Emociones

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31 de enero de 2020
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12:04 am
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Emociones

Por: Francisco Zepeda Andino
Cnel. (r) FAH

No existe un consenso sobre la causa primordial de las emociones en el ser humano. Pero sí se asocian con sentimientos, gusto o disgusto, pensamientos o respuestas de conducta, entre otras. Su representación física en la persona varía también dependiendo de diversos factores.

En los primeros meses de 1994, aprovechando el feriado del Shabbat judío, un día sábado por la tarde asistimos a una sala de cine en Tel Aviv para ver la película “La lista de Schindler”, que recién en diciembre, 1993 se había estrenado en los Estados Unidos de América. Querer comprender el razonamiento o actitudes de conducta del estado de Israel sin valorar el trauma dejado por el holocausto de la Segunda Guerra Mundial, al haber sido exterminados 6 millones de hombres, mujeres y niños por el solo hecho de ser judíos, es no poder entender lo que eso significa todavía en los genes de varias generaciones de israelitas.

Sentados en la sala de proyección podíamos sentir una especie de sobrecarga emocional. Las lágrimas afloraban entre algunos asistentes, así como lamentos reprimidos o simplemente cubrirse la cara con las manos. Era verdaderamente un ambiente cargado de una electricidad no explicable por medio de leyes físicas. Al finalizar la película, muchas de las personas permanecían en sus asientos con semblantes reflejando una profunda emoción de tristeza, asombro y hasta ira. En la reciente conmemoración de la liberación del campo de concentración Auschwitz, realizada en Jerusalén, se volvió a escuchar la frase que ha trazado la conducta de los israelitas: “Nunca jamás” (Never again), en alusión directa a no permitir la repetición de lo ocurrido a los judíos en la Alemania nazi.

En junio del año pasado pudimos conocer el campo de concentración Dachau, en las cercanías de Munich, y solo al ver fotografías antiguas del campo, puede uno entender lo terrible que era estar recluido allí, la crueldad de las cámaras de gas y crematorios. Puesto en funcionamiento en 1933, hasta su liberación por tropas aliadas el 29 de abril, 1945, se estimada albergó 200,000 personas, habiendo perecido unas 41,000 por fusilamiento, gas, hambre y enfermedades.

Un domingo, noviembre 2013, en una muy agradable tarde en la capital colombiana, Bogotá, concurrimos a un concierto al aire libre en el parque El Country, cercano a nuestra residencia, patrocinado por el alcalde de esa ciudad, Gustavo Petro, en una actividad llamada “Ópera al Parque” y dentro del programa se interpretó “Réquiem”, obra del compositor inglés Benjamín Britten, quien la estructura como una expresión de rechazo a todo conflicto bélico. Esta obra combina música fúnebre con poemas de Wilfred Owen, joven poeta inglés quien murió en los campos de batalla de la Primera Guerra Mundial, una semana antes del final de la llamada erróneamente “Gran guerra”.

Aun sin la intensidad emocional de lo experimentado en la sala de cine en Tel Aviv, podíamos percibir un alto grado de tensión, preocupación y también esperanza en el numeroso público asistente, dado el proceso de paz encaminado a terminar el conflicto bélico interno de 50 años en Colombia entre las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC), el Ejército de Liberación Nacional (ELN) y el gobierno colombiano.

Al finalizar la interpretación del “Réquiem”, los asistentes, de pie, estallaron en un fuerte aplauso y gritos de aprobación que es posible fue una liberación de emociones.

El no entender las repercusiones de conflictos armados, sean internos o al exterior, la forma cómo esas acciones afectan no solo a combatientes sino a la población en general por generaciones, resulta en incapacidad de interpretar políticas, procesos en la toma de decisiones o actitudes adoptadas.

En Honduras, los que propician acciones armadas o violentas deben estar conscientes o mirar el ejemplo de nuestros vecinos, donde una vez desatada la vorágine, comprometidos o no comprometidos, cayeron víctimas de la intolerancia.

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