Alemania en el recuerdo, medio siglo después

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26 de enero de 2020
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12:01 am
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Alemania en el recuerdo, medio siglo después

Por: Dagoberto Espinoza Murra

Gozando de una beca DAAD (Instituto Alemán de Intercambio Académico), la doctora Virginia Figueroa Girón (mi esposa) y el autor de estas líneas, viajamos a la República Federal de Alemania con el objeto de hacer estudios de especialización, ella en dermatología y yo en psiquiatría.

El mes de noviembre de 1966 partimos con ese rumbo. Previamente el encargado cultural de la embajada alemana en Tegucigalpa, don Ludo Johansen, nos llamó a su oficina y en forma educada se expresó así: “Jóvenes (yo tenía 28 años y Virginia cuatro menos que yo), varios hondureños han gozado de esta beca pero a los pocos meses se regresan, diciendo que no aguantan el frío de los inviernos en aquel país o que no pudieron aprender el idioma. Por eso ustedes”, continuo el diplomático, “tienen una gran responsabilidad. Si hacen lo mismo,” continuó, “no habrán más becas para hondureños”.

Vía México salimos llenos de entusiasmo hacia aquella república que, en veinte años después de una guerra se reconstruyó, sorprendiendo al mundo por todos sus avances en los diferentes campos de la ciencia, tecnología y las artes.

Cuando llegamos a México, un hondureño nos dio la triste noticia que en la antigua Checoslovaquia había fallecido el notable novelista del país, Ramón Amaya Amador, algo que nos llenó de profundo dolor.

En la línea aérea alemana continuamos juntos hacia Stuttgart. Virginia continuaba hasta Múnich y yo debía descender para tomar el tren que me conduciría a la pequeña ciudad de Schwäbisch Hall para aprender el idioma en el Goethe Institut de esa localidad. Virginia haría lo mismo en el pequeño poblado de Graffing, en los alrededores de Múnich.

Ya para el mes de noviembre el frío hace temblar a los que procedemos de países tropicales.

Cuando llegué a Stuttgart, en el mostrador de la empresa aérea me dieron un sobre conteniendo el boleto que me permitiría viajar en tren a la ciudad de mi destino para el estudio del idioma. Yo solo conocía el tren en San Pedro Sula y me sorprendía al ver más de seis locomotoras moviendo filas de vagones. Sin saber el idioma teutón y mi inglés bastante limitado, mostré mi boleto y un empleado, ante la brevedad del tiempo a que saliera el tren, ya que era el último del día, me ayudó a subir al vagón correspondiente y lo mismo hizo con mi valija. Ante mis ojos se abría un mundo totalmente desconocido, ya en el tren la gente portando abrigos, un niño me quedaba viendo con extrañeza, pues yo portaba un sombrero de fieltro que había comprado en México y que me hacía lucir de forma extraña posiblemente. Deposité la maleta en el espacio correspondiente y en cuestión de minutos partía el tren que me dejaría en la ciudad de Schwäbish Hall.

Ya en la estación de la ciudad antes citada, personas que compartían asientos me indicaron que ahí debería de bajar y pedir un taxi que me condujera a un hotel o una pensión. Así lo hice y por suerte encontré habitación libre. Para la cena me costaba decir el plato de mi agrado, pero con las pocas palabras de inglés que aprendí en secundaria señalé lo que era de mi agrado. El frío ya calaba mis huesos pero en la habitación había agua caliente y una cama con ropa limpia cubierta por un edredón, en la que, después de una rápida ducha me tiré para descansar del largo viaje.

Al día siguiente, después del aseo habitual, pedí el desayuno y me dirigí, en compañía de otro joven al Goethe Institut donde se me darían las instrucciones respectivas para aprender el idioma. Este compañero me hablaba en árabe y ante mi respuesta que yo no entendía ese idioma me dijo que él tenía un pariente que se parecía mucho conmigo. “Cosas de la vida”, le dije.

Llegué al edificio del Goethe Institut. Ahí por lo menos había medio centenar de extranjeros con el mismo propósito que el mío: aprender el idioma. Nos dieron las instrucciones debidas. El sitio donde podíamos desayunar. Y la casa de alojamiento de una familia alemana, para facilitar el aprendizaje del idioma. A mí me tocó a una distancia como de un kilómetro, un recorrido que hacía con ánimos todos los días.

