La buena literatura nunca pasará de moda: El memorial del ofendido

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19 de enero de 2020
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12:28 am
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La buena literatura nunca pasará de moda: El memorial del ofendido

Recientemente, Juan Ramón Martínez (Olanchito, 1941) publicó El memorial del ofendido, una colección de 35 cuentos breves cuya temática principal se centra en dos temas: la dictadura militar y el oficio del escritor. Este autor es uno de los escritores más prolíficos de nuestro país. Escribe cuento, ensayo, reseña, prólogos y columnas de opinión. Gran parte de su vida se ha desempeñado como analista político. Fue funcionario público, es miembro de la Academia de Geografía e Historia, presidió la Fundación Clementina Suárez. Actualmente se desempeña como director de la Academia Hondureña de la Lengua. Su obra ha sido antologada y ha merecido varios premios, destacándose el premio Nacional de Literatura “Ramón Rosa” en 2016.

Para comenzar con este análisis, es preciso indicar que el tema del poder totalitario ha sido abordado por diversos autores latinoamericanos, recordemos para el caso libros como El otoño del patriarca de Gabriel García Márquez, El señor presidente de Miguel Ángel Asturias y La fiesta del chivo de Mario Vargas Llosa, cuyas características son que siempre el punto de vista es el de las víctimas del sistema represivo, abusivo y violento, quienes cuentan ya sea en primera, segunda o tercera persona, situaciones reales vividas en un contexto de despotismo. En tal sentido, los personajes siempre son el presidente de la República, y su séquito de militares que lo apoyan en su mandato basado en los atropellos y las injusticias hacia quienes no están de acuerdo con él (es necesario revisar un poco la amplia lista de los dictadores de siglo XX de Honduras y Latinoamérica para entender plenamente este antagonismo literario).

Nuestros autores hondureños han explayado en su narrativa sobre las tiranías de los gobernantes a través de sus cuentos, ensayos, poesías y novelas, por ejemplo Jorge Luis Oviedo con sus obras Las cosas de mi general y Como mi general no hay dos, o Marco Carías Reyes con su libro La heredad; cuentos como “La calle prohibida” de Pompeyo del Valle y “El acento” de Marvin Valladares Drago, así también, la prosa poética de Rocío Tábora en su libro Cosas que rozan.

Siguiendo esa línea El memorial del ofendido es un libro cuyo fondo principal es el tema de la represión que se manifiesta a través de diversas escenas en las que se presenta claramente la realidad histórica vivida en Honduras durante el siglo XX, el bipartidismo entre liberales y nacionalistas, la personalidad megalómana de los gobernantes que quieren petrificarse en la silla presidencial, la paranoia provocada por el sentimiento anti-socialismo y el trato hacia la población civil como objeto de la hacienda personal del gobernante: “Además, como se creía inmortal y, en consecuencia, destinado a ocupar el cargo por los siglos de los siglos, consideró un abuso de la lógica elemental que alguien, en su sano juicio, aspirase a utilizar el sillón presidencial que consideraba suyo y solamente suyo.” (P. 22)

Curiosamente el término de “ofendido” en el título, puede atribuirse como el germen de este libro que exhala la voz de los sin voz, estamos de acuerdo: pero, la ofensa es más alcanzativa en la relación de todos los sentimientos inmanentes al ser humano, en esas relaciones y rivalidad por quien manda. El cuento que le da nombre al libro, es de abuso pero no gubernamental, sino que se refiere a un pleito matrimonial de un hombre cuya esposa lo humilla constantemente, entonces él se busca una amante a la cual le cuenta sus penas. En una fiesta, frente a todos los invitados, la amante le restriega a la esposa que ama a Miguel Enrique por todos los defectos que la esposa le achacaba: “… y lo quiero por piltrafa, por poca cosa, por extraordinario ser humano.” (P. 19). Entonces, el sentir del ofendido se identifica más allá de las luchas políticas y sociales ante las infamias de los poderosos que se aprovechan de los que tienen hambre. Va según Eduardo Bähr hacia lo más intrínseco de la humanidad: “Para mí el PODER no tiene definición permanente pues a menudo puede mezclar percepciones que tienen que ver incluso con la dignidad, con el honor y hasta con la nobleza… Pero el resultado casi siempre es la injusticia y la soberbia…” (Paz, 2019, pág. 3).

