EL AGUA Y LA EMERGENCIA

OM
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11 de enero de 2020
/
12:33 am
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EL AGUA Y LA EMERGENCIA

EL CONTAGIO Y LAS ALARMAS

NUNCA, con todo y que pasamos por temporada de lluvias, menguaron los groseros racionamientos de agua en la capital. El tremendo desabastecimiento de agua, que año a año se ha venido agravando, hasta que caímos, como sucede con tantas otras calamidades, a etapas de emergencia, ya produce vibras de indignación entre los capitalinos. Convengamos que hay buen alcalde –trabajador como pocos– que le ha cambiado, con obras de infraestructura, la fisonomía a la ciudad. Aunque la hacinación no se resuelva solo tirando asfalto, sino además, no impidiendo el libre acceso de vehículos por la vía pública donde la alcaldía ha dado permiso a los vecinos para colocar trancas y casetas, como remedo de circuitos cerrados, cortando el paso por calles con salida a otros sectores, en perjuicio de la colectividad. Esos permisos –si hubiera respeto a la ley– son irregulares. La vía pública es de todos no de exclusivo usufructo de algunos. (La obra abundante por la que debe dársele crédito al alcalde, dicho sea de paso, tampoco es de gratis; ya que el año pasado modificando a su gusto los valores catastrales pegaron doble mordida al cobro de bienes inmuebles, para llenar –sumado al incremento de la tasa vehicular– las arcas de la tesorería municipal).

Un gerente de Infraestructura, quien fungió de mano derecha del alcalde, al que le dieron también la gerencia del SANAA –repartidor de los contratos de construcción entre pocos afortunados– tuvo a los vecinos engañados con 5 represas imaginarias que continúan siendo espejismos en un desierto. Ahora que se esfumó o lo esfumaron del disfrute en que estuvo por varios años –hoy con pretensiones a la alcaldía de SPS– recomienda construir pozos que bien pudo haber hecho cuando estuvo vegetando allí, para superar la crisis. Desde que llegaron hablan que en cuanto pase el agua al manejo de la alcaldía resuelven la carencia de agua, y llevan bastante tiempo en un proceso de traslado que nunca concluye. (Sin duda justificaciones tengan para el atraso, pero la realidad es que cada año que soca el calor y la sequía, para apaciguar sedientos, repiten el mismo cuento de siempre. Que las represas por aquí, que la tecnología por allá, que hay que esperar qué dicen el BID y el BM, que los pozos por acá, que ya no tardan en reparar las fugas, en cambiar la tubería, en fin, las mil y una noches). La ciudad –lo expresamos con afecto al alcalde amigo, a quien se le reconoce su trato servicial y genuino interés por la capital que además conoce como pocos– no solo es albañilería de puentes y de vías de acceso.

No es cuestión de solo iluminar palos y villas navideñas o mejorar el aspecto de las medianas desmontadas, pero también desflorecidas –aunque es cierto que el espíritu también se anima con retoques cosméticos– mientras la ciudad es un desordenado hormiguero. Donde se derrocha combustible por la falta de control vehicular. Sin estacionamientos y por todas partes, impidiendo el paso fluido en vías estrechas, carros aparcados a ambos lados de la calle o encaramados en las aceras. Donde a vista y paciencia de la autoridad los cochinos que tiran desperdicio a las calles afean la metrópoli haciendo de ella un sucio y enorme basurero. Pero no nos desviemos del tema principal. ¿Si aquí en las colonias de bien echan el agua intermitente una vez a la semana, cómo será la gravedad del infortunio en los barrios y en sectores vulnerables? La mitad de los vecinos no cuentan con servicio de pegue al agua potable. Si lo tuvieran, se enterarían que tampoco por allí abastecen de agua. Dependen de los carros cisterna. De cargar cubetas en el lomo por largas distancias. De chorritos que sacan de alguna llave prestada o agua con lodo que raspan de algún charco contaminado, para humedecer el fondo del balde. La falta de agua es quizás una urgencia mucho más imperiosa para el humano –que cualquier obra física por linda e útil que sea– porque se trata de algo necesario para la vida. Hay que comenzar por lo esencial. Ya que cuando se pueda resolver lo básico, entonces, es legítimo aspirar a lo más grande.

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