El primer día que salí de la habitación soplaba un fuerte viento y lloviznaba. El frío para mí se me volvía difícil de controlar porque todavía no había comprado un abrigo invernal. Caminaba lentamente y al pasar por un solar baldío el viento me arrebató el paraguas lanzándolo dentro de la alambrada. Me aproximé para ver si podía recogerlo pero dos hermosos perros me ladraron y demás está decir que no me atreví a entrar, continué así hacia el instituto, orientándome por el techo de la iglesia, hasta llegar a un pequeño parque donde miré a una joven de tez blanca y ojos azules que portaba un mapa instructivo parecido al que yo llevaba. Con dos palabras en alemán y cuatro en ingles, le pregunté para dónde iba y me mostró el papel señalándome al lugar, entonces le pregunté, “Woher Kommen Sie?”. “Aus Argentinien”, me respondió con una sonrisa. Yo también me reí y le dije que continuáramos para no extraviarnos en el camino. Llegamos al instituto y recibimos la primera clase. Una profesora con gran manejo del idioma y del texto utilizado para ese fin nos inspiró confianza y percibimos que no estábamos ante algo imposible de aprender.

Ya para el regreso noté que en mi camino había un pequeño puente de madera con algunos adornos que me orientarían de regreso.

Al día siguiente recorrí el mismo camino y cuando busqué el puente de madera para orientarme, no lo encontré, en su lugar varios jóvenes usando patinetas jugaban sobre una plancha de hielo, pues el río que antes había visto se congeló, razón por la cual el puente era inservible y no estaba en su sitio.

Seguí con mis clases y haciendo amistad con gente de otros países y continentes. Un japonés era muy dedicado, al igual que un hindú; pero ambos refunfuñaban cuando no acertaban a dar la respuesta correcta a la pregunta formulada por la profesora. Dentro del programa del instituto, había excursiones y un día fuimos a ver los niños cantores de Nüremberg. Fue una noche inolvidable que nos hizo ver que ese pueblo ha cultivado las ciencias y las artes de manera ejemplar.

Virginia siempre ha tenido facilidad para los idiomas. En el Instituto Central, además del inglés, aprendió bastante francés.

Por mi parte, he sido un poco duro de oído y no tengo facilidad ni para los instrumentos musicales ni para los idiomas extranjeros; tampoco puedo bailar como ella. Las clases de la universidad comenzarían en abril y para esa fecha, ya uno de los profesores de Heidelberg (Prof. Dr. H. Tellembach) me había enviado una nota de aceptación en la clínica psiquiátrica en la Universidad de Heidelberg. Me ofrecían habitación en una residencia universitaria para profesores y alumnos. Todo me salía como miel sobre hojuelas.

Debo hacer una confesión: cuando estudié medicina, a la clase de psiquiatría se le daba poca importancia; tanto es así que solo tuvimos dos clases teóricas y luego teníamos que visitar el hospital neuro-psiquiátrico y firmar en un cuaderno para dejar constancia de nuestra asistencia. En otras palabras, mi formación en ese campo era muy deficiente. Totalmente diferente era el caso de Virginia, pues los médicos generales en Honduras salíamos con buena formación en el diagnóstico y tratamiento de enfermedades, así como la reparación de pequeñas heridas. Por eso, lo comentamos con ella, tuvo bastante aceptación en la clínica donde ella se desempeñaba: extirpando cicatrices defectuosas, lunares, o reparando pequeñas heridas. Por ello fue apreciada por sus jefes en alto grado.

Por mi parte, ya lo dije, carente de conocimientos psiquiátricos y desconocimiento del idioma, tomando en cuenta que en psiquiatría se usa un leguaje filosófico, para mí se volvía en los primeros meses, una tarea harto difícil. Recuerdo que en una ocasión uno de los profesores nos habló del análisis existencial, para lo cual hay que familiarizarse con la fenomenología de Husserl, y se me resultó prácticamente ininteligible. Cuando salí del auditorio, le dije a un compañero alemán que había estudiado en Alemania oriental que había entendido muy poco y él me confió que a él le había sucedido lo mismo, lo que me dio cierto alivio.

Un día recibí la invitación del DAAD para viajar a Lübeck Trave Münde. Virginia había recibido la misma invitación. Nos encontramos en Hamburgo y de ahí seguimos hasta el destino final. Valga decir que cuando nos llevaron a un balneario no pudimos meternos al agua porque estaba tan fría que se volvía imposible.