Este también es un libro autobiográfico en el sentido de que el autor expone su experiencia íntima sobre cómo nació su vocación como escritor: “Nunca se lo dije a Papá. Pero, cuando de adulto, lo leí en un artículo de Vargas Llosa, me di cuenta que la verdad es más que otra cosa, -una historia- mentira o verdad, eso no importa-bien contada. Aunque esté lejos de la realidad de los hechos. Y de la verdad. Mal contados, si son mentira. Creo que allí en las dudas del pragmatismo simple de mi padre, hice la decisión de hacerme escritor.” (P. 87). Ese ha sido el estilo personal del autor, siempre incluir en sus relatos anécdotas de su amistad y experiencias de aprendizaje sobre literatura con escritores célebres y no tan conocidos, muchos exitosos, otros cuyo ego está aparentemente inflado como mecanismo de defensa para esconder sus fracasos como artistas: “Me gustaba oírlo hablando de los críticos literarios estadounidenses que nadie conocía; pero que, según él, habían escrito sendos análisis y reseñas sobre sus libros desconocidos. Y mucho más, cuando se refería a su amistad, mostrando cartas que había intercambiado con Jorge Luis Borges, Miguel Ángel Asturias, José Alfredo Jiménez –no distinguía muy bien si era un cantante de rancheras o el único filósofo que había producido América- y a Gabriel García Márquez, al cual le criticaba que le hubiera robado, con Cien años de soledad, la novela que tenía en borrador…” (P. 65). Como vemos, permea en estas historias reflexivas y divertidas, la crítica franca que cuestiona la falta de moralidad que se evidencia en la brutalidad del individuo, torpe y absurdo que se vanagloria en la fortuna de ignorar lo ridículo que es; que no se da cuenta de que con su prepotencia y arrogancia, en su ceguera mental, lo único que demuestra es su insuficiencia intelectual y que para colmo, según él, lo vuelve objeto de admiración, aceptación y respeto para los demás.

Leer a Juan Ramón Martínez es volver a las raíces del boom. Un estilo, fresco, provocador bien logrado, como el evidente resultado de toda una vida de entrega total a la producción periodística y literaria, nos traslada hacia un reciente pasado literario netamente latinoamericano. No hay duda alguna de la gran influencia de Rulfo, García Márquez y Jorge Luis Borges en el sentir y contar de este autor. Esto se demuestra sobre todo en el manejo de la intratextualidad en su obra. Tal es el caso del cuento “El padre Rentería, párroco de Lepaterique” en el que el personaje es el mismo sacerdote famoso de Cómala, quien lee Cien años de Soledad y entiende por qué Dios lo mandó a aquel pueblo: “Se vio en un espejo arrinconado en la sacristía, las heridas de bala en su pecho, la herida de un yatagán en el costado que él siempre se había imaginado que eran las señales con las que el señor Jesucristo le encaminó a predicar entre los lencas de Honduras, una vez que, muerto Pedro Páramo, tuvo que peregrinar probando su fe,…” (P. 133).

