HOY despierta trabajando solo la mitad de los que trabajan. Los empleados públicos desde el fin de semana pasado disfrutan de su largo feriado. Un reflejo del puente cívico de la semana morazánica –propicio para el turismo interno no para conmemorar el motivo que dio origen a la efemérides– solo que este es un creativo puente de holganza navideña. El gobierno dispuso –a cuenta de vacaciones– conceder asueto a los burócratas, el 23, 24, 26, 27, 30 y 31 de diciembre y el 2 y 3 de enero del 2020. Para el merecido descanso. Lo que el país seguramente requiere a propósito de esta ralentización económica, para cerciorarse que no haya reactivación alguna de las actividades productivas. En esta temporada de fraternidad, lo que ocupa la sociedad es más tiempo de ocio prolongado, para difuminar las penas, para olvidarse de los apuros habituales o de los dolores que golpean al país. También, cae como anillo al dedo la vacación, para dedicarse a tiempo completo a la comunicación de menajes insulsos –urgentes, de vida o muerte– por los “chats”; compartiendo videos y tarjetas de Navidad, o bromas de ocasión –sin olvidar que hay que multiplicar los ataques al enemigo– por las plataformas digitales de las redes sociales.
Decíamos que la mitad de la gente que trabaja, o sea la fuerza laboral que es parte de la iniciativa privada, regresa a sus faenas. Algo es algo, con la mitad del país trabajando. No con mucho ánimo de entrarle de lleno a las funciones, pero no hay de otras, la obligación llama. Hay que ganarse la vida. Las compras navideñas dieron la oportunidad de ponderar como ha crecido el hormiguero capitalino. Mares de compradores –o solo mirones y curiosos– inundaron los centros comerciales y los mercados. No cabía una aguja en los estacionamientos y por las kilométricas colas de vehículos no era rápido ni fácil llegar de uno a otro lugar. Por mucho que insistan, la festiva comunidad capitalina no hace caso a la ordenanza municipal. ¿De cuál venta clandestina de cohetes y petardos hablan las noticias, si es más fácil conseguir pólvora, a que entreguen los paquetes exprés que se pidieron las navidades pasadas y que –como los trámites burocráticos son tan agiles como los movimientos de los perezosos o las babosas del jardín– no sueltan después de un año de tenerlos requisados? (Alguien nos decía que ya no esperemos que entreguen esos paquetes, ya que después de un año de tenerlos retenidos, lo más posible es que se perdieron). Así que cuando el reloj marcaba las 12:00 de la noche la ciudad retumbó con la quema de pólvora. Fuegos artificiales, cohetes, carrera de bombas, silbadores, cebollas, morteros, volcanes, en fin, no hubo carestía de explosivos, para competir tanto en estruendo como en intensidad, con la luminosidad de los focos multicolores del parque navideño de la alcaldía.
Hace tiempo, quizás por temor a la inseguridad, no se ven las pastorelas que durante muchos años fueron tradición en las ciudades. La gente prefiere festejar en familia y con selectos amigos, protegidos por el encierro en sus casas de habitación. Ya aproximándonos al fin de año. El jueves ocurrirá el último eclipse solar del año. Pero, lo mismo da, ya que solo será posible contemplarlo a los que vivan en el extremo oriental de África, Asia, parte de Oceanía, Arabia, parte de la costa de Omán y el sur de la isla de Guam en el Pacífico. No se puede ver desde América. El único eclipse que se podrá ver aquí en el país es el que nos espera el próximo año si no agarran en serio la necesidad de agacharse a trabajar en vez de estar ofreciendo asuetos dilatados con cualquier pretexto. Ah, y de paso, crear fuentes de trabajo en forma masiva, para acoger a todos estos compatriotas retornados y deportados que ahora llegan por miles cada semana. Sumados a los que ya no podrán salir a buscar oportunidades que no encuentran acá, a la tierra prometida, desalentados por los acuerdos de “cooperación de asilo”.