Por Otto Martín Wolf
No soy agnóstico, soy mucho más que eso.
Pero, lo que voy a relatar es cierto, nadie me lo contó, me ocurrió a mí.
Hace muchos años mi padre agonizaba lentamente, una terrible enfermedad le había quitado toda esperanza de vivir meses atrás.
Ante la certeza de su muerte y con la confianza adquirida durante su largo padecimiento, me atreví a hacerle una propuesta.
Le pedí que escribiera algo en un trozo de papel, el cual yo guardaría sin leerlo nunca, es decir, nunca hasta que tuviera la certeza de saber lo que decía o que la curiosidad fuera intolerable.
Lo hizo y lo guardé sin leerlo.
Papá murió poco después.
No lo olvidé pero tampoco lo tuve presente todo el tiempo.
Me mudé de país, regresé a Honduras después de cuatro o cinco años fuera y traje el papel conmigo, casi un asunto olvidado.
Pasaron más de treinta años, yo guardé el papel junto a algunos documentos.
Una tarde, caminaba con un hijo mío por un pequeño centro comercial cuando hubo algo que nos llamó la atención, no espectacularmente, más bien como una curiosidad.
Un quiosco de venta de helados y paletas ofrecía sabores diferentes. Paletas de aguacate, elote y muchos otros, inclusive algunas aún más exóticas, como de tequila y otros licores.
Al detenernos frente al exhibidor refrigerado, mi hijo y yo, leímos uno de los sabores y, sorprendidos, ambos dijimos al mismo tiempo el nombre en voz alta.
Nada especial, aunque tiene importancia para el relato, no voy a revelar el sabor que nos provocó el asombro, prefiero guardarlo en privado.
Esa tarde, un 29 de diciembre, al llegar a casa e ir a guardar unos papeles en la cajilla de seguridad, de repente pensé en el papel escrito por mi padre en su agonía.
Sin saber porqué, en ese momento, revolqué los papeles hasta localizarlo y decidí abrirlo y leer su contenido, precisamente en ese momento, después de tanto tiempo.
Solo había una palabra, de pocas letras.
Pero la palabra escrita, lo juro, era la misma que nos había llamado la atención a mi hijo y a mí.
Era el sabor de una de las paletas, el mismo que habíamos pronunciado en voz alta.
Un mensaje misterioso después de treinta y tantos años.
Igual de sorprendente es que ese día, 29 de diciembre, era un aniversario más del nacimiento de mi padre, era la fecha en que hubiera cumplido años.
No tengo explicación para ese misterio, tampoco me va a hacer creer en lo que no creo, lo dejaré para siempre entre las cosas sin resolver.
Finalmente, una consideración agradable, amorosa: Después de muchos años de la muerte de mi padre, tuve una palabra suya nueva, fresca, como si la acabara de escribir.
Agnóstico: Que, sin negar la existencia de Dios, considera inaccesible para el entendimiento humano la noción de lo absoluto y, especialmente de Dios.
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