HORTALIZAS

ZV
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5 de enero de 2020
/
12:30 am
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HORTALIZAS

CUANDO algunos europeos llegan al territorio de Honduras y conocen de sus interioridades, preguntan por qué motivo los hondureños son poco dados a incluir los vegetales o las ensaladas en sus dietas diarias, habida cuenta de las grandes posibilidades que ofrece el trópico para cultivar todas las variedades imaginables. No saben los europeos, por supuesto, que en nuestro país sigue prevaleciendo el sistema de propiedad con tierras improductivas y con dueños hereditarios desde finales del siglo diecinueve. Inclusive hay dueños cuyos antepasados se remontan al siglo dieciocho. De tal suerte que quedan pocas tierras fértiles para los campesinos pobres y pequeños agricultores.

En todo caso la pregunta sigue siendo válida en tanto que los hondureños somos amantes, por regla general, del maíz, los frijoles, las carnes rojas y de los lácteos, con escasa inclinación al consumo del pescado. Y mucho menos propensos a comer saludables ensaladas. Tampoco somos dados a cultivar hortalizas sean grandes, pequeñas o minúsculas. Es importante hablar de los tamaños porque la gente sin tierra puede perfectamente organizar hortalizas en los patios de sus casitas rurales, y obtener algunos productos naturales para el consumo de sus hogares, y en algunos casos con el propósito de compartir. Tampoco cultivan hortalizas aquellos habitantes de las ciudades medianas que todavía conservan hermosos solares en las partes traseras o laterales de sus residencias.

Hoy en día ha comenzado a generalizarse, en las grandes metrópolis del mundo, el concepto de “agricultura protegida”, que se practica en los hogares pero también sobre las terrazas de los mismos edificios, con poquísimos niveles de agua dulce. Casos ejemplares de lo aquí afirmado podemos localizarlos en Tokio y en varias ciudades de los Países Bajos, en donde se cosechan cantidades aceptables de frutas, tubérculos y otros vegetales, para el consumo inmediato de los vecinos agradecidos e incluso para la venta en los mercados y supermercados. No se desperdicia ningún espacio que sea medianamente bueno para el cultivo de esos alimentos. No por lujos o exhibicionismos, sino por necesidades vitales de una población urbana que crece aceleradamente.

En Honduras, la población de nueve millones de habitantes sigue siendo escasa en relación con el tamaño de su territorio y de sus potencialidades marítimas. Sin embargo, se registran severos problemas agroalimentarios por las sequías cíclicas, por la escasez de alimentos en los mercados, por la violencia y sobre todo por el antiguo problema de los latifundios y de los minifundios realmente improductivos, que sólo sirven para exhibir, en la lejanía, unas pocas vacas flacas, garrapatosas, que producen muy poca leche, y aportan muy poca carne para los consumidores tradicionales.

Una de las posibles soluciones es buscar asesoría técnica a fin de que las familias pobres puedan cultivar hortalizas en los estrechos solares que les quedan o en sus mismas casas, si el espacio lo permite. Aunque parezca una broma y sea motivo de burlas, tarde o temprano tendremos que recurrir a la “agricultura protegida” de las ciudades y de sus alrededores. La escasez y el hambre no bromean con nadie. Esto lo saben muy bien las naciones con una milenaria tradición histórica y cultural, en tanto que incluso han desaparecido civilizaciones por causa de las sequías prolongadas.

Nada se pierde con iniciar algunos experimentos por la vía de los huertos con tomates, zanahorias, papas, repollos y otros vegetales. Nada se pierde con el buen ánimo imaginativo y con las pequeñas iniciativas que al final podrían convertirse en grandes proyectos comunitarios. Los hondureños debemos aprender a ser creativos.

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