Por añadidura, la característica principal en la narrativa de Juan Ramón Martínez es la oralidad en su discurso narrativo, la generosidad del buen conversador que habla cómoda y resueltamente sobre cualquier tema, donde sea y con quien sea; el culto que comparte sus memorias en forma amena, entretenida y con plena de vitalidad. Esta combinación, impregna el estilo del orador nato que se deleita contando sus historias, en forma natural, reflexiva y crítica. En sus cuentos, el uso de la parodia es indispensable para lograr ese efecto en el lector: ese sabor que queda después de degustar cada historia jocosa, entre la mezcla de nombres y apellidos de personas, pueblos, establecimientos comerciales y eventos conocidos por el autor, que quizá actualmente ya no existen; pero precisamente esa miscelánea genera que el receptor quede pensando, incluso recordando. Esta técnica es propia del estilo neobarroco que cultiva Juan Ramón Martínez: “La parodia, pues, no se limita a la burla del discurso de referencia: la parodia implica una actitud crítica que pondera, selecciona, asume, fija, recupera y preserva los valores culturales.” (Celorio, 2012). Por ejemplo, el cuento “El general, candidato y trabajador” donde la figura central es Tiburcio, cuyo único quehacer era estar todo el día acostado en una hamaca. Sin embargo, cuando veía a lo lejos que venían sus correligionarios del partido a contarle los avances de la campaña para su candidatura, él se ponía a trabajar para que lo vieran: “Y a continuación tomaba un azadón, se calaba un sombrero sobre la cabeza llena de canas y empezaba a desordenar los arriates que los dos peones habían preparado, para proceder a rehacerlos laboriosamente […] -¿Tiburcio?, está como siempre, trabajando. Ese hombre nunca descansa.” (P. 125). Me parece que estos relatos están tan llenos de vida que concilian la experiencia y la novedad en forma genial, a través de la riqueza de acciones, entre adjetivos y nombres propios en la argamasa aglutinante de un pasado familiar. No importa que ahora se menciona a este subgénero literario como “Literatura de la postdictadura”, es imperativo subrayar que este libro no pierde vigencia, por el contrario, refresca con lecturas altamente vitalizantes, habituales, jocosas, y necesarias para robustecer el entendimiento de nuestro entorno. Recordemos que Juan Ramón Martínez, aparte de ser abogado y ejercer la docencia es un apasionado de la historia; a través de su obra, hace una labor de conservación de los elementos, aspectos y particularidades que han conformado nuestra cultura, en su antes y después. En sus relatos encontramos siempre personajes reales, en anécdotas divertidas o tristes, los contextos son los campos bananeros o el pueblo como eran en aquel momento, los eventos de coronaciones de reinas de la feria, las veladas artísticas. Cabe resaltar, sobre todo, la figura de los cuentacuentos locales, aquellos que subidos en mesas o en el centro del grupo entretenían a los demás con aventuras propias o inventadas. Estos personajes reales fascinaron desde niño al autor e influyeron para que él se convirtiera también en un gran narrador: Cuando la noche amenazaba con abrir los baúles de los recuerdos compartidos y los miedos disimulados, por la magia de la palabra, Gregorio Corleto se transformaba en un gigante. Era otra persona, la que hablaba desde la oscuridad. En las gradas del barracón de madera, en el cual vivíamos con mis padres y cuatro hermanos, se instalaba a pilar tabaco, disparando desde la parte más alta al vacío de la tierra, escupitajos oscuros con extraña precisión. Se sobaba la barba siempre depilada y empezaba, sin que nadie le animara, en forma mecánica, a contar sus historias.” (P. 86). El relato “El testamento de Judas y la muerte de Jesús” cuenta sobre una tradición en La Jigua, donde para Semana Santa, hacían el colgamiento de Judas y leían su testamento: “ Para ello, Jacinto Reyes, sustraía, sin que se dieran cuenta sus dueñas, una olla para cocer frijoles, desportillada y remendada las veces que exigía la pobreza; la taza para dar café a los visitantes ocasionales, los zapatos viejos y marchitos por el abuso, el machete de poco uso, una sábana que su dueño había olvidado, una pala para remover la tierra…” (Pp. 112-113), la finalidad de este robo, era para después, el sábado santo, el orador del pueblo, Jacinto, leía las “últimas voluntades escritas en versos, en los que Judas aceptaba sus pecados y repartía sus “pertenencias”. Todo el mundo reía- nosotros, incluso- , no solo por lo que decía Judas, sino por la forma como dejaba, dando razones ridículas siempre, a cada quien, un objeto que era siempre el que había sustraído el organizador del evento.” (P. 113).

