Por: Óscar Armando Valladares
Guardo por José Martí y su ínsula antillana inexpirable admiración, a la luz de fundadas razones: por el apóstol, en razón de su cálida estela literaria, en que la edad de oro -niñez y juventud- ocupa espacio predilecto, y en razón de su inmolada entrega de patriota; por Cuba, en virtud de su altivez señera luchada y conseguida al ardor de su gente, que -aislada y pretendida siempre- exubera el afán de compartir su diestra humanitaria.
Tres textos perdurables homogenizan la obra martiana: Versos sencillos, La Edad de Oro e Ismaelillo, en cuyas páginas el autor vuelca “sus amores más puros y elevados de padre cariñoso, de sabio y compresivo maestro, de amador de la naturaleza”, como aprecia Raimundo Lazo.
En relación al primero, Martí escribe en Nueva York (1891): “Mis amigos saben cómo me salieron estos versos del corazón. Fue aquel invierno de angustia, en que por ignorancia o por fe fanática, o por miedo, o por cortesía, se reunieron en Washington, bajo el águila temible, los pueblos hispanoamericanos… Se imprimen estos versos porque el afecto con que los acogieron, en una noche de poesía y amistad, algunas almas buenas, los ha hecho ya públicos. Y porque amo la sencillez, y creo en la necesidad de poner el sentimiento en formas llanas y sinceras”. En octosílabos rimados dio fama a “versos” como estos: Yo soy un hombre sincero/ de donde crece la palma,/ y antes de morirme quiero/ echar mis versos del alma./ Con los pobres de mi tierra/ quiero yo mi suerte echar:/ el arroyo de la sierra/ me complace más que el mar./ Yo quiero, cuando me muera,/ sin patria, pero sin amo,/ tener en mi losa un ramo/ de fl ores, ¡y una bandera!/ Temblé una vez -en la reja/ a la entrada de la viña-/ cuando la bárbara abeja/ picó en la frente a mi niña.
Entre julio y octubre de 1889, el escritor cubano dio a la estampa en Nueva York los cuatro números de su revista La Edad de Oro, dedicada a los niños de la que él llamó Nuestra América. La cita que sigue, refl eja con nitidez al pensador y maestro: “Un hombre que obedece a un mal gobierno, sin trabajar para que el gobierno sea bueno, no es un hombre honrado. Un hombre que se conforma con obedecer a leyes injustas, y permite que pisen el país en que nació los hombres que lo maltratan, no es un hombre honrado. El niño, desde que puede pensar, debe pensar en todo lo que ve, debe padecer por todos los que no pueden vivir con honradez, debe trabajar porque puedan ser honrados todos los hombres, y debe ser un hombre honrado”.
Nacido su hijo el 22 de noviembre de 1879 -hace 140 años-, Martí le dedicó su “Ismaelillo” cuando el niño tenía tres años de edad. “Tengo fe -le dijo- en el mejoramiento humano, en la vida futura, en la utilidad de la virtud, y en ti”. En los quince poemas, la ternura paterna desborda sus arreos: Para un príncipe enano/ se hace esta fi esta./ Tiene guedejas rubias, / blancas guedejas;/ por sobre el hombro blanco/ luengas le cuelgan./ Sus dos ojos parecen/ estrellas negras./ ¿Mi musa? Es un diablillo/ con alas de ángel./ ¡Ah, musilla traviesa,/ qué vuelo trae./ De otro rey vivo,/ un rey desnudo,/ blanco y rollizo:/ su cetro, un beso; mi premio, un mimo…/ ¿Vivir impuro?/ ¡No vivas, hijo!
En las postreras horas de 2019, el recuerdo de Martí -en su dimensión de padre y poeta- atraca en los corazones del hombre honrado y la mujer buena que pueblan las tierras indoamericanas.
Por mi lado, Ismaelillo me hace evocar a otro ángel, Luciana Karín, quien en un rincón de Europa arriba a sus tres años este 28 de diciembre, junto a su progenitora Isis Mariela Valladares, Gladis -su abuela- y Gabriel -su tío-.
Añoro -en tanto aguardo su retorno en enero- el talante de su cuerpo armonioso, su clara vocecilla, sus enfados ligeros, sus gracias y ocurrencias, y su apego al abuelo Armando, que a mares la consiente y que “halarme sabe” -con sus “brazos menudos”, y a “mi pálido cuello recios colgarse”. Luciana: el lápiz y el arcoíris de sus colores, esperan tu regreso bullicioso, para que en Linaca silueteen tus manitas y comiences a garrapatear las letras del alfabeto, con que puedas a los días trazar -con precoz disposición- tus palabras liminares. ¡Alegre y grato cumpleaños!