Después de un tiempo en la clínica psiquiátrica, pasé a la clínica neurológica para familiarizarme con los síndromes cerebrales orgánicos y ahí tuve la suerte de conocer al famoso epileptólogo Dieter Janz, que años después hizo trabajo con el doctor Marco Tulio Medina, científico hondureño que mucho prestigia al país y la Universidad. En la clínica neurológica, también conocí al profesor Otto Hallen, figura distinguida en su especialidad y en cultura general.

Debo de dejar constancia de las finas atenciones de que fue objeto por parte del compatriota Otto van Eyl, quien hizo toda la carrera de medicina en la universidad a la que yo llegaba. Fue atento, me orientó en los primeros días llevándome a la residencia asignada y orientándome cómo podía tomar el tranvía eléctrico para llegar a la clínica. Muchos fines de semana nos encontramos y fuimos a comer, luego a tomarnos un café con un pastel.

Otto era muy inteligente, bien formado en su profesión, y amante de la filosofía, literatura y música de los grandes maestros alemanes. Muchas veces me explicó datos para mí desconocidos de algunas sinfonías. En más de una ocasión, hicimos el recorrido hasta el castillo, en cuya cercanía estaba mi habitación y al otro lado del río Neckar, el camino de los filósofos por donde habían caminado, me decía él con mucho entusiasmo, Karl Jasper y otros tan famosos como el nominado. Otto se especializó en terapia intensiva y casado vino a Honduras. Fue un placer saludarlo. Lo invitamos a nuestra casa y con Virginia platicaron extensamente de la experiencia en Alemania. Años después recibí la noticia de su fallecimiento lo que sentí profundamente porque él fue un gran amigo.

Nuestras becas fueron prorrogadas sucesivamente por dos años más y luego por otros dos años.

Al segundo año decidimos contraer matrimonio lo que implicó su traslado a la clínica dermatológica de Heidelberg, donde fue bien recibida. Allí tuvo oportunidad de hacer pequeñas intervenciones quirúrgicas, lo que le valió la admiración de sus compañeros. En 1968 nos nació nuestra primera hija, Maritza, lo que fue motivo de gran alegría para nosotros.

Ya de regreso en Honduras tuvimos mucha oportunidad, el que suscribe fue incorporado al Departamento de Psiquiatría, bajo la conducción del doctor Asdrúbal Raudales. El decano de medicina, doctor Jorge Haddad Quiñónez le pidió a Virginia le ayudara en la clase de semiología. Años después el doctor Haddad me confió que Virginia era una gran profesora de la clase y que los alumnos estaban contentos con su forma de enseñar, pues igual que en Alemania, toda clase se da con presentación de pacientes para ilustrar la patología que se está estudiando.

El que suscribe se ha dedicado más a los aspectos administrativos y académicos; en tanto ella logró cultivar una gran clientela privada, sin descuidar sus ocupaciones académicas, llegando a ser vicedecana de la Facultad. Siempre fue muy activa en política y siguiendo los pasos de su padre tuvo ideas progresistas, de ahí que haya militado en la corriente más adelantada del Partido Liberal (M-Líder). Al tomar posesión de presidente el doctor Carlos Roberto Reina, le pidió integrar, en condición de subsecretaria al doctor Enrique Samayoa quien había sido designado como ministro de Salud. Su participación fue activa, manteniendo siempre informada a la prensa de todas las actividades que realizaban en esa Secretaría.

En el segundo año del ingeniero Carlos Flores se integró una comisión interventora para el Seguro Social, el Colegio Médico la propuso a ella para tal fin y después de un año fue nombrada directora en propiedad del Seguro Social, cuya labor ha sido considerada como muy buena, tanto por las autoridades como por el gremio médico que participó en su gestión.

Cuando estuvimos en Alemania un afrentoso muro dividía la ciudad de Berlín y se hablaba de dos Alemanias. En esos años, los políticos hablaban de la reunificación alemana. Uno de los más sobresalientes era Willy Brandt, del partido Social Demócrata. Con la caída del muro de Berlín se celebró la reunificación alemana, nación pujante en la economía europea.

Tanto Virginia como el que escribe estas líneas estamos agradecidos por la oportunidad brindada y estamos seguros que los conocimientos adquiridos han servido para la labor que desarrollamos en el campo académico y administrativo.

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