Por Marcio Enrique Sierra Mejía
Una simple y prolongada apreciación del escenario político de Honduras intentado verlo en perspectiva histórica nos demuestra que, la utilización de la mentira política como el arte para hacer creer en la ciudadanía hondureña falsedades inocentes con la intención de realizar un buen fin, es una práctica política vernácula. Los líderes políticos, considerados caudillos y amos de los partidos, ahora en tiempos del auge de la comunicación cibernética, mienten para parecer modernos y no amos medievales. En la actualidad, dan a conocer sus posturas con canturreos y entrevistas las verdades a medias, útiles para tergiversar y desviar la atención de los grandes problemas del país, que podemos sintetizar en desigualdad y exclusión. Estos líderes políticos le ocultan la verdad al pueblo y, según ellos, lo hacen para protegerlo de que caiga en la vacuidad u en manos de dictadores y guiarlos hacia su liberación. Los políticos emblemáticos que participan en nuestra cotidianidad obran como hechos a la medida de todo y se sienten facultados para orientar el destino del país. Piensan que el pueblo no tiene derecho a ser poseedores de la verdad, ni la justicia, ni tampoco a contar con bienes, tierras y derechos.
Consideran a la verdad como travesura, tesoro benéfico y colectivo, propiedad privada de ellos que no puede ser tocada, buscada y menos publicada. El no a los gobiernos nacionalistas, recoge los consecutivos antecedentes de evidentes mentiras políticas de la oposición política a los gobiernos nacionalistas del siglo XXI y, la desesperanza y la desconfianza social, ponen en evidencia promesas incumplidas de los políticos que administran el gobierno. Cerrando un ciclo lleno de falsos positivos (violencias, escándalos de corrupción, persistencia de la impunidad a emblemáticos empresarios y altos funcionarios públicos y otros como manifestaciones políticas callejeras impulsadas en complicidad con organizaciones delictivas) que demuestran bloqueos a la justicia que se traducen en miedo social y dudas sobre un futuro luminoso y que marcan perspectivas de un futuro incierto. A las madres de jóvenes masacrados sistemáticamente y extrajudicialmente, pretenden hacerlas creer que la muerte de sus hijos es debido a políticas represivas que promueve el gobierno y que son víctimas del carácter represivo del gobierno y que por esa razón son asesinados. Nuestra dirigencia política o élites políticas, salvo mínimas excepciones, utilizan la mentira como semillero, valor y táctica. Niegan la verdad y mienten para sostener su poder. Sustraen las mentiras a cualquier verificación o refutación y logran diversificar los temores debido a la “mala política” que causa el desconcierto político en el que estamos. Estoy de acuerdo con Manuel Humberto Restrepo Domínguez cuando afirma que: “Es común escuchar que denominen buen político, al más diestro en el arte del engaño, al artista de la ilusión, la presdigitación y el espejismo, que con perfección llevan cada historia al límite de lo creíble, calcula la mentira, la sopesa, la dosifica. El “buen político” de hoy, es totalmente contrario a lo que debiera ser, se burla de la ética y destroza la política. Es el que mejor miente, el cínico, el cafre. Este político en singular, promueve al sistema de la mentira, que para su reproducción incuba y mantiene a prueba (in situ y de facto), hechos marañas de corrupción. Cuando este político dice defender lo público es porque está defendiendo lo privado y cuando señala un crimen ajeno es para ocultar el que él mismo ha cometido” Domínguez Restrepo, Manuel, 2019).
Nuestra clase política, se desarrolla entre mentiras, adoctrina al pueblo a creérselas. Tenemos una masa ciudadana de crédulos adobada y dispuesta a reiterar, esparcir, divulgar por canales radiales y redes sociales las falsas noticias y anuncios que extienden las mentiras como si fuesen verdades, amparados en casas radiales o “call centers” especializados en producir mentiras de prueba y de verdad. Unas las proclaman rápidamente para crearle problemas al gobierno y otras al sistema político que bien manipulan u otras para propiciar estatus de poder político por tiempo prolongado. Es lapidaria la conclusión a la que llega el analista político Héctor A. Martínez en el 2018 cuando expresa lo siguiente: “Ya no sabemos en dónde comienza la verdad y en dónde comienza la mentira en la política hondureña… todo el sistema político y legal hizo aguas hace mucho tiempo… hemos perdido toda la fe en las instituciones que administran las leyes y en la imparcialidad de la justicia hondureña (Martínez, Héctor: El País, mayo 2018).”
Nuestro sistema político no debe seguir forjado entre mentiras y alimentado con clientelismo y corrupción porque con esa estrategia se está apartando de la vida política a una gran masa de ciudadanos jóvenes que creen en la sinceridad, la ética, la honestidad y el éxito político, no basados en la mentira, si no en la verdad.