La voluntad democrática

OM
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29 de enero de 2020
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12:08 am
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La voluntad democrática

Por General y abogado
J. Wilfredo Sánchez V.

La democracia propugna la soberanía popular, o sea el derecho del pueblo todo a gobernarse por sí mismo, con finalidades que representen el interés de todos.

Por pueblo, entiéndase toda la colectividad nacional, pero como no se puede concebir la unanimidad absoluta en las decisiones adoptadas respecto a los intereses colectivos, lo que prima es la decisión de la mayoría, y esta, es adoptada como si fuera unánime.

La democracia presupone la igualdad de los hombres y su derecho igualitario tanto a ejercer la soberanía popular como a alcanzar los fines que de acuerdo con los conceptos esenciales de la filosofía liberal, tiene el hombre, considerando en el sentido de liberalismo político, o sea el progreso intelectual y la ruptura de las cadenas que inmovilizan el pensamiento para dar paso a una actitud de renovación y avance. Este liberalismo es el que se encuentra en el alma de la democracia.

De la doctrina de la igualdad de los individuos, se deriva el concepto de igualdad entre los estados, reconocido en el mundo de las ideas políticas del siglo IV en Gracia y debe su nacimiento al eminente filósofo Aristóteles de Estagira (394-322 a.C.). Este principio fue acuñado para justificar filosóficamente la victoria del monarca Fernando III de Habsburgo, emperador del Sacro Imperio Germánico sobre el papado, aunque en esa era queda tal potestad soberana en manos del emperador y no del Estado, convirtiéndose en este caso de asunción de todos los poderes en manos del monarca, en el absolutismo, a punto tal, que Luís XIV expresó: “El Estado soy yo”, y así se consagró en los posteriores reyes y fue hasta la Revolución Francesa (1789) que tal poder fue rescatado por el pueblo, los principios de soberanía se ven enriquecidos con las características fundamentales de su exclusividad, independencia e indivisibilidad, sin limitación alguna, y tan solo depositándola para su ejercicio en los representantes elegidos por el propio pueblo, su legítimo titular.

Se conceptualiza la soberanía en dos vertientes, la soberanía interna y la externa, en cuanto a la interna o supremacía, es entendida como la potestad pública, ejercida autoritariamente por el Estado sobre todos los individuos integrantes del cuerpo social. Tal facultad está legitimada en el poder que la Constitución nacional otorga por delegación a los órganos del Estado, como expresión soberana popular y las leyes que de ella emanan, pues es el pueblo el titular de la soberanía interna.

En cuanto a la soberanía externa o independencia, se manifiesta en las relaciones de igualdad internacional en virtud de la igualdad jurídica de los estados soberanos. Este concepto de soberanía externa fue instituido en el tratado de Westfalia (1648). Librada entre las potencias centrales europeas entre ellas y el papado, después de las guerras de treinta años y de ochenta años, este tratado logró la consolidación de los estados como entidades soberanas y la libertad religiosa, instituyéndose la soberanía de los estados sobre el poder de Roma.

Fue hasta la Primera Guerra Mundial (1914-1918) que se limitó la soberanía externa, cuando los países vencedores impusieron a los vencidos fuertes disposiciones en el Tratado de Versalles, medidas que propició el resquebrajamiento y posterior desaparición de la recién creada Sociedad de las Naciones que pretendía propiciar la tan ansiada paz internacional.

Mas, no obstante la declaración de los propósitos y principios de las naciones subscriptores de la Carta de las Naciones Unidas, en donde declaran el propósito de mantener la paz y la seguridad internacional, tomando medidas eficaces para prevenir y eliminar las amenazas a la paz, suprimir actos de agresión y buscar arreglar las controversias por medios pacíficos; así como el respeto al principio de igualdad de derechos entre los estados y la libre determinación de los pueblos, las grandes potencias han sustituido la conquista territorial por la colonización política, económica y militar, anulando totalmente la autodeterminación de su soberanía.

Prominentes politólogos así lo han manifestado, para el caso, H. Krabbe, en “La moderna idea del Estado” dice: “La noción de soberanía debe ser borrada de la doctrina política”, Ernest Barker en La Superstición del Estado “Ningún lugar común ha sido mas árido y estéril que la teoría y doctrina de la soberanía del Estado” y A.D. Lindsay en El Estado en la Moderna Teoría Política: “Si contemplamos los hechos, es bastante claro que la teoría de la soberanía se encuentra en ruinas”.

Pero no ha sido solamente el pensamiento de estos politólogos holandeses y británicos anteriores, cuyas opiniones han retratado una verdad en las relaciones internacionales de los poderosos estados con las pequeñas naciones alrededor del globo, sino que han perneado la mentalidad en la cultura de estos pueblos, considerando a lo extranjero como al amo, cual si fueran mesías que vienen a resolvernos los problemas internos, descalificando a los valores nacionales.

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