CON LOS DOS PIES ADENTRO

ZV
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8 de enero de 2020
/
12:16 am
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CON LOS DOS PIES ADENTRO

ESPAÑA ha atravesado cuatro años de parálisis administrativa, debido a la provisionalidad del gobierno. Sin apoyo parlamentario suficiente para sacar avante los presupuestos. Con la apretada elección del líder del PSOE –hasta hace unas horas encargado del Ejecutivo– que le da la presidencia en propiedad, se espera que el país vuelva a la normalidad. O por lo menos a algún remedo de normalidad. No ha sido poco lo que ha tenido que ceder Pedro Sánchez para retener el poder. Sin duda sacrificó puestos en la administración, y hasta principios que en cierta ocasión dijo que no doblaría. Pero es que sacó menos votos en las últimas elecciones. Igual le pasó a su socio de coalición, al que tuvo que entregar –a cambio del respaldo a su investidura– semejante bocado. Tuvo que tragar gordo, ya que, en la fracasada sesión de investidura pasada, dijo que tener un gobierno adentro del suyo –o sea a Pablo Iglesias como su vicepresidente cogobernando– le quitaría el sueño al 95% de los españoles. Algo que no podía tolerar. Pues bien, de vuelta a la realidad, no le queda de otras que soportar el insomnio. Tanto el propio como el ajeno; de todos sus coterráneos.

Tuvo, además, que pactar con los separatistas catalanes para lograr el voto de abstención que le posibilitara más síes que noes, en el segundo intento de investidura. Ahora, ya con los dos pies adentro de la MONCLOA y no solo uno como tenía hasta ahora, va a verse forzado a difíciles negociaciones políticas para obtener el apoyo parlamentario que necesita para gobernar. La oposición que tiene es dura. A juzgar por los discursos pesados en su contra, de los líderes opositores en la sesión de investidura, no van a darle tregua. Dos de las formaciones de derecha, que se le oponen, el PP y Vox, crecieron en las últimas elecciones. Tanto en votos como en asientos parlamentarios. Por errores imputables al líder del PSOE, pero también por la sospecha de la gente que acabaría arreglándose –dando concesiones políticas– con los separatistas catalanes. Y ello fue precisamente lo que ocurrió. La violenta crisis en Cataluña, después de la sentencia condenatoria del alto tribunal, por sedición, a los líderes segregacionistas, le aguó la fiesta electoral al líder del PSOE. Ni la exhumación del cadáver de Franco, para trasladarlo del panteón turístico a una cripta cualquiera, tuvo el efecto positivo que anticipaba como gancho en la campaña proselitista. Las derechas atacaron fuerte a las izquierdas, con rédito a su favor. (Aunque reza el dicho que “quien ríe por último ríe mejor”. El desenlace es que Pedro Sánchez logra la investidura). Como muestra que en las crisis la gente agarra hacia los extremos, esta no fue la excepción. El centroderecha, quizás representado por Ciudadanos, se desmoronó en los últimos comicios, de tal forma que su líder emblemático, unos días después del hundimiento renunció a la conducción del partido, a su diputación e incluso a continuar participando en política.

Pero igual, el más ponderado cofundador de Unidos Podemos, Íñigo Errejón, quien por diferencias con Iglesias se retiró del grupo para probar suerte por su lado, tampoco obtuvo el auge anticipado cuando lanzó su nuevo partido al ruedo electoral. Apenas consiguió unos cuantos asientos en el Congreso sin mayor presencia en las negociaciones. Ahora bien, como bien reza otro dicho popular, “no hay mal que dure cien años ni cuerpo que lo resista”. Los políticos –asumiendo los costos de la negociación– tuvieron que transar. No hay otra forma de entenderse, si no es platicando y negociando. (Lección que debería servir a los más obtusos cuyo deleite es mantenerse anclados renegando de cualquier consenso). El país, como su gente, entró en fatiga después de repetidos impasses y de prolongado estancamiento. Un gobierno que se mueva es mejor que uno inmóvil y turulato. La estabilidad del país dependerá de la habilidad del Ejecutivo de continuar arreglándose. Aunque algo tenga que entregar a cambio de apoyos intermitentes. No hay forma que un país pueda avanzar sin brújula, o sin el norte de un gobierno centrado. Menos querer ser conducido, en la turbulencia, por timón inseguro. Cuando no se tiene la mayoría absoluta para actuar en solitario, las alianzas son inevitables. Costosas, pero inescapables.

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