Por Fernando Berríos
Periodista
Claro que hay crisis, pero no precisamente por falta de agua sino por la histórica ausencia de políticas públicas con visión de largo plazo para recolectarla.
Honduras es un país bendecido porque, a diferencia de otras naciones, tenemos lluvia y en abundancia durante casi cinco meses del año. Estamos claros que esas condiciones tan generosas han mermado a raíz de los efectos del cambio climático que golpean a Honduras y al mundo entero.
Hoy vemos con asombro como los glaciares se derriten a ritmo acelerado, las tormentas invernales son más drásticas en los polos, la vegetación crece en zonas del Himalaya donde antes solo había hielo, los incendios forestales arrasan con millones de hectáreas producto de sequías extremas, en fin, estamos pagando un alto precio por la destrucción de la naturaleza.
En el caso de Honduras, la crisis por la falta del vital líquido ha sido permanente, con o sin cambio climático. Es un problema estructural de décadas. Y esto es así por la sencilla razón de que nuestros gobiernos y la sociedad no tuvieron la visión para determinar que peores tiempos estaban por venir.
Imagínese usted. La capital de la República, siendo el principal polo poblacional de Honduras con casi 2 millones de habitantes, apenas tiene dos represas que en el 100 por ciento de su capacidad, recolectan 45 millones de metros cúbicos de agua.
Si esa agua usted la suministra en cantidades iguales, cada día tendría que despachar 123,000 metros cúbicos. Divida eso entre los 2 millones de capitalinos y se dará cuenta que (a su máxima capacidad) el sistema podría entregarle a lo mucho una cubeta con agua.
Pero para hacer aún más dramático el análisis, la realidad de hoy es que a raíz de los débiles inviernos, las represas capitalinas apenas lograron recolectar unos 28 millones de metros cúbicos (media cubeta diaria para cada capitalino). El panorama es desolador. Sin racionamientos severos el agua puede terminarse en uno o dos meses y el invierno tardío comenzará probablemente en junio o julio.
No tener las suficientes represas denota falta de visión de los gobernantes. Denota que llegaron al poder sin planes de corto, mediano y largo plazo para garantizar la seguridad hídrica, alimenticia y productiva de la nación.
Y para muestra un botón. Los Laureles, con capacidad para almacenar 12 millones de metros cúbicos, fue construida entre 1974 y 1976, durante el mandato de los generales Oswaldo López Arellano y Juan Alberto Melgar. La Concepción, con capacidad para almacenar 33 millones de metros cúbicos, se construyó entre 1989 y 1992, es decir, en los gobiernos de José Simón Azcona y Rafael Leonardo Callejas.
Y el último esfuerzo en este sentido fue la represa José Cecilio del Valle o Nacaome, inaugurada por el expresidente Carlos Roberto Flores en el 2000, la cual fue novedosa por su sistema trifuncional: agua potable, riego y generación eléctrica.
Actualmente, el gobierno ha centrado sus esfuerzos en la construcción de centenares de reservorios de agua que son un aliciente para miles de campesinos que enfrentan los efectos devastadores del cambio climático.
Honduras, por su privilegiada posición en el trópico, percibe más de 87,000 millones de metros cúbicos de agua lluvia, de los cuales, casi un 90 por ciento retorna al mar sin aprovechamiento.
Ha llegado el momento de impulsar una hoja de ruta clara para maximizar el aprovechamiento de los recursos hídricos. Estamos en una nueva era, viviendo nuevos tiempos y todavía hay más de un millón de hondureños sin acceso a servicios de agua potable.
Le tomamos la palabra a las actuales autoridades respecto a la construcción de al menos dos represas para la capital, la construcción de más reservorios o cosechadoras de agua y la masiva perforación de pozos. Agua sobra, pero hay que recolectarla.
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