Por otro lado, en este libro se percibe también la intención del autor de que como lectores sepamos y valoremos el legado que nos ha brindado durante toda su vida como escritor. Hay una tendencia hacia la despedida, a un adiós persistente en un testamento vigoroso, rico en memoria nacional mediante historias bien contadas. Juan Ramón Martínez, con esa alma de niño grandote que tiene se ve a sí mismo reflejado en sus nietos, en sus amigos, en sus libros, en la historia de su país. Cuenta la vida de otros, se ríe de ellos, pero no se trata más que de contar su propia vivencia, se ríe de sí mismo como su distintiva y ocurrente manera de ver la vida.

Es indudable que Juan Ramón Martínez, en su vida como escritor, sabe que escribir bien implica entrega intelectual: hay que leer, investigar, aprender y desaprender para crear. Hay que revisar lo escrito, corregir, borrar, agregar, corroborar y demás acciones que llevan tiempo físico y mental en una labor que requiere enorme disciplina, pero, sobre todo, mucho compromiso directamente con la calidad literaria que se va a brindar al lector, y todo esto lo demuestra en sus textos.

Este escritor tan fecundo, ha dedicado su vida a brindar a las letras hondureñas un permanente empeño en la producción intelectual. De hecho, el escritor e investigador Rubén Darío Paz, en una conversación sostiene: “Juan Ramón tiene más de 40 años de colaborar en La Tribuna, ahí ha publicado más de mil artículos en las secciones “Anales históricos”; lleva otra cantidad significativa en La Tribuna Cultural, además ha publicado de manera constante en los diarios El Tiempo y La Prensa. Sus contribuciones aparecen en numerosas revistas del país, entre ellas: La revista Política que coordinaba el poeta Óscar Acosta. Otro dato importante y digno de aplaudir, sobre Juan Ramón, es que él le regaló su biblioteca personal a la Universidad Pedagógica Nacional Francisco Morazán en el año 2016. Él es un gestor cultural, alentador, motiva a otros a escribir y publicar. Además, guste o no, es amigo o conocido de escritores de talla internacional”.

Finalmente, hay que señalar que Juan Ramón Martínez, tiene la costumbre de dedicar a sus amigos, parte de sus narraciones. Que este artículo sirva para que apreciemos el talento de intelectuales comprometidos con un mejor país, abandonemos esa mezquindad de no reconocer el talento ajeno, que tanto daño ha hecho a Honduras. Sirvan estas palabras como homenaje a un hombre apasionado con la labor intelectual.

Linda María Concepción Cortez, es máster en Estudios avanzados en literatura española e hispanoamericana, por la Universidad de Barcelona. Licenciada en Letras con orientación en literatura, Universidad Nacional Autónoma de Honduras. Es docente del área de Letras del Centro Regional Universitario de Occidente (UNAH.CUROC). Santa Rosa de Copán. Contacto [email protected] . Celular 96735116.

Referencias
Celorio, G. (19 de 6 de 2012). “Aproximación a la literatura neobarroca”. Círculo de poesía. Revista electrónica de literatura. Recuperado el 16 de 12 de 2019, de https://circulodepoesia.com/2012/06/aproximacion-a-la-literatura-neobarroca/
Martínez, J. R. (2019). Memorial del ofendido. Tegucigalpa: Editorial Conejo.
Paz, R. D. (Ed.). (Diciembre de 2019). “La concepción del poder desde la visión del escritor hondureño Eduardo Bähr”. Revista Rosalila(6), 3-8. Recuperado el 16 de 12 de 2019, de file:///C:/Users/Usuario/Downloads/Revista%20Rosalila%2006%20(3).pdf

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