Fiesta y funeral

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3 de enero de 2020
/
12:01 am
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Fiesta y funeral

Por: Ángela Marieta Sosa
Especialista en derechos humanos

Sentada en un vehículo, que nos trasladaba de un bello lugar de Estados Unidos a otro, para disfrutar las fiestas decembrinas en familia, observé que en el segundo carril venía un elegante, distinguido, lujoso y sobrio funeral, ¡vaya forma de viajar a la última morada…! pensé, y ese hecho evidenció para mí, la dialéctica eterna de la humanidad, y es que mientras unos andamos en fiesta, otros andan en funeral, y no se crean, que también tuve la vivencia de andar en funeral mientras muchos andaban de fiesta.

En tiempos de fiesta también hay funerales, lo curioso es que los funerales no siempre son de muertos, también son de vivos, sucesos que pasan y que son tan comunes en la existencia del humano, y tristes para las personas que los protagonizan, es decir, ocurren contradicciones a veces en los mismos momentos, por ejemplo, qué alegría celebrar la vida, llegar al final de un año y sumar éxitos y crecimiento en todos los ámbitos, y qué tristeza haber perdido seres amados en estas fechas de fiesta y funeral.

El manejo de las emociones en estas épocas no es un tema que les importe mucho a las familias, de hecho no recuerdo que en mi niñez me hayan enseñado algo sobre este asunto, más bien parecía que era una temporada válida para llorar hasta inundar la zona, reír hasta gritar, comprar todo lo que quisieran y comer y beber sin medida, ahh y cómo olvidar el vecinito de once años que prendía los morteros con un cigarrillo…, deberíamos entonces reflexionar sobre cuántas adicciones nacen en navidad, producto del condicionamiento familiar y social de las mismas.

Es importante reconocer como parte del proceso de vivir, el dolor por perder, pero es igual de importante, determinarse en el hecho de que la vida continúa, y que no debemos alimentar nuestro interior con actitudes de tragedia, de auto conmiseración y de victimización o peor aún de soberbia espiritual, la muerte es parte de nuestras vidas, y esas personas que fallecieron y dejaron vivencias de felicidad en quienes las conocimos, vivirán siempre en nuestros corazones.

Debemos estar preparados para morir, aun estando vivos, y es que existen con quienes ya no se pueden sostener relaciones ni vínculos, y son esas personas que te consideran o consideras inexistentes, esas que al igual que todos y todas continúan, y por esa y muchas razones más, debemos seguir andando el camino, llenos de alegría, fe y amor, para los que nos aman y para los que no nos aman.

Cada año que termina, conforme a la concepción estereotipada del tiempo, es un año más o menos, y podría ser más, para aquellos que consideran que pasó sin que pasara nada, cuya vida es lineal, sin altos ni bajos, sin impactar a alguien, ni positiva, ni negativamente, aquellos que están cómodos en su entorno, y que su vida se ve estática en esa sintonía de satisfacción e indolencia hacia lo que ocurre a su alrededor, así sea una fiesta o un funeral.

Y un año menos, podría ser, primero para los conscientes de que están de paso por este mundo, y su misión es hacer el bien, más allá de sus satisfacciones o dificultades, segundo para aquellos a los que el tiempo no les ajustó a fin de lograr sus propósitos, lo cual los hace eficientar sus acciones de bondad hacia las demás personas.

Dos mil diecinueve, un año más o un año menos, dependerá de cómo lo veamos, bien o mal, según nos haya ido en la fiesta, lo importante es que decidimos entrar en el ring de la vida para pelear por sobrevivir a los desafíos de cada día, como ser, pensamientos negativos, al cáncer, al consumismo salvaje, al canibalismo intelectual, y así continuar en esa pelea tan maravillosa, que es una escuela constante del arte de convivir y existir, luchamos entonces por hacer prevalecer la fe, la alegría y la confianza, en nosotros mismos y en el hecho de que aún existen reservas humanas importantes de bondad, pureza y nobleza, para ayudar a los demás sin condiciones y sin limitaciones.

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