Primeras turbulencias

OM
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17 de enero de 2020
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12:35 am
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Primeras turbulencias

El Tratado de Bogotá

Por Juan Ramón Martínez

Contrario a los temores que abrigaba, la nave nacional ha resistido las turbulencias que agitan el cielo desde 2017 a la fecha. Han sido dos años difíciles que, todavía no nos han pasado la factura; pero por lo que sobra en el plato roto, los pagos serán altos. Por momentos, creí que la estructura institucional no resistiría las protestas callejeras, los daños a la economía y los perjuicios a la propiedad privada. Sin embargo, los vientos parece que se han calmado. Y los caudillos han guardado las pistolas y han pactado una suerte de tregua que debemos aprovechar. Porque el mal tiempo no ha pasado. Apenas estamos en una breve tregua en la que, los que no estamos involucrados en el conflicto de manera directa –porque indirectamente, todos lo estamos– debemos pedirle al liderazgo que pacte una paz que nos garantice que hasta el 2021, las cosas se encarrilarán dentro de la ley, y que las diferencias entre “tirios” y “troyanos” o “timbucos” y “calandracas”, como los llamaba Alejandro Valladares, se resuelvan de manera civilizada.

Creemos que el primer paso dado, al reformar el sistema electoral, dándole participación a Libre especialmente, junto al PN y el PL, da confianza que los resultados, por más ajustados que sean, serán respetados por las principales fuerzas contendientes. La falla de no darle participación a Nasralla, debe ser corregida con sabiduría y buena voluntad, porque no se puede descartar la influencia que este tiene, especialmente entre la juventud, cuyo norte es oponerse a todo, porque para ellos –en su ansiedad desmesurada, solo lo que crean está bien hecho–, es necesario atender. Al fin y al cabo, la juventud es una enfermedad que se quita sola. Y el mismo Nasralla como todos, tiene fecha de caducidad.

Además, hay dos cosas adicionales por hacer. La primera de ellas es la modernización de los partidos para que se conviertan en instituciones democráticas de interés público que, como las cooperativas de mis tiempos jóvenes, no puedan caer en unas pocas manos –hábiles o no– sino que estén siempre, gobernados por sus bases, sus auténticos y efectivos dueños. Los partidos que tenemos, no son los democráticos que necesitamos. Los comités locales han perdido importancia y las convenciones son espectáculos, y no instancias para la toma de decisiones, entre las cuales esté la elección de los candidatos y la forja o no de alianzas electorales. Por supuesto, hay que erradicar por inconstitucionales, la operación de movimientos que no favorecen la democracia interna y el control ciudadano.

La segunda, hay que emitir una nueva Ley Electoral. En la que otra vez, la mesa esté en manos de los ciudadanos, escogidos al azar, con los partidos como custodios y vigilantes. Para que de consiguiente, el escrutinio municipal, nos dé las pruebas de la voluntad popular. Sumadas las actas municipales en los departamentos, 18 actas pueden ser escrutadas rápidamente. Así se pueden dar, sin contratar firmas extranjeras que complican las cosas, los resultados tres horas después del cierre de las urnas. En las elecciones de 1993, lo logramos con el apoyo de Hondutel y sin los gastos millonarios que, son propios de gente amiga del despilfarro del dinero ajeno.

Resueltas estas dos cosas, tenemos que reducir el ego desmesurado de los políticos que se creen dueños y salvadores de Honduras; mejorar la educación política en colegios y universidades, para forjar una ciudadanía respetuosa de las ideas ajenas, convencida que la verdad está en todos los grupos o partidos; y que el destino nacional, nos obliga a reconocer que el único camino es, el de la democracia que solo hemos tenido por pocos momentos. Es necesario, darle una tregua al fatigado cuerpo de la nación, respetando la ley, fortaleciendo la unidad familiar y educando a las nuevas generaciones, para que recuperen la libertad personal, porque ahora, son cautivos de la voluntad de los caudillos que jugando con sus debilidades y alimentando sus ignorancias, los usan como yunques para destruir la unidad nacional.

Y al final, modernizar la burocracia, volverla eficiente, simple, leal y servidora, de forma que la corrupción que siempre crece en los obscuros vericuetos de procesos interminables, no le quite de la boca, los panes y las tortillas a las nuevas generaciones. Con una condición que todo lo hagamos nosotros. Los hondureños, somos capaces.

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