Haití: la isla sufrida

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18 de enero de 2020
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12:08 am
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Haití: la isla sufrida

¿Vuelven los oscuros malandrines del 80?

Por: Óscar Armando Valladares

Se contabilizan 527 años del arribo a la ínsula antillana que dio en llamar La Española el almirante Colón. Determinada entre Cuba -la heroica- y Puerto Rico -la “asociada”-, acaudala una extensión aproximada de 76,000 kilómetros cuadrados, sobre los cuales se asientan dos pueblos y países americanos: Haití y la República Dominicana, con diferencias y semejanzas históricas, geográficas, idiomáticas y raciales, por citar algunas.

En ese enclave geográfico, Haití sin duda ha sido y es la cenicienta de un cuento real, aunque su capital Puerto Príncipe se nombra y los súbditos parlan la lengua de Francia. Su historia y los eventos padecidos delatan su postergación, suerte áfrica que, al parecer, no interesa a los poderes fácticos de Occidente, como sí les incumben los recursos y el control dócil de, por ejemplo, Venezuela, Bolivia, Cuba e incluso Nicaragua.

Dos de sus figuras negras: Jean-Jacques Dessalines y Toussaint L´ Ouberture, denodados antiesclavistas, asumieron liderazgos en las insurrecciones orientadas a deponer la injerencia francesa y británica y a erigir la República -cumplida en la aurora de enero de 1804-, que en los factos de América Latina pasa con el carácter de primer movimiento independentista llevado a término en la región. La aristocracia mulata y los sectores populares negros fueron, empero, marcando violentamente sus diferencias, situación que al abismarme por causa de la política y la corruptela sirvió de excusa a Estados Unidos para invadir y ejercer su dominio casi absoluto en Haití hasta 1934.

Francois Duvalier, médico y etnólogo conocido como Papa Doc, se adjudicó la presidencia en 1957, con apoyo militar y financiero del Tío Sam, régimen que muy luego desembocó en despotismo. Proclamado “presidente vitalicio” en 1964, a su muerte, acaecida en 1971, le sucedió Jean Claude, un hijo suyo, al que no obstante su gruesa corpulencia le fue endilgando el alias de Baby Doc. La represión siguió su curso, hasta que -en enero de 1986- la indignación popular lo empujó al exilio, y el ejército instaló precavidamente un consejo nacional gubernativo al mando del general Henri Namphy. En el contexto de una crisis -de vieja data y sin fin-, dos años más tarde, las urnas eligieron gobernante a Leslie Francois Manigat, al que el propio general Namphy derrocó al cabo de siete meses.

Otro jefe castrense, Prosper Avril, desbancó a su antecesor, por efecto de lo cual la activista política Ertha Pascal Trouilliot ocupó el sillón ejecutivo a título provisional. En los comicios de 1990, Jean Bertrand Aristide resultó ganador; pero, al procurar la destitución de los viejos generales, la acción puso en movimiento un nuevo golpe de Estado acometido por el general Raoul Cédras, el 30 de septiembre de 1991. Otra vez, la mano estadounidense vio la ocasión de acceder directamente en Haití: Bill Clinton, reemplazante de George Bush (p), envió tropas “a poner orden” -en 1994- y con su apoyo Aristide retornó al país y al cargo presidencial. En la justa electoral de 1995, obtuvo el triunfo René Préval. Aristide -quien además de político era sacerdote- alcanzó nuevamente el cargo presidencial en el año 2000; sin embargo, la exacerbación social y la encubierta participación de EEUU forzó su dimisión y posterior huida al exterior en febrero de 2004. Un antiguo aliado, René Préval, sustituyó a Aristide, el cual en 2006 mantuvo el cargo en virtud de reelección…

Por su lado, la naturaleza vino a agravar las condiciones sociales y políticas del país, con la irrupción -a mediados de 2008- del huracán Gustav y, para rematar, el 12 de enero de 2010 la población sufrió la peor catástrofe de su existencia, al desatarse un terremoto que devastó a la capital y mató -en cifras redondas- a 300 mil personas, tragedia que a diez años cumplidos refleja todavía la destrucción causada y las precariedades sociales que puso al descubierto el fenómeno telúrico de 7.3 grados de intensidad.

La inestabilidad política, la corrupción, la inmensa desigualdad – promotora de violentos y constantes descontentos-, la represión militar, las secuelas del seísmo, etc., confieren a Haití la condición extrema de ser el país más pobre del continente. Y, al margen del artificio propagandístico que apunta hacia otras latitudes, preguntémonos nosotros: ¿A qué distancia se haya Honduras -conforme al estado de su gente- del triste y lamentable lugar que ocupa Haití?

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