ES indudable que esta semana que estamos comenzando es altamente navideña, cuya sola expresión, al traducirla al lenguaje popular, se concreta en una variedad de celebraciones, acciones y alimentos típicos y extranjeros de toda clase. Pero al margen de las diferenciaciones en cada uno de los hogares, hay un denominador común que caracteriza a la gastronomía hondureña, incluyendo a la mayor parte de los segmentos sociales. Ese denominador común son los nacatamales y las torrejas, que están presentes por todas partes, como una especie de continuidad de las tradiciones mesoamericanas indígenas, en conjunción con la tradición española de estos últimos siglos.
Los nacatamales son una variedad de “tamales” mesoamericanos derivados del maíz, que se remontan a los fogones milenarios de las comunidades prehispánicas del centro-norte de México, que ensayaron diversas mezclas de esta importante gramínea. Los “tamales” eran típicos, también, dentro de la civilización olmeca y, naturalmente, la esplendorosa civilización maya. Sin embargo, los nacatamales contemporáneos incluyen ingredientes propios de la cocina española del periodo colonial, como la carne de gallina, las aceitunas y otros deliciosos componentes. De tal suerte que el nacatamal, muy nutritivo por cierto, es el resultado de una simbiosis cultural, agradable a los ojos y al paladar, en caso que lo hayan preparado aquellas personas que recibieron los conocimientos de las abuelas mestizas.
Las torrejas son un postre esperado para la celebración de Navidad. Como se trata de un platillo popular, preparado fácilmente con panela o rapadura de dulce, el mismo es accesible a casi todos los hogares hondureños. Lo normal, en nuestra tradición catracha, es que a las visitas se les reciba con un sabroso nacatamal y con torrejas de diversa especie, en caso que todavía se conserve la costumbre cristiana de compartir con los demás, a la par de las buenas conversaciones familiares. O entre los amigos.
Por supuesto que las personas que han logrado viajar al exterior, además de los nacatamales actualmente añaden unos emparedados de pavo, una pierna de cerdo o algún lechón horneado, con lo cual la cocina hondureña se enriquece cada año. También es posible observar sobre la mesa un pollo o una gallina rellena, según las posibilidades económicas de cada familia.
Sin embargo, lo más importante de la Navidad es recordar la razón por la cual se conmemora, simbólicamente, esta fecha especial. Mucha gente celebra la “Noche Buena” y el día de “Navidad” olvidando que se trata del nacimiento del Rabino de Galilea, el hombre más amoroso y caritativo que haya nacido en el mundo. Muchos pierden de vista la humildad divina del recién nacido en un establo o en una cueva de Belén. Esa humildad representa, entre otras cosas, a una multitud de personas menesterosas a las cuales les es casi imposible disfrutar un nacatamal, una taza de café, una copa de vino o una pierna de cordero asado. Son millones de desempleados, friolentos o hambrientos que esperan, en estos días, un pedazo de pan fraterno.
No es moralmente aceptable que celebremos la Navidad dejando a los más pobres en el olvido. Es increíble que existan personas ricas, o de clase media, que buscan regalos únicamente para sí mismas; sin pensar siquiera en que tienen otros parientes que también necesitan un obsequio de ocasión. De hecho se olvidan de la existencia del prójimo, sin el cual es imposible la práctica del cristianismo. Un abrazo fraterno, un nacatamal, una torreja, una taza de café con un pedazo de pan, hacen simplemente la diferencia.