Trabajo y libertad

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3 de enero de 2020
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12:04 am
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Trabajo y libertad

Por: Juan Ramón Martínez

En el occidente cristiano, es una costumbre, cerrar el año viejo e iniciar el siguiente con un listado de buenas esperanzas. Si ello es orientador para las personas, lo es más para las sociedades como la nuestra que, pese al tiempo transcurrido, vive entre la pobreza y la indigencia. Y más bien, año con año, crecen las exigencias individuales hacia el poder público, en las que reconociendo la superioridad de los gobiernos y la voluntad de los países amigos o “aliados”, creen encontrar la felicidad y el bienestar. Con lo que la esperanza de cada año, en un juego que celebra la inactividad y privilegia la dependencia hacia los extraños, porque estos resuelven dificultades y hacen el “milagro” para sacarnos de la pobreza en que vivimos. Olvidando que al vender nuestra progenitura, perdemos la libertad. Y dejamos de ser.

El tiempo es algo convencional. Los años también. Lo perceptible es el día y la noche, con las varianzas que se observan según el lugar donde nos encontremos. Medido en horas. En el trópico doce horas son de luz y doce de obscuridad. El sol y la luna gobiernan nuestros hábitos. Pero en los polos norte y sur, la duración de las horas de sol varían considerablemente. Por lo que cada sociedad se organiza y planea sus objetivos, el más importante, asegurar la sobrevivencia de sus miembros. Es el caso de los esquimales, con una forma de vida, estrictamente vinculada con las condiciones ambientales que les rodea, la responsabilidad de cada quien y la concepción del tiempo que la determina. Que el tiempo sea una convención, no le resta importancia. Todo lo contrario. Barruch Spinoza, decía que el tiempo era una de las formas de Dios para manifestarse. Nuestra vida está limitada temporalmente. Tenemos fecha de caducidad, de forma que hay que cumplir con nuestros objetivos. De cara a los resultados alcanzados, por cumplir doscientos años de vivir juntos, los resultados no son buenos. No hemos aprovechado el tiempo; hemos cometido muchas tonterías, impulsados por creencias absurdas, buscando objetivos desvinculados con la construcción del futuro en que vivirán nuestros hijos y nietos. Nuestra muerte no pone fin a la nación. Como tampoco se estremeció cuando nacimos, entre miedos, ruidos y lamentos. Indefensos e inútiles, incluso para defendernos, como lo hacen algunas especies animales, que pocas horas después, caminan y buscan al amparo de la madre, formas individuales de sobrevivencia. Lo decimos para confirmar la fragilidad de nuestras vidas y la obligación que tenemos para usar el tiempo, en forma tal que podamos hacer sobre la tierra, lo que nuestro pueblo llama “la voluntad de Dios”. Y continuar, recreando el mundo con el trabajo.

De aquí, surgen dos conceptos básicos: la libertad y la responsabilidad. Nacimos para ser libres. San Agustín sostiene que Dios nos creó sin consultarnos; pero que no nos salva sino es con el ejercicio de nuestra voluntad. Por ello, la libertad es el medio auténtico con el que defendemos nuestra autenticidad. Y, solo podemos lograrlo, mediante el ejercicio de la responsabilidad que es indelegable. Siguiendo a Spinoza de nuevo, Dios se manifiesta a nosotros, repetimos, en dos formas: el tiempo y el espacio. Aquí, ejercemos esa libertad que empieza cuando nos valemos de nosotros mismos, evitando la dependencia, –no porque sea mala en sí–, sino porque limita o impide la libertad. Los hondureños tenemos dificultades para entender –y lo decíamos en un artículo anterior– las relaciones de causa y efecto. Por manera que no entendemos que el que “siembra cosecha”; que “sin lluvias no hay agua”; y que, si violamos la ley, nos convertimos en un peligro para la sociedad, la que por medio de la ley, nos castiga, aísla y condena. Esta ignorancia nos impide entender a Valle que, con su inmenso talento, escribió que la riqueza de una nación –y su independencia y poderío, agregamos– es, ni más ni menos, la suma de las riquezas logradas por cada familia y cada individuo. De forma que la pobreza no tiene justificación. Ni como valor o virtud para ganarse el cielo y alcanzar a Dios como enseñaban “perversos misioneros”. Dios nos creo, para libertad y la felicidad. Solo siendo misericordiosos. Todo depende de nosotros, del ejercicio de nuestras virtudes, del trabajo y la defensa de la libertad. Aprovechando el tiempo.

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