantes se guían por la personalidad de los líderes, las apariencias, su capacidad de comunicación. Importa el carisma y el atractivo personal. No votan por los sosos, aburridos, antipáticos, y amargados. (Todas esas peculiaridades fueron atribuidas a Corbin, el líder laborista, quien dimite en enero, abochornado por la vergonzosa derrota de su partido). Infunde más confianza un semblante amable, simpático, bromista, campechano y cordial. (Boris, escénico y teatral apeló al auditorio con frases cortas, tajantes, a veces mordaces contra sus rivales). Además, muchos votan no a favor de alguien sino en contra del otro. Y el candidato laborista, de narrativa divisiva y aspecto frío, simplemente ahuyentó a los electores. Los ciudadanos responden a sus miedos, a sus frustraciones, a sus impulsos internos. Ya los discursos académicos y doctorales no apelan a nadie. (Se agotó el espacio. Pero, a ratos, cuando vean hacia afuera piensen para